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viernes, 17 de junio de 2016

Filipinas, décadas de 1940 y 1950. La colonia más antigua de EE.UU.(cap. 4 de Asesinando la esperanza, de William Blum)


Una colonia por designio divino: William McKinley, presidente de Estados Unidos, dirigiéndose a un grupo de visitantes de la Iglesia Metodista Episcopal, les explicó que Dios le había hablado por la noche y ordenado que EE.UU. permaneciese en Filipinas...


Ofrecemos un nuevo capítulo del libro de William Blum sobre las intervenciones de la CIA y del ejército de EE.UU. en el mundo. En este caso se trata de un interesantísimo capítulo que nos recuerda el intervencionismo americano en Filipinas, la "colonia más antigua de EE.UU." como dice Blum. 
Referencia documental. William Blum: "Filipinas. Décadas de 1940 y 1950", en Asesinando la esperanza. Intervenciones de la CIA y del Ejército de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, cap. 4, pp. 46 a 53. Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005 (original en inglés: William Blum, Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II, Common Courage Press, 2004).
Fuente de digitalización y correcciones (cítese y manténgase el hipervínculo): blog del viejo topo
Imágenes, pies de foto y negrita: son un añadido nuestro.
Otros capítulos del libro: para acceder a otros capítulos publicados en el blog, véase al final el índice y pulsar en los hipervínculos que estén activos.

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A pie de imagen pone: "Comienza la escuela. El Tío Sam (en su nueva clase de Civilización): Ahora, niños, ¡tenéis que aprender estas lecciones sobre lo que queréis y lo que no! Pero solo tenéis que echar un vistazo a los niños delante de vosotros y recordar que muy pronto os sentiréis tan contentos de estar aquí como ellos".Es una caricatura que muestra al Tío Sam enseñando a cuatro niños etiquetados como Filipinas (que se parece al líder Filipino Emilio Aguinaldo), Hawai, Puerto Rico y Cuba, delante de niños que llevan libros etiquetados como distintos estados de Estados Unidos. En la parte de atrás hay un niño nativoamericano con un libro al revés, un niño chino en la puerta y un niño negro limpiando la ventana. Sobre la puerta se lee "Los Estados Confederados rechazaron aceptar ser gobernados, pero la Unión fue preservada sin su consentimiento". Originalmente publicada el 25 de enero de 1899 en Puck magazine y su autor fue Louis Dalrymple.
Las ideas de "darwinismo social" (una creencia en la aplicación de la idea de la supervivencia del más apto de Darwin al desarrollo de la civilización y la creencia de que la gente anglosajona era la "raza" superior y tenía un "deber" de civilizar el resto del mundo), alentó la colonización. El historiador John Fiske revitalizó la idea con el término "destino manifiesto" aplicada a la descripción de estas nuevas aventuras americanas para colonizar nuevos territorios
Para una traducción completa de todo el texto de la viñeta,  ver nota del blog nº 1 al final. Pulsa aquí para ver la imagen en gran resolución con detalle.


FILIPINAS. DÉCADAS DE 1940 Y 1950. 
La colonia más antigua de Norteamérica.
William Blum
Yo recorrí la Casa Blanca noche tras noche hasta las doce, y no me avergüenza decirles, caballeros. que me arrodillé y recé a Dios Todopoderoso para que me iluminara y me guiara en más de una ocasión. Y una noche ya tarde se me presentó de este modo, no sé cómo fue, pero me dijo: 1) Que no podíamos dar [las Islas Filipinas] de nuevo a España, que eso sería una cobardía y un deshonor; 2 que no podíamos entregarlas a Francia o Alemania, nuestros rivales comerciales en Oriente. que esto sería un mal negocio y un descrédito; 3) que no podíamos abandonarlas a sí mismas. no tienen condiciones para autogobernarse. pues pronto caerían en la anarquía y un desgobierno peor que el de España, y 4) que no nos quedaba nada por hacer sino tomarlas y educar a los filipinos, y levantarlos y civilizarlos y cristianizarlos, y por la gracia de Dios hacer lo mejor que podamos por ellos, como hermanos nuestros por quienes también Cristo murió.
William McKinley, presidente de Estados Unidos, 1899 (1)
La idea de William McKinley de hacer lo mejor para los filipinos fue emplear el Ejército norteamericano para matar decenas de miles de ellos, quemar sus poblados, someterlos a torturas y establecer los cimientos para una explotación económica a la que se hacía referencia con orgullo como “imperialismo” por los estadistas y periódicos estadounidenses de la época.


William McKinley
Después de que los españoles fueron obligados a abandonar Filipinas en 1898 por la acción combinada de norteamericanos y filipinos, España acepto “ceder” (entiéndase vender) las islas a EE.UU. por veinte millones de dólares. Pero los filipinos, que habían proclamado ya su república independiente, no se sintieron complacidos de ser tratados como un territorio sin habitantes. Por tanto se necesitó de una fuerza de más de 50.000 soldados norteamericanos para hacer que la población cambiara su apreciación de la situación. Así se creó la colonia norteamericana más notoria y antigua.

