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lunes, 22 de septiembre de 2014

El debate sobre las convergencias. (2) Mareando la perdiz. La izquierda y el frentismo.



En enero de 1936, los partidos de izquierdas agrupados
 en el Frente Popular, obtuvieron la mayoría absoluta en las elecciones.



"La unidad de la izquierda es un lastre"
(Santiago Alba Rico,
 destacado miembro fundador de Podemos)


Sin duda, la derecha más cavernaria aplaudiría con las orejas la cita de Alba Rico que encabeza esta entrada del blog. Si le hacemos caso, la búsqueda de la unidad de la izquierda es un absurdo, o un "lastre" como dice textualmente. En realidad Podemos insiste mucho en esta idea que niega la necesidad de buscar esa unidad de acción dentro de la izquierda.

Sin embargo, la unidad de acción es un desiderátum que la mayoría compartimos, con todas las diferencias y matices que queramos y que son muchos. Una unidad de acción que no significa necesariamente -ni mucho menos- la unidad orgánica. Y si hablamos de unidad de acción, estamos hablando de algo previo: de convergencia (o, si os gusta más el término, de confluencia). 

Uno de los muchos vicios de la izquierda es el gusto por ciertas discusiones bizantinas, por darle vueltas y más vueltas a cosas que difícilmente admiten debate por resultar muy obvias. Y es que a veces nos encanta marear la perdiz con ciertos temas. Uno de ellos es la cuestión del frentismo como estrategia para la praxis política. El frentismo - que ¡ojo!... admite modalidades muy distintas - en tanto que existe para buscar la unidad de acción, implica la idea de "convergencia" como antes señalaba. El término últimamente está en exceso manoseado y quizás sometido a usos cuestionables, pero básicamente lo que indica es que diferentes partes -que persiguen unos objetivos comunes- alcanzan un acuerdo de cooperación para facilitar el logro de tales objetivos (es decir, se buscan y se crean sinergias). 

Es diferente la discusión en torno a cómo plasmar esa necesaria convergencia, cómo darle contenido, cómo articularla y gestionarla, con quiénes debe hacerse, cuándo, etc. Estos últimos aspectos y otros que luego mencionaré, sí resultan pertinentes y exigen ser discutidos, pero... ¿discutir el punto de partida, acaso no supone marear la perdiz? Yo creo que sí. ¿Y por qué me parece tan obvio este punto de partida? Veamos...


La aplastante lógica del frentismo (en sentido amplio).

Quede claro que hablo de frentismo en un sentido muy amplio. Vamos a fijar esquemáticamente una serie de items políticos básicos.

Partamos de una primera premisa: la izquierda es variada, pero a pesar de su diversidad existe un común denominador: la aspiración a superar el capitalismo. Es algo en lo que creo que todos estamos de acuerdo. Luego podremos tirarnos los trastos a la cabeza y llamarnos de todo: que si el otro es revisionista, que si es dogmático, iluminado, reformista... Todo cuanto os dé la gana; pero por encima de esos cariños dialécticos que tanto nos gusta utilizar para zurrar al "otro" (verbalmente, se entiende), existe ese punto de vista nuclear que compartimos y en torno al cual desarrollamos diferentes identidades y sensibilidades políticas de izquierdas.  

A partir de lo anterior solo existen dos vías para alcanzar esa meta compartida por las diversas izquierdas:
  • A) La que podemos denominar como ruptura revolucionaria.
  • B) La vía de las transiciones sucesivas partiendo de lo existente. Una vía que, antes o después, exigirá de la primera en el proceso histórico.
Salvo que nos guste soñar despiertos, hoy por hoy la primera es pura entelequia, aunque a muchos les sirva de refugio para huir de la realidad, viéndose atrapados sin darse cuenta en un mundo onírico que han ido creando a base de fantasías políticas. Porque es verdad que hay quien considera (los menos) que esto es posible, si hoy no... quizás mañana, o la semana que viene, o la siguiente... Pero al final nos hacemos viejos esperando que la revolución entre en la estación, y nos llevan en una caja al cementerio sin haber escuchado el dulce pitido de la locomotora. Eso sí, muy dignos de no habernos manchado las manos como los odiosos revisionistas

Quiero decir que si somos realistas habremos de aceptar que ni existen condiciones para que una ruptura revolucionaria tenga lugar, ni tan siquiera organizaciones capaces de ayudar a crear/impulsar tales condiciones. 

