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lunes, 16 de septiembre de 2013

Lo que hemos ganado perdiendo las Olimpiadas Madrid 2020. Gracias, señores del COI.


Pertenezco al grupo de españoles que respiró aliviado cuando los responsables del inefable COI comunicaron que la candidatura de Madrid para albergar los Juegos Olímpicos de 2020 quedaba eliminada en la primera vuelta, perdiendo frente a Estambul y a Tokyo. Los señores del COI acabaron así, de un plumazo, con la euforia nacional-periodística que nos invadió durante los últimos meses. Se me ponía la piel de gallina solo de pensar en los miles de "gúrteles" que podrían crearse de aquí al 2020, en las redes de corrupción renovada que se pondrían en marcha para hacerse con las partes más jugosas de un "pastel" gigantesco, y para que este país... una vez terminados los eventos deportivos... se despertase una vez más sintiéndose víctimas de una nueva estafa "a la griega". Por todo ello, gracias una vez más a los señores del COI.. (por cierto, ¿quién elige a estos todopoderosos señores???).

Pues bien, una vez pasada la euforia y el mal trago, comprobamos que el mundo periodístico sigue sin capacidad de respuesta, dolido por lo mal que nos tratan "los de fuera". Entre tantas lineas y crónicas huecas sobre el presunto fracaso reaparece, una vez más, el análisis tan subjetivo como certero de Gregorio Morán, un veterano columnista que, desde sus "sabatinas" de "La Vanguardia", nos permite reconciliarnos con un oficio de "escribidor" tan desacreditado en los últimos años.

De seguido reproducimos el artículo de Gregorio Morán, publicado el pasado sábado, 15 de septiembre de 2013, en "La Vanguardia".






¡¡¡ Qué alivio !!!

¿Hubo alguien con cierta capacidad mental, es decir, un ciudadano responsable ajeno al rebaño, que no sintiera alivio al saber que Madrid no iba a ser sede de los Juegos Olímpicos? Entendámonos. Un país en quiebra, con unos partidos políticos convertidos en competidores de los servicios de recogida de basuras, con una juventud en estado de desahucio y sin necesidad de tener vivienda, literalmente desesperada, una economía donde se manipulan datos y se exhiben 31 individuos que han dejado unas listas del paro que alcanzan a varios millones y que ¡anuncian un cambio de tendencia! Los que se deslizaron por esa tela de araña digna del elefante de la canción infantil deberían ser registrados en el anuario de la infamia; recién entregados mil y pico millones de euros a la banca para que pueda seguir pagando a sus ejecutivos según los estándares de Wall Street. Podría seguir añadiendo detallitos y me quedaría corto.

Nos falta el valor ciudadano suficiente para exigir las cuentas de lo que se gastaron en publicidad y en una promoción más falsa que nuestro presidente del Comité Olímpico, don Alejandro Blanco, un chorizo de Ourense. La prensa -alemana, por supuesto- le ha descrito como un delincuente académico, que no sólo “compró” su tesis doctoral, sino que colocó a la presunta redactora en no sé qué alto cargo de nuestras instituciones deportivas.

El Deporte, el Fútbol, las Grandes Competiciones -así, todo en mayúsculas- se anuncian ya como el gran negocio mafioso del siglo XXI. Estamos en ello. Porque la gente en épocas de aflicción quiere hacerse aún más idiota de lo que es, y como antaño tenían a mano a la Virgen de Fátima o la de Lourdes, consideran ahora que su equipo, llámese Barça o Real Madrid, o Oviedo, o Rancatapinos de Abajo, les otorga unas satisfacciones que evocan tanto las masturbaciones de nuestra adolescencia como las frivolidades de Manolo Vázquez Montalbán o el uruguayo Eduardo Galeano. Cuando en Buenos Aires me contaron que Maradona era un ídolo de la gente del plomo y la radicalidad, fui consciente de que era ineludible que la izquierda se sentara en el diván freudiano. Esa frase memorable de los hinchas cuando aseguran, convencidos de su gran papel histórico, “hemos ganado” me parece tan patética como si el que vende cupones prociegos a la puerta de una sucursal bancaria asegurara que “hoy ha superado nuestro banco el índice de cotización que le coloca en el ranking de los más rentables”. Hemos perdido el concepto de clase. Somos subalternos con conciencia de mayordomos voluntarios.

Tendría que aprender a escribir sobre la sensibilidad del portero ante el penalti, sobre los niños impertinentes en los restaurantes, sobre los higos, mi fruta favorita, ahora que están en sazón. Pero me llega tarde, me he hecho mayor y mi disco es de vinilo; no admite cambiar de músicas. ¡Qué gran reportaje se hubiera podido hacer sobre esa aspiración española a los Juegos Olímpicos! Ni los trileros conseguirían una tan perfecta conjunción entre el que maneja las chapas y la bolita, y los que están al quite para dar el agua y salir corriendo cuando se acerca la pasma. Una representación a gran escala, en Buenos Aires.

¡Cuánto dinero se habrá repartido entre periodistas haciendo de apostadores para tentar al paleto sobre dónde se esconde la pelotita! Y luego los publicitarios, los agentes de intermediación, los expertos en el engrase y afeitado de los miembros del COI, veteranos del sobre en forma de reliquia; las reliquias nunca aseguran su procedencia. Muerto Samaranch, se perdió la veteranía en el negocio. Estos nuevos, apenas salieron de los másters, se echaron a creer que el mundo era suyo. ¿Sabremos algún día cuánto nos costó el fiasco? De todos modos, menos que la parafernalia olímpica, las instalaciones por terminar -futuros museos de la corrupción-, las comunicaciones.