Casi medio siglo después, el Ejército de EE.UU. volvió a desembarcar en Filipinas para encontrar un movimiento nacionalista en guerra contra un enemigo común, en este caso los japoneses. Mientras combatían a los nipones durante 1945, los militares norteamericanos tomaron medidas para destruir este ejército de resistencia, los huks (apócope de Hukbalahap: “Ejército del Pueblo contra Japón” en tagalo). Las fuerzas norteamericanas desarmaron numerosas unidades huks, quitaron las autoridades locales que habían establecido los huks, y arrestaron y encarcelaron a muchos de sus altos dirigentes, al igual que a los líderes del Partido Comunista filipino. Guerrillas organizadas y dirigidas de manera inicial por oficiales norteamericanos e integradas por soldados estadounidenses y filipinos de las llamadas Fuerzas Armadas de EE.UU. en el Lejano Oriente, desarrollaron acciones de tipo policial contra los huks y simpatizantes e instauraron un reinado de terror; se difundieron rumores difamatorios sobre los huks a fin de debilitar su apoyo entre los campesinos, y se permitió que los japoneses los atacasen sin tropiezos. Todo esto mientras los huks luchaban con ahínco contra los invasores japoneses y sus colaboradores nacionales, y con frecuencia iban en ayuda de los soldados norteamericanos (2).

En esta campaña antihuk, EE.UU. utilizó a muchos filipinos que habían colaborado con los japoneses: terratenientes, grandes propietarios, alguaciles y otros oficiales de la policía. En el período de postguerra, EE.UU. restauró en el poder a muchos de aquellos, marcados como colaboradores, para gran disgusto del resto de los filipinos (3).


Cartel del Huk durante y después de la guerra
Las guerrillas huks se habían organizado en 1942, principalmente por iniciativa del Partido Comunista, como respuesta a la ocupación japonesa de las islas. Entre los estrategas políticos norteamericanos, hubo quienes llegaron a la rutinaria conclusión de gue los huks eran sólo un instrumento de la conspiración comunista internacional, a los que había que combatir como a cualquier otro grupo de esta especie. Otros en Washington y Manila, cuyos reflejos estaban menos condicionados, pero eran más cínicos, reconocieron que el movimiento huk, si no se detenía su creciente influencia, llegaría a promover reformas radicales en la sociedad filipina.

El centro del programa político huk era la reforma agraria, una necesidad desesperada en una sociedad eminentemente agrícola (en alguna ocasión los funcionarios norteamericanos habían hecho referencia a la idea, pero durante los cincuenta años de ocupación norteamericana no se había llevado a cabo ni siquiera un intento). La otra propuesta central de los huks era la industrialización, que había sido obstaculizada por EE.UU. a fin de facilitar, a las industrias norteamericanas, un verdadero campo de juego en Filipinas. En opinión de los huks, tales cambios no serían sino el prólogo del levantamiento de los isleños para salir de su estado de atraso, analfabetismo, pobreza y enfermedades como la tuberculosis y el beri-beri. "La rebelión comunista Hukbalahap [informaba el New York Times] es considerada en general como un resultado de la miseria y descontento entre los campesinos de Luzón Central [la isla principal]" (4).

Un estudio preparado años más tarde por el Ejército norteamericano se hacia eco de este sentimiento, al señalar que el “principal impulso [de los huks] eran los sufrimientos de los campesinos y no los designios leninistas" (5). Sin embargo, el movimiento huk era una amenaza indudable para la condición neocolonial de Filipinas, para la esfera norteamericana de influencia y para aquellos filipinos que se beneficiaban del status quo.

Hacia fines de 1945, cuatro meses después del término de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. estaba entrenando y equipando una fuerza de 50.000 soldados filipinos para la Guerra Fría (6). En testimonio presentado ante un comité de congresistas, el mayor general estadounidense William Arnold declaró con candidez que este programa era “esencial para el mantenimiento del orden interno, no para dificultad externa alguna” (7). Ninguno de los congresistas presentes expresó en alta voz reserva acerca de la validez internacional de tal política externa.

Al mismo tiempo, soldados norteamericanos se mantenían en Filipinas, y se restableció el entrenamiento de combate al menos en una división de infantería. Esto llevó a ruidosas protestas por parte de los soldados que deseaban regresar a casa. El reinicio de entrenamiento de combate fue, según reveló el New York Times, “interpretado por los soldados y algunos diarios filipinos como la preparación para reprimir posibles levantamientos en Filipinas por parte de grupos de granjeros descontentos”. La historia añadía que los soldados tenían mucho que decir “en cuanto a la intervención armada norteamericana en China y las lndias Holandesas [Indonesia]”, que se llevaban a cabo en esa misma etapa (8).

No se conoce hasta qué punto el personal militar norteamericano participó directamente en la eliminación de los grupos disidentes en Filipinas después de la guerra.