De manera que, nos guste o nos disguste, no queda otra que la segunda vía. Siempre teniendo en cuenta que supone un camino tan largo e incierto que quizás nosotros nunca lleguemos a ver alcanzada la meta final; lo que no es disculpa válida para no luchar por ello (la moral socialista nos exige luchar por el Socialismo aunque no lleguemos a verlo).

No falta gente que se sigue rasgando las vestiduras ante esta vía de las transiciones. Lo curioso es que la mayoría de estos críticos (salvo los anarquistas y algunos otros) adoptan una postura esquizofrénica. Lo afirmo porque no tienen problema en defender la vía de las transiciones en algunos países de América Latina, pero luego aquí niegan su validez y lanzan sapos y culebras contra los que sí defendemos dicha vía aquí.

Demos pues por válida la segunda premisa: hoy por hoy no hay más vía que la búsqueda de transiciones.

¿Qué implica esta vía? Lo que implica es ser capaces de dar respuesta a problemas concretos que se dan en lo cotidiano, respuestas detalladas a corto y medio plazo. ¿Cómo? Pues a través de programas políticos muy precisos y específicos, cuya vigencia es de corto y medio plazo pero que, planteados con inteligencia política, pueden preparar el camino para objetivos más ambiciosos a largo plazo.

Entiendo que desde el punto de la vista de la estética revolucionaria, puede resultar muy prosaico y poco atractivo emplear tiempo y energía en el trabajo político que supone, por ejemplo, discutir un presupuesto municipal, un plan de urbanismo, cualquier normativa municipal o lo que sea... Lo mismo si hablamos de medidas políticas a nivel autonómico y central. Pero por muy gris que nos parezca, eso es necesario, es lo que da cuerpo a los contenidos de los programas políticos y en eso consiste su aplicación y gestión.   

Fijemos, pues, la tercera premisa: la acción a corto y medio plazo exige de tales programas políticos

Imaginemos que ya hemos sido capaces de desarrollar unos programas fabulosos, estupendos... pero hay que tener una cuota de poder institucional para implementarlos o, al menos, para negociar su implementación parcial (eso es la política, mal que le pese a más de uno). Es decir, se impone plantear la batalla electoral. Llegados a este punto, existen dos alternativas:
  • A) Optamos por la vía del partido clásico de masas, por la vía de un partido que es capaz de imponer su hegemonía consiguiendo la mayor parte del voto de los trabajadores.
  • B) Optamos por estrategias de convergencia, basadas en unir esfuerzos en torno a los programas concretos que antes detallábamos.
Me parece muy obvio que lo primero ni existe ni hay indicios de que pueda existir en mucho tiempo. Personalmente me gustaría que fuese lo contrario y que existiese un partido así, pero el deseo choca con la realidad. 

Por el contrario, lo que sí existe es una izquierda fragmentada y diversa ideológica y orgánicamente. Entonces, una de dos: o sacamos la navaja y empezamos una lucha fraticida peleándonos por el mismo hueso, o aplicamos el sentido común, que es tratar de alcanzar una estrategia de cooperación. 

Por tanto, fijemos una cuarta premisa: la imposibilidad, hoy por hoy, de crear un partido hegemónico, obliga necesariamente a estrategias de convergencia¡Ojo! Esto no quiere decir que no se luche simultáneamente para intentar construir un partido de masas; en el caso de las militancias comunistas sobre todo, es un objetivo irrenunciable y deben trabajar por ello, en paralelo al trabajo político frentista (al final volveré a referirme a esto).

Así pues, desde un punto de vista práctico, la única forma de ir alcanzando objetivos y metas concretas, de ir convirtiendo en realidad los contenidos de esos programas que mencionaba, es juntando esfuerzos con aquellos que comparten tales metas. Es decir, mediante procesos de convergencia.