Somos un país en caída libre, que es como se llama a quien no tiene donde agarrarse. Si creen que exagero, estoy dispuesto a que pasemos lista. Tenemos un presidente de Gobierno formado en la escuela de muñecos ventrílocuos de Mari Carmen, aquella que salía en la tele; momento que aprovechaban los espectadores para ir al lavabo. Me acuerdo de que movían la mandíbula y daban una impresión de simpleza absoluta, pero no había persona que no se preguntara quién carajo había puesto allí aquel esperpento. Pues lo mismo. En España los líderes que más duran son aquellos que los expertos consideran que serán breves. El presidente Rajoy es un modelo. ¿Acaso hay alguien que le pueda hacer sombra?

Hay quien habla de Cánovas y Sagasta, del turno de partidos y de la Restauración, cosa en verdad sorprendente cuando no hay nada que restaurar. O se barre con todo esto o vamos a tener problemas. Y no sólo los de abajo, porque los problemas se hacen tales cuando afectan a los de arriba. A los de abajo se les aplica la ley, a los de arriba la excepción, en atención a sus méritos patrióticos. ¿O acaso no es un mérito haber arruinado un país y que nadie les haya metido en la cárcel? El conocido maestro de historiadores y egregio tartufo Josep Fontana decía que mientras Rato no estuviera en la cárcel no habría credibilidad alguna. Hubiera sido lo adecuado, tratándose de hombre tan supuestamente preocupado por la precisión, que para evitar la tartufería añadiera a Fèlix Millet, porque si no el equilibrio se rompe y la supuesta audaz exigencia se vuelve inocua, por parcial y falsificada. ¿Se acuerdan de la invención catalana de la “pena de telediario”, que una consejera de Justicia consideró humillante? Fue la única que sufrieron y así y todo los impartidores de justicia las consideraban excesivas para unos caballeros tan de “casa nostra”.

Es una parodia sarcástica que un país conocido en el mundo entero por la más elaborada red de dopaje se atreva a plantearse unos Juegos Olímpicos.

Sería como una casa de putas proponiendo un congreso mariano en sus instalaciones. Y en este caso, sin dinero para adecuarlas a menos que se recorten aún más las partidas dedicadas a los ancianos, los parados, los jóvenes, los hospitales… ¿Cómo es posible que media ciudadanía no haya salido para denunciar esta desfachatez? Porque el deporte son votos y la fauna política lo sabe. Posiblemente sea un tema general. No podemos enfrentarnos a la estupidez de masas. Es como en los partidos de fútbol, como en las competiciones de alto voltaje, como en las finanzas, como en los periódicos… Nadie está dispuesto a decir algo que la sociedad no quiera oír. Una pregunta: ¿son más exigentes los rebaños o las piaras?

Entre las genialidades sobre tema tan actual y desabrido, las más preclaras se deben a los dos alcaldes capitalinos. La de Madrid, con su café con leche universal y su inglés patético incluso para los que no lo hablamos, pero sobre todo por su silencio en torno a los líos de su partido, que acabarán en nada, como el Palau y el caso Nóos, gracias a la equilibrada potencia y probidad reconocida de nuestra judicatura -¿saben que los jueces de la época de Pinochet han pedido disculpas? Inténtelo usted aquí y le caerá un puro de los que no le defenderá ni su periódico, como es de costumbre últimamente-. Pero Ana Botella propuso algo que me parece un síntoma de los tiempos políticos que vivimos: como las juventudes de los partidos siempre están creando problemas, anulémoslas. Los partidos políticos son para adultos, y si no, que se lo pregunten a Bárcenas.

Pero debo al doctor Trias, alcalde de Barcelona, la frase del siglo: “Sólo Barcelona puede competir con Tokio”. Teniendo en cuenta que en 1992, en los Juegos Olímpicos de Barcelona, el Dr. Trias ni siquiera soñaba con ser alcalde y hablaba castellano porque no sabía catalán, resulta un ejercicio no exento de desvergüenza: un converso dispuesto a ganarse la gloria adulando al mismo personal que desdeñó durante la mayor parte de su vida.

El día que demos por terminado este Festival de los Idiotas, serán conscientes de que se nos acabó el miedo.

Gregorio Morán 
La Vanguiardia, 14-09-2013.

                                                                                                      




Gregorio Morán nació en Oviedo, en 1947. Estudió Arte Dramático en Madrid y más tarde, durante su exilio, en París. Militante del PCE durante la dictadura y hasta pocos meses antes de su legalización, Morán comenzó en el periodismo en el entonces clandestino "Mundo Obrero", que llegaría a dirigir. El periodista ovetense pasó luego por publicaciones como "Opinión", "La gaceta del Norte", "Diario 16", "El País" o "La Vanguardia", donde actualmente publica una columna todos los sábados. Es autor de libros como "Adolfo Suárez: ambición y destino", (2009); "Asombro y búsqueda de Rafael Barret", (2007); "El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo", (1998); "El precio de la transición", (1991); "Miseria y grandeza del PCE. 1939-1985", (1986).

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