Luis Taruc
Los huks, aunque no confiaban en las autoridades filipinas y norteamericanas lo suficiente como para entregar voluntariamente sus armas, pusieron a prueba la buena fe del Gobierno al tomar parte en las elecciones nacionales de abril de 1946 como parte de la “Alianza Democrática”, formada por grupos políticos de campesinos liberales y socialistas. (Se había planificado la independencia de Filipinas para tres meses después, el 4 de julio, para ser exactos.) Tal como resultaron las cosas, al comandante en jefe de los huks, Luis Taruc, y a varios otros miembros de la Alianza y candidatos reformistas que habían sido elegidos para el Congreso (tres al Senado y siete a la Cámara) no se les permitió ocupar sus puestos bajo el pretexto ridículo de que habían utilizado coerción sobre los votantes. No se había hecho investigación ni revisión alguna de los casos por el organismo competente, el Tribunal Electoral (9). (Dos años después Taruc fue admitido temporalmente cuando se presentó en Manila para discutir un cese al fuego con el Gobierno.)

El propósito de negar los puestos a estos candidatos era obvio: el Gobierno podía así presionar para aprobar en el Congreso la controvertida Ley sobre el Comercio entre Filipinas y Estados Unidos —aprobada con sólo dos votos de mayoría en la Cámara y con sólo uno de diferencia en el Senado—, la cual entregaba a EE.UU. enormes privilegios y concesiones en la economía filipina, incluyendo “derechos iguales [...] en el desarrollo de los recursos naturales de la nación y la operación de sus utilidades públicas” (10). Esta "paridad" fue luego extendida a todos los sectores de la economía filipina (11).

El deterioro del proceso electoral fue seguido por una ola de brutal represión contra los campesinos, ejecutada por los militares, la policía y los escuadrones de matones de los terratenientes. Según Luis Taruc, en los meses siguientes a la elección fueron destruidas aldeas, más de quinientos campesinos y sus dirigentes fueron asesinados y tres veces ese número fueron encarcelados, torturados, mutilados o desaparecidos. Los huks y otros sintieron que no había más alternativa que tomar de nuevo las armas (12).


Luis Mangalus Taruc con otros miembros de la guerrilla huk, el 12 de julio de 1950. Aparece con un periódico de Manila del 1 de julio de ese año, para demostrar que no estaba muerto como decía el gobierno filipino por entonces. Foto: gettyimages.  Hijo de campesinos y campesino en sus primeros tiempos, Taruc fue el líder de la guerrilla huk contra los japoneses, el movimientos de resistencia anti-japonés mejor organizadas de toda Asia; en teoría aliado de EE.UU. en la guerra, fue combatido y reprimido por las tropas americanas. Más tarde el movimiento optó por la vía pacífica y democrática, pero a sus representantes electos no se les permitió ocupar sus puestos en las instituciones. Esto, junto con el deterioro de la situación social y el creciente intervencionismo estadounidense, motivó el regreso a la lucha armada. La guerrilla huk (contracción del término Hukbalahap) fue el brazo armado del Partido Comunista de Filipinas y tuvo en Taruc a su más sobresaliente dirigente. 

La independencia no parecía haber traído ningún cambio significativo. El historiador norteamericano George E. Taylor, de credenciales oficialistas impecables, se vio en la necesidad de afirmar, en un libro que fue a las claras auspiciado por la CIA, que la independencia “estuvo marcada por abundantes expresiones de buena voluntad por ambas partes, por promesas cumplidas parcialmente, y por la restauración de la vieja relación en casi todo excepto el nombre [...] Muchas demandas fueron hechas a los filipinos para beneficio comercial de Estados Unidos, pero ninguna para el beneficio político y social de Filipinas” (13).

Mientras tanto, el Ejército norteamericano estaba asegurándose un hogar en Filipinas. Un acuerdo de 1947 proporcionaba localizaciones para 23 bases militares en el país. El acuerdo debía durar noventa y nueve años. Estipulaba que los norteamericanos en servicio que cometiesen crímenes fuera de las bases sólo podían ser juzgados por tribunales militares estadounidenses dentro de las bases. 

Según lo establecido en un pacto de asistencia militar, el Gobierno filipino tenía prohibido comprar siquiera una bala a ningún otro proveedor aparte de EE.UU., a menos que contara con la aprobación norteamericana. Tal estado de cosas implicaba también el entrenamiento, mantenimiento y piezas de repuesto, lo que hacía a los militares filipinos totalmente dependientes de su contraparte norteamericana. Más aun, ningún extranjero, aparte de los estadounidenses, podía desarrollar función alguna para o con las fuerzas armadas filipinas sin la aprobación de Estados Unidos (14).

A principios de 1950, EE. UU. había entregado a Filipinas equipos y abastecimientos por valor de doscientos millones de dólares, una suma notable en aquel tiempo, y a esto se adicionaba la construcción de varias instalaciones militares (15). El Grupo Asesor Militar Conjunto de Estados Unidos (JUSMAG) reorganizó el Departamento de Defensa e Inteligencia filipino y puso a la cabeza a su hombre escogido, Ramón Magsaysay, y formó al Ejército filipino en batallones de combate entrenados para la guerra de contrainsurgencia (16). Filipinas iba aser un laboratorio experimental para este tipo no convencional de combate. Los métodos y la terminología (“busca y destruye”, “pacificación”) adquirirían notoriedad infame más tarde en Vietnam.