Concluyendo... La estrategia política basada en alguna modalidad de frentismo, nos podrá gustar mucho o poco: pero no queda otra
  






Si el debate no es confluencia sí / confluencia no, ¿cuál es entonces?

Decíamos que el problema no es tanto el punto de partida como en qué se concretan esos procesos de convergencia o de confluencia. Plantearé a continuación lo que en mi opinión son cuatro o cinco aspectos cruciales, entre otros muchos que también podríamos mencionar.

1º) Cualquier proceso de esta naturaleza debe ser aprobado por las bases.
Haré referencia a lo que sucedió recientemente en Madrid con IU, aunque advierto que no conozco el caso a fondo más allá de lo que todos hemos podido leer por los periódicos (en concreto seguiré lo difundido por el diario.es).

Hace unos días, la Ejecutiva de IUCM aprobó la confluencia de IU con otras fuerzas en lo que se llama "Ganemos Madrid", pensando en las elecciones municipales. No voy a entrar en si es positivo o negativo, si es necesario o no... No entro en esa cuestión. Lo que planteo es que una decisión de ese calado debe ser aprobada por las bases.

Lo mismo cabe decir de cualquier proceso que implique convergencia política (incluyendo pactos post-electorales). Y aunque me haya referido al ejemplo de IU, por supuesto todo esto es extensible a cualquier organización.

2º) ¿Se puede converger sin saber en qué?
Antes justificábamos los procesos de confluencia a partir de contenidos programáticos que se comparten. Por lo tanto, carece de sentido plantear una confluencia entre partes sin que previamente se establezcan contenidos, sin determinar antes el programa concreto que se va a defender. Es decir, no podemos poner el carro delante de los bueyes.  Y no valen generalidades del tipo "lo importante es echar al PP", sino que se trata de saber qué programas justifican la unidad de acción política.

3º) ¿Cuál es la amplitud del arco ideológico en el que se plantea la convergencia?
Aunque al respecto tengo mi propia idea, prefiero no expresarla. Sí menciono que es un aspecto cuya discusión resulta razonable. Pondré un ejemplo exagerado (y casi imposible de darse) para que se entienda. Imaginemos un proceso de convergencia local de cara a unas elecciones municipales. Si un grupo neonazi dice compartir el programa que se va a defender, ¿habría que converger con dicho grupo? Obviamente no. 

Es decir, el programa, siendo esencial y motor de un proceso de convergencia, no lo es todo. Hay más cosas.  Por eso es normal que las bases se planteen cuál es el arco ideológico al que debe abrirse su organización. ¿Se puede converger con organizaciones que no son de izquierdas? ¿O con organizaciones de las que seguimos sin saber a día de hoy si son chicha o limoná? Sin pronunciarme al respecto, considero lógico y entiendo que las militancias se planteen el tema.

4º) Los procesos de convergencia inestables, acaban pasando factura al transmitir al electorado una imagen de oportunismo.

Esto Izquierda Unida lo ha vivido. No considero de recibo que haya organizaciones que ahora convergen con IU porque les interesa, que mañana convergen con otros porque creen que van a sacar más tajada, y pasado vuelven a converger con IU por los mismos motivos... Fijaros que aquí el motor que les mueve a converger ya no es un asunto de programas, sino de oportunismo, de buscar más cuota de poder, de intereses personales... Nada más mezquino que eso. 

De ahí que considere que en el debate sobre las confluencias, se valore también este tema: la estabilidad de los acuerdos entre organizaciones. Los procesos políticos de convergencia, deben ser procesos encaminados a conseguir una representación institucional que permita la implementación de programas, no una feria o un mercado en el que cada cual toma una decisión pensando en su beneficio personal o partidista.

5º) ¿Cuál es la amplitud de acuerdo programático que justifica un proceso de confluencia?
Al comienzo decía que la idea de convergencia básicamente indica que diferentes partes alcanzan un acuerdo de cooperación para lograr objetivos comunes. 