Hacia septiembre de 1950, cuando el teniente coronel Edward G. Lansdale llegó a Filipinas, la guerra civil tenia todas las características de un proceso largo y agotador, sin signos de victoria de algún bando. En apariencia, Lansdale era sólo otro asesor militar norteamericano de JUSMAG, pero en realidad era el jefe de las operaciones paramilitares clandestinas de la CIA en el país. Su éxito en Filipinas lo convertiría en una reconocida autoridad en el tema de la contrainsurgencia.


Edward G. Lansdale, los hilos de la CIA. Jugó un papel notorio
en Filipinas, Vietnam y Cuba (apoyando el movimiento anticastrista). 

En sus memorias acerca de este periodo de su vida, Lansdale relata su sorpresa al escuchar, de amigos civiles filipinos bien informados, acerca de las prácticas represivas del gobierno de Quirino: que sus atrocidades igualaban a las (atribuidas) a los huks; que el gobierno estaba “podrido por la corrupción” (incluyendo a los policias comunes en la calle, según pudo observar el propio Lansdale); que el mismo Quirino había sido elegido el año anterior gracias al “fraude generalizado”, y que “los huks, tenían razón”, eran “la esperanza de futuro” y que sólo por medios violentos podría el pueblo conseguir un gobierno que lo representase. (La policía, según escribía un corresponsal del Saturday Evening Post, era “una banda de ladrones y violadores uniformados, más temidos que los bandidos [...] el ejército era muy poco mejor” (17)).

Lansdale no perdió su resolución. Habia venido a cumplir una tarea. Se dijo a sí mismo que si los huks se apoderaban del poder habría otra forma de injusticia a favor de otra minoría privilegiada y por medios incluso más crueles. El paso siguiente fue convencerse de que estaba trabajando al lado de quienes se habían comprometido a “defender la libertad humana en Filipinas” (18).

Como ex publicista, Lansdale no desconocía la investigación de mercado, las técnicas de motivación, el uso de los medios de prensa y el engaño. En el argot de la ClA, tales artes caen bajo el rubro de "guerra psicológica”. Para este fin, Lansdale constituyó una unidad llamada la Oficina de Asuntos Civiles. Sus actividades estaban basadas en la premisa —que pareció a la vez nueva y sospechosa a la mayoría de los oficiales norteamericanos— de que un ejército guerrillero popular no podía ser derrotado sólo por la fuerza.

El equipo de Lansdale realizó un cuidadoso estudio de las supersticiones de los campesinos filipinos que vivían en las áreas huk: su folclore, tabúes y mitos fueron examinados en busca de pistas para los mensajes apropiados que pudieran debilitar su apoyo a los insurgentes. En una operación, los hombres de Lansdale volaron sobre esas áreas en una avioneta oculta tras las nubes y transmitieron misteriosas maldiciones en tagalo sobre cualquier aldeano que se atreviese a dar comida o refugio a los huks. La táctica tuvo tanto éxito que algunas unidades huks se rindieron por hambre (19).

Otra operación de guerra psicológica por iniciativa de Lansdalese basó en el terror supersticioso existente en el campo filipino acerca del asuang, un vampiro mítico. Una escuadra de guerra psicológica entró en una ciudad y sembró rumores de que había un asuang en muna colina cercana donde operaba una base huk, una localización de la que ansiaban desalojarlos las fuerzas gubernamentales. Dos noches después, tras dar tiempo a los rumores para circular entre los simpatizantes de los huk en la ciudad y llegar a la colina, los miembros de la escuadra prepararon una emboscada para los rebeldes en el sendero que estos utilizaban. Cuando pasó una patrulla huk, los emboscados capturaron silenciosamente al último hombre, le hicieron dos perforaciones en el cuello al estilo de las mordidas de vampiros, y lo suspendieron por los tobillos hasta que se desangró completamente y luego colocaron el cadáver de nuevo en el sendero. Cuando los huks, tan supersticiosos como cualquier otro filipino. descubrieron el cuerpo, abandonaron la región (20).

Lansdale sostenía con regularidad "cafés conversatorios" con funcionarios filipinos y militares, en los cuales se intercambiaban libremente nuevas ideas, al estilo de las sesiones cerebrales en Madison Avenue. De estas reuniones salió el Cuerpo de Desarrollo Económico cuya misión era atraer va los huks con un programa de reasentamiento de su propia franja agrícola, con entrega de instrumentos, semillas, préstamos en efectivo, etc. Era un enfoque totalmente inadecuado para el problema de la tierra, y el número que respondió fue modesto pero, como en las otras técnicas de guerra psicológica. la meta principal era privar al enemigo de sus argumentos más persuasivos (21). Entre otras tácticas introducidas o refinadas por Lansdale, estaba la producción de filmes y emisiones de radio para explicar y justificar las acciones del Gobierno; la infiltración de agentes en las filas de los huks para conseguir información y sembrar el descontento; intentos de modificar el comportamiento de los soldados del Gobierno a fin de ocultar sus abusos con la población en las áreas rurales (porque los huks habían seguido siempre un código explícito de conducta hacia los campesinos y castigaban a quienes lo violaban), pero en otras ocasiones se les permitía a los soldados arrasar con las aldeas... disfrazados de huks (22).

Esto último, reveló L. Fletcher Prouty, fue una práctica “desarrollada a un alto grado en Filipinas”, donde los soldados fueron “desplegados sobre una despreocupada aldea en el gran estilo de una producción de Cecil B. de Mille" (23). Prouty, un coronel retirado de las Fuerzas Aéreas de EE. UU., fue durante nueve años el oficial encargado de contactos entre el Pentágono y la CIA. Él ha descrito otro tipo de escenario en el cual los huks fueron pintados de terroristas para oscurecer la naturaleza política de su movimiento y hacerles perder credibilidad:
En las Filipinas, intereses forestales y grandes intereses azucareros habían forzado a decenas de miles de aldeanos simples y atrasados a abandonar áreas donde habían vivido durante siglos. Cuando estas pobres gentes llegaban a otras zonas, era obvio que terminarían por violar los derechos territoriales de otros aldeanos o propietarios. Esto creaba violentos motines, o al menos esporádicos estallidos de bandidaje, ese último recurso desesperado de gente aterrorizada y agonizante. Entonces, cuando el distante gobierno tenía conocimiento de este bandidaje y estos motines, debía ofrecer alguna explicación a los mismos. La última cosa que el gobierno regional hubiera querido hacer sería reconocer que los grandes intereses forestales o papeleros habían expulsado a la población de sus tierras ancestrales. En Filipinas la costumbre es que el gobierno local o regional perciba el 10% de las ganancias de tales empresas y los políticos nacionales reciban otro 10%. De modo que la explicación adecuada era que se trataba de “insurgencia subversiva inspirada por los comunistas”. La palabra para esto en Filipinas es huk (14).
La parte más insidiosa de la operación de la CIA en Filipinas fue la manipulación fundamental de la vida política de la nación, llevando a cabo elecciones teatrales y campañas de desinformación. El punto culminante de este esfuerzo fue la elección como presidente en 1953 de Ramón Magsaysay, el cooperativo ex jefe del Departamento de Defensa. 

Se dice que Lansdale “inventó” a Magsaysay (25). Sus organizaciones —tales como el Movimiento Nacional para Elecciones Libres- manejaban la campaña en Filipinas con todas las licencias, impunidad y recursos que se podría esperar de los comités demócrata y republicano que operan en Nueva York, o quizás mejor, como el mayor Daley operaba en Chicago. Sin embargo, el New York Times llegó a referirse a Filipinas en un editorial como “la vitrina de la democracia en Asia" (26).

La CIA, en una ocasión, narcotizó la bebida del oponente de Magsaysay, el presidente Elpido Quirino, antes de que pronunciase un discurso, de modo que pareciese incoherente. En otra ocasión, cuando Magsaysay insistió en que fuese un filipino quien escribiese su discurso, en lugar de un miembro del equipo de Lansdale, este se irritó tanto que terminó por golpear al candidato presidencial con tanta fuerza que lo derribó sin sentido (27).


Ramón Magsaysay, el colaborador de la CIA
al  que la Agencia convirtió en Presidente de
Filipinas. Portada del Time, del 26-11-1951.
Magsaysay ganó las elecciones, pero antes la CIA había entrado clandestinamente armas para el caso de que su hombre perdiera (28). Una vez en el poder, la CIA escribió sus discursos, guió cuidadosamente su política exterior y usó sus “efectivos” de prensa (editores a sueldo y periodistas) con el fin de garantizarle un apoyo constante para sus programas internos y su participación en la cruzada anticomunista en el sudeste asiático, a la vez que para atacar a los columnistas de los periódicos antinorteamericanos. Tan subordinado estaba Magsaysay a EE.UU. que, según reveló el asistente presidencial Sherman Adams, “mandó a decir a Eisenhower que haría cualquier cosa que EE.UU. quisiera —incluso si su propio ministro de Relaciones Exteriores se oponía” (29).

Una de las inventivas de la CIA para beneficio de Magsaysay fue luego aprovechada en otras estaciones en gran número de países del Tercer Mundo. Se trata de seleccionar articulos escritos por personas al servicio de la CIA para los medios provinciales, y luego republicarlos en un mensuario que se enviaba a los congresistas y personas influyentes en Manila a fin de ilustrarlos acerca de “lo que se pensaba en provincias” (30).

El senador Claro M. Recto, jefe de la oposición política a Magsaysay y un ácido critico de la política norteamericana en Filipinas, recibió un tratamiento especial. La CIA hizo circular la historia de que era un agente comunista chino y preparó paquetes de condones con la etiqueta “Cortesía de Claro M. Recto, el amigo del pueblo”. Todos los condones tenían perforaciones en el lugar más inapropiado (31). La Agencia también planeó asesinarlo, y llegó hasta a preparar una sustancia para envenenarlo. La idea se abandonó “más por consideraciones pragmáticas que por escrúpulos morales" (32).