Ahora bien, habrá que determinar si aquello en lo que se está de acuerdo y que se va a defender en un programa, justifica o no una convergencia política, ya que se puede dar el caso de que los objetivos compartidos sean insuficientes. De ahí que esto sea también un tema de razonable objeto de debate.

Para ilustrar la idea, vayamos a un ejemplo de intersección de tres conjuntos. El área de cada conjunto representa el contenido programático de cada organización. La intersección (color azul) representa los objetivos compartidos entre las tres organizaciones. Cuando aquellos objetivos compartidos son muchos (ejemplo figura A), tiene más lógica la convergencia que en el caso contrario (figura B): 


Por lo tanto, aquí la pregunta pertinente es a partir de qué amplitud de objetivos compartidos se justifica un proceso de convergencia.

Podríamos mencionar otras cuestiones que también son necesarias en el debate. Pero en definitiva lo que quiero subrayar es que la cuestión no es convergencia sí o no, sino qué contenidos programáticos se ponen encima de la mesa, cómo articularla y gestionarla, con quién se debe converger, en qué circunstancias, quién debe decidirla, etc.


La tradición frentista de la izquierda. Izquierda Unida.

Dicho todo esto, es bueno recordar que la tradición frentista está profundamente arraigada en la izquierda de la mayoría de los países. Los ejemplos son tan abundantes que ni merece la pena recordarlos. España no ha sido una excepción. Históricamente en nuestro país, el ejemplo más relevante fue la unión electoral de las izquierdas en el Frente Popular, en 1936.

Incluso en el caso de partidos que a veces algunos citamos por su trayectoria meritoria, también subyace el frentismo. Por ejemplo, a veces hablamos del PCP (Partido Comunista de Portugal), para referirnos a una organización comunista con una trayectoria de trabajo bien hecho, olvidándonos de que salvo en las elecciones constituyentes de 1975 y en las de 1976, el PCP siempre ha ido en coalición, buscando su particular proceso de convergencia.

En España, en tiempos recientes, el caso más relevante de frentismo (en un sentido amplio) ha sido el de Izquierda Unida, siendo además una organización que siempre ha sido más que generosa con sus contrapartes cuando ha buscado convergencias. Habrá muchos que critiquen a IU (en algunas cosas con razón y en otras sin ella), pero si no existiese IU habría que crearla porque responde a la necesidad que tiene la izquierda; y posiblemente, los problemas, conflictos, tensiones, etc., que ahora vemos en IU también se darían en aquello que se crease en su lugar, porque la mayoría de tales problemas son consustanciales a cualquier proyecto ambicioso de convergencia dentro de la izquierda. Esto último, sistemáticamente tendemos a olvidarlo y hay muchos que erróneamente creen que empezando otra vez de cero, se solucionarían los problemas. 


El caso de las organizaciones comunistas. 

Los comunistas siempre han estado en el tipo de procesos de los que hemos hablado. Diría que incluso son quienes más han apostado por el frentismo. Y deben seguir haciéndolo.

Ahora bien. El caso de las organizaciones comunistas es distinto al de cualquier otro partido. Cuando hablamos de procesos de convergencia, estamos hablando normalmente del corto y medio plazo y de estrategias electorales. Pero un partido comunista debe trascender ese electoralismo, debe fijarse unas metas más allá de unas elecciones u otras, superando la coyuntura electoral. El principal trabajo (por tanto, objetivo) que debe asumir un partido comunista, es el de crear bases muy preparadas y cuadros políticos, ya que por su naturaleza está obligado a pensar también -y sobre todo- en el largo plazo. Un partido comunista que sea esclavo del cortoplacismo, antes o después desaparecerá. La creación de bases militantes y de cuadros enraizados en las luchas sociales, en la calle, en el barrio, en los puestos de trabajo, en los centros de enseñanza... ahí es donde están los espacios principales de intervención de un partido comunista. Lo otro está bien y es necesario, pero los comunistas ni pueden ni deben perder la perspectiva que les da razón de ser. No se puede olvidar que el poder popular no se construirá en un parlamento de la democracia burguesa.