Después de la muerte de Magsaysay en un accidente aéreo en 1957, otros políticos filipinos y partidos fueron evaluados por la CIA como clientes, o se ofrecieron para ello. Uno de estos últimos fue Diosdado Macapagal, quien se converitiría en presidente en 1961. Macapagal habia suministrado a la CIA información política durante varios años y, llegado el momento, pidió, y recibió, lo que sentía que merecia: un fuerte apoyo financiero para su campaña. (El Reader's Digest llamó a estas elecciones “una verdadera demostración de democracia en acción” (33)).

Irónicamente, Macapagal había sido el más amargo opositor a la intervención norteamericana en la elección de Magsaysay en 1953, e hizo alusiones frecuentes a la ley filipina: “Ningún extranjero deberá ayudar a ningún candidato de forma directa o indirecta o participar o influir en modo alguno en las elecciones" (34).

Todavia más irónico era que en 1957 el Gobierno filipino adoptó una ley, a las claras escrita por los norteamericanos, que ilegalizaba tanto al Partido Comunista como a los huks, y daba como una razón para hacerlo que estas organizaciones buscaban colocar al gobierno “bajo el control y dominio de un poder extranjero” (35).


Bandera del Hukbalahap ("Huk")
Hacia 1953, los huks se habían dispersado y desmoralizado, ya no constituían una amenaza seria, aunque su muerte seria gradual en los años siguientes. Es difícil asegurar en qué medida su decadencia se debió a las fuerzas militares que los combatieron, a los poco ortodoxos métodos de Lansdale, o al eventual debilitamiento de los propios huks, por enfermedades y desnutrición a causa del empobrecimiento del campesinado. Mucho antes del desenlace, un gran número de ellos carecía también de armas y municiones y de equipo bélico apropiado, lo que lleva a cuestionar las tan repetidas acusaciones de ayuda soviética y china hechas por autoridades filipinas y norteamericanas (36). Edward Lachica, historiador filipino, ha escrito: “El Kremlin sólo ayudó con palabras al movimiento comunista en Filipinas, elogiando a los huks por formar parte de la ‘lucha global contra EE.UU.’, pero sin ofrecer apoyo material” (37).

“Desde la destrucción del poder militar de los huk [anotó George Taylor] el programa político y social que hizo posible este logro ha sido echado a un lado en gran medida” (38).

No obstante, la fortaleza norteamericana estaba segura en el sudeste asiático. Desde las Filipinas se enviarían tropas por aire y por mar hacia Corea y China, Vietnam e Indonesia. El Gobierno filipino enviaría combatientes a pelear junto a EE.UU. en Vietnam y Corea. Desde las bases en las islas, la tecnología y el arte de la contrainsurgencia serían impartidos a los soldados de otros aliados en el Pacífico.



William Blum
Digitalización, imágenes y arreglos:


Notas del blog
(1) Viñeta de cabecera, de Louis Dalrymple (1866-1905). Fuente: Wikimedia, versión en inglés.
Descripción. Caricatura que muestra al Tío Sam enseñando a cuatro niños etiquetados como Filipinas (que se parece al líder Filipino Emilio Aguinaldo), Hawai, Puerto Rico y Cuba, delante de niños que llevan libros etiquetados como distintos estados de Estados Unidos. En la parte de atrás hay un niño nativoamericano con un libro al revés, un niño chino en la puerta y un niño negro limpiando la ventana. Sobre la puerta se lee "Los Estados Confederados rechazaron aceptar ser gobernados, pero la Unión fue preservada sin su consentimiento". Originalmente publicada en las páginas 8-9 del número del 25 de enero de 1899 de Puck magazine.
Leyenda. Comienza la escuela. El Tío Sam (en su nueva clase de Civilización): Ahora, niños, ¡tenéis que aprender estas lecciones sobre lo que queréis y lo que no! Pero solo tenéis que echar un vistazo a los niños delante de vosotros y recordar que muy pronto os sentiréis tan contentos de estar aquí como ellos.
Pizarra. El consentimiento de los gobernados es bueno en teoría, pero verdaderamente excepcional. Inglaterra ha gobernado sus colonias aceptasen o no. Al no esperar su consentimiento ha avanzado enormemente en la civilización del mundo. Estados Unidos debe gobernar sus nuevos territorios con o sin su consentimiento hasta que puedan gobernarse por sí mismos.
Póster. Los Estados Confederados rechazaron aceptar ser gobernados, pero la Unión fue preservada sin su consentimiento.
Libro. Estados Unidos - Primera lección sobre el Autogobierno
Nota (en la mesa). La nueva clase - Filipinas Cuba Hawai Puerto Rico

Notas del capítulo

(1) Charles S. Olcott: The Life of William McKinley. Vol. II, Boston, 1916, pp. 100-111; tomado de una charla dada a un grupo de visitantes de la Iglesia Metodista Episcopal.
(2) Acerca de las acciones norteamericanas contra los huks durante la Segunda Guerra Mundial: 
a) D. M. Condit, Bert H. Cooper Jr., et al: Challenge and Response in Internal Conflict. Vol. I The Experience in Asia. Center for Research in Social Systems, The American University, Washington D.C., 1968, p. 481. Investigación realizada por el Departamento del Ejército.
b) Luis Taruc: Born of the People. New York, 1953 (aunque completado en junio de 1949), pp. 147 -162, 186-211. Autobiografia del comandante de los huks que se rindió al Gobierno en 1954.
e) William J. Pomeroy: An American Made Tragedy, New York, 1974, pp. 74-77. Pomeroy es un norteamericano que prestó servicio en Filipinas durante la guerra, en la cual hizo contacto con los huks. Después de la guerra regresó a combatir junto a ellos hasta que fue capturado en 1952. 
d) George E. Taylor: The Philippines and the United States: Problems of Partnerships. New York, 1964, p. 122 (ver nota 13).
e) Eduardo Lachica: Huk: Philippine Agrarian Society in Revolt. Manila, 1971, pp. 112-113, 116-117. 
f) Philippines: A Country Study. Foreign Area Studies, The American University, Washington D.C., 1983-84, p. 43. Preparado por el Departamento del Ejército.
(3) Taruc, capítulo 22; Pomeroy, pp. 77-78; Taylor, pp. 116-120. 
(4) New York Times, 19 de diciembre de 1952, p. 13.
(5) Philippines: A Country Study, p. 44.
(6) New York Times, 5 de enero de 1946, p. 26. 
(7) Audiencias ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara en sesión ejecutiva efectuada el 7 de junio de 1946, hecha pública en 1977, p. 31. Arnold era delegado asistente del jefe de Estado Mayor, División de Operaciones, Estado Mayor General del Departamento de Guerra. 
(8) Sobre las protestas de los militares norteamericanos: New York Times, 8 de enero de 1946, p. 3; 11 de enero, p. 4; para mayor información ver Mary-Alice Waters: GI's and the Fight Against War, New York, 1967, folleto publicado por la revista Young Socialist.
(9) New York Times, 20 de mayo de 1946, p. 8; 2 de junio, p. 26; 4 de junio, p. 22 (carta de Tomás Confessor, destacada figura política filipina, que describe en detalle la ilegalidad de privar a los diputados de sus escaños); 18 de septiembre, p. 4; 19 de septiembre, p. 18; Pomeroy, p. 20; Taruc, pp. 214-227; Lachica, pp. 120-121.
(10) New York Times, 12 de marzo de 1947, p. 15. Las palabras son las utilizadas por el diario; Lachica, p. 121.
(11) Pomeroy, p. 28, explica cómo ocurrió todo esto.
(12) Taruc, capítulos 23 y 24; Pomeroy, p. 78; el Ejército filipino informó que sus incursiones en las áreas huks durante el mes siguiente a las elecciones habían ocasionado 600 muertes (New York Times, 20 de mayo de 1946, p. 8), pero no se hizo diferenciación entre las bajas militares y las civiles en lo publicado por la prensa; ver igualmente Lachica, p. 121.
(13) Taylor, pp. 114 y 115. El libro fue publicado por Frederick A. Praeger, Inc. para el Consejo de Relaciones Exteriores, el tanque pensante de superalto nivel cuyos oficiales y directores en aquel tiempo incluían a Allen Dulles, David Rockefeller y John J. McCloy. Según se reveló más tarde, Praeger publicó varios libros en los 60 bajo el auspicio de la CIA. El aquí mencionado, aunque razonable en la mayoría de los temas, se vuelve pueril y semihistérico al hacer referencia a los huks o al “comunismo”.
(14) Departamento de Estado: Treaties and Other International Agreements of the United States of America, 1776-1949. Washington, 1974, pp. 84-89; Pomeroy, pp. 21-23; Taylor, p. 129. 
(15) New York Times, 1 de julio de 1946, cincuenta millones aportados; 11 de febrero de 1950, p. 6, ciento sesenta y tres millones y medio aportados bajo el acuerdo de 1947.
(16) Edward G. Lansdale: In the Midst of Wars. New York, 1972, passim; Stephen Shalom: "Counter-Insurgency in the Philippines”, en Daniel Schirmer y Stephen Shalom, eds.: The Philippine Reader, Boston, 1987, pp. 112-113.
(17) William Worden: “Robin Hood of the Islands”, en Saturday Evening Post, 12 de enero de 1952, p. 76. 
(18) Lansdale, pp. 24-30, 47.
(19) Joseph Burkholder Smith: Portrait of a Cold Warrior. G. P. Putnam’s Sons, New York, 1976, p. 95 (ver nota 30 sobre la trayectoria de Smith).
(20) Lansdale, pp. 72-73.
(21) Ibid., pp. 47-59. 
(22) Ibid, pp. 70-71, 81-83, 92-93; Smith, p. 106; Taruc, pp. 68-69; para descripciones más detalladas de esta campaña de propaganda ver Shalom, pp. 115-116. 
(23) Coronel L. Fletcher Prouty, de la Fuerza Aérea de EE.UU. (ret.): The Secret Team: The CIA and its Allies in the Control of the World. Ballantine Books, New York, 1974, pp. 38-39.
(24) Ibid., pp. 102-103.
(25) Smith, p. 95, citando al oficial de la CIA Paul Lineberger.
(26) New York Times, 16 de octubre de 1953, p. 26.
(27) Entrevistas realizadas por Thomas Buell a Ralph Lovett, jefe de la estación CIA en Filipinas a principios de los 50, y a Lansdale; citadas en Raymond Bonner: Waltzing With a Dictator: The Marcoses and the Making of American Policy. New York, 1987, pp. 39-40. Ver también New York Times, 31 de marzo de 1997, p. 1.
(28) Bonner, p. 41.
(29) Sherman Adams: Firsthand Report. New York, 1961, p. 123.
(30) Para una descripción general detallada de la manipulación de la vida política filipina por parte de la CIA, y de Magsaysay en particular, ver Smith, capítulos 7, 15, 16 y 17. Smith era un oficial de la CIA que, a principios de los 50, trabajaba en la división del Lejano Oriente, que incluía a Filipinas, relacionado con cuestiones de la guerra política y psicológica.
(31) Smith, p. 280. 
(32) Entrevista de Buell a Lovett (ver nota 27) citada en Bonner, p. 42.
(33) Reader's Digest, abril de 1963, artículo titulado “Democracy Triumphs in the Philippines”.
(34) Smith, p. 290.
(35) Moción No. 6584 de la Cámara, Ley de la República No. 1700, aprobada el 20 de junio de 1957. 
(36) Acerca de las condiciones de los huks: New York Times, 3 de abril de 1949, p. 20; 30 de junio de 1950, p. 4. 
(37) Lachica, p. 131.
(38) Taylor, p. 192.