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"El debate sobre las convergencias" en una serie de entradas de este blog, dedicadas al tema. Entradas anteriores:



2 comentarios:

  1. Matizemos. Es falso que el mcd de la izquierda sea superar el Capitalismo. El mcd de la izquierda es cambiar las cosas para mejorar la vida de la gente. Cito al filósofo marxista Adolfo Sánchez Vázquez: "Tendríamos así al menos cuatro izquierdas: una izquierda democrática, liberal, burguesa, connatural al sistema capitalista; una izquierda socialdemócrata, que quiere mejorar las condiciones sociales dentro de los marcos de ese mismo sistema; una izquierda social, que es crítica del capitalismo pero no le ve una alternativa, representada sobre todo por los movimientos sociales; y una izquierda socialista, opuesta al capitalismo, que propone una nueva organización de la sociedad."
    Pienso que Sánchez tiene razón, pues he podido constatar que hay liberales críticos con el sistema actual, a los que les repugna el socialismo y el comunismo. También he podido comprobar la existencia de socialdemócratas partidarios de reformas pero no de cambiar el sistema capitalista. A estos no les repugna el comunismo, pero suelen odiar a los comunistas o los consideran unos chalados.

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  2. Dijo Lenin: "Si no eres parte de la solución, eres parte del problema, actúa". IU, PSOE, eQuo, ICV, ... Me parecen parte del problema. Un partido es una herramienta, si no funciona se cambia por otra. ¿Existe hoy el Partido Republicano Radical de Lerroux, el PCUS soviético o la derechista Unión Navarra?Tú dices que los problemas son los mismos. En eso estoy de acuerdo, pero no puedes una y otra vez intentar solucionar un problema de la misma manera. Si un destornillador no me cabe en la ranura de la cabeza del tornillo, cojo un destornillador más pequeño, no insisto a seguir usando el mismo destornillador que no me sirve. Un ejemplo informático: puedes usar notepad.exe para escribir un libro o LibreOffice. ¿Cual de los dos usarías? Notepad ¿Verdad? Es el de siempre, no importa que no puedas maquetar la página, o que no puedas poner títulos. Es el de siempre.
    Siguiendo tu razonamiento Lenin daría gracias a la existencia del Partido Socialista Popular (Populistas rusos), cuando lo que Lenin hizo fue borrarlos políticamente del mapa. Seguir manteniendo partidos progresistas inútiles ocupando el espacio político de la izquierda. Es letal y suicida, porqué tarde o temprano ese espacio abandonado será ocupado por un potente partido fascista.
    La política de confluencia de IU es patética: ¿Qué gana IU en Andalucia? Poltronas. ¿Qué gana ICV en Cataluña? A corto plazo nada. ¿Qué ganó Llamazares pactando con ZP en la primera legislatura del mismo? Casi se carga la propia IU.
    Grabatelo en la sesera con acero: no se puede pactar un Frente Popular con partidos impopulares de derechas como el PSOE, ni se puede pactar un Frente Popular con movimientos antisocialistas como PODEMOS. Y todo esto es una obviedad. Es perder el tiempo y el prestigio a cambio de poltronas como busca Eddy Sánchez. IU pacta con PODEMOS, imagina después de estar meses denigrando a PODEMOS, tendríais que vender dicho pacto a los votantes (No digo a los militantes porqué no cuentan, son autómatas sumisos). Sería a mis ojos vomitivo. Porqué os tendríais que tragar toda la mierda escrita antes sobre PODEMOS. Y a mi me da igual, yo en las municipales voto a la CUP desde que prometió meter a los banqueros en la cárcel y nacionalizar a la banca (Sin mariconadas) No votaré ni a IU, ni a PODEMOS, ni a PSOE, tanto si pactan un FRENTE POPULAR, como si no lo pactan. Pero pienso que sería más patético que lo pactasen.
    No digo que un frente popular no sea necesario, que lo es para desalojar al PP, lo que pasa es que con semejantes socios no se puede pactar.

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