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Textos de William Blum en castellano en otros sitios.

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Índice del libro
(Los capítulos con hipevínculo están publicados en el blog; pulsa sobre ellos para acceder al contenido)

5. Corea 1945-1953: ¿fue todo lo que pareció ser?
6. Albania 1949-1953: el correcto espía inglés.
7. Europa del Este 1948-1956: operación factor fragmentante.
l0. Guatemala 1953-1954. Con el mundo por testigo.
11. Costa Rica. Mediados de los 50. Tratando de derribar a un aliado. Parte I.
12. Siria 1956-l957. Comprando un nuevo gobierno.
13. Medio Oriente 1957-1958. La Doctrina Eisenhower reclama otro patio para Norteamérica.
16. Guayana Británica 1953-l964. La mafia sindical internacional de la CIA.
20. Camboya 1955-1973. El príncipe Sihanouk camina en al cuerda floja de la neutralidad.
21. Laos 1957-1973. L’Armée Clandestine.
22. Haítí 1959-1963. Los marines desembarcan de nuevo.
23. Guatemala 1960. Un buen golpe merece otro.
24. Francia-Argelia. Años 60. L’état, c’est la CIA (El Estado es al CIA).
26. El Congo 1960-1964. El asesinato de Patricio Lumumba.
27. Brasil 1961-1964. Presentando el maravilloso mundo de los Escuadrones de la Muerte.
28. Perú 1960-1965. Fort Bragg se traslada a al selva.
29. República Dominicana 1960-1966. Deshacerse de la democracia para salvarla del comunismo.
32. Ghana 1966. Kwane Nkrumah se sale de la línea.
33. Uruguay 1964-1970. Tortura, tan norteamericana como el pastel de manzana.
36. Bolivia 1964-l975. Tras la huella del Che Guevara en la tierra del coup d´état.
37. Guatemala. 1962 hasta los 80. Una “solución final” menos publicada.
38. Costa Rica 1970-1971. Tratando de derribar a un aliado, parte II.
39. lraq 1972-1975. Las acciones encubiertas no deben ser confundidas con trabajo de misioneros.
40. Australia 1973-1975. Otra elección libre que muerde el polvo.
4l. Angola. 1975 hasta los años 80. El juego de póker de las grandes potencias.
42. Zaire 1975-1978. Mobutu y la CIA, un matrimonio hecho en el cielo.
43. Jamaica 1976-1980. El ultimátum de Kissinger.
45. Granada 1979-1984. La mentira, una de las pocas industrias surgidas en Washington. 
46. Marruecos 1983. Una jugada sucia con vídeo.
47. Surinam 1982-1984. Una vez más el famoso cubano.
48. Libia 1981-1989. Ronald Reagan encuentra la horma de su zapato.
50. Panamá 1969-1991. Traicionando a nuestro suministrador de drogas.
52. Iraq 1990-1991. El holocausto del desierto.
54. El Salvador 1980-1994. Derechos humanos al estilo de Washington.
55. Haití 1986-1994. ¿Quién me librará de este cura revoltoso?
Notas 
Anexo 1. Así es como circula el dinero.

William Blum, Asesinando la esperanza. 
Portada y contraportada edición en castellano. 
Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005.





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