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lunes, 11 de mayo de 2015

Breve historia de la Guerra Fría y el anticomunismo (capítulo introductorio de 'Asesinando la esperanza', de William Blum)


Imagen: Portada de una de las ediciones en inglés del libro de William Blum, Asesinando la Esperanza. Intervenciones de la CIA y del ejército de los Estados Unidos desde la II Guerra Mundial, al cual pertenece el capítulo introductorio que presentamos en esta entrada.


Nota del editor del blog
El texto que sigue es la "Introducción" del libro Asesinando la esperanza.
La publicación de textos de otros autores no significa que los editores del blog compartan todas las valoraciones realizadas por los mismos. En este caso, como editor de la entrada, disiento en alguna valoración que realiza Blum sobre la URSS, pero en términos generales me parece un excelente texto de análisis y un material indispensable para la reflexión. Es evidente que Blum es un intelectual estadounidense progresista aunque no es comunista, lo cual entiendo que otorga un plus al texto que sigue, ya que si lo fuese habría quien, desde la necedad intelectual, le restaría valor por su condición de comunista.
Vigne.

Referencia documental
Blum, William: "Introducción. Breve historia de la Guerra Fría y el anticomunismo", capitulo introductorio del libro Asesinando la Esperanza. Intervenciones de la CIA y del Ejército de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005. Original en inglés:  Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II, Common Courage Press, 2004.

Fuente de digitalización y correcciones (cítese y manténgase el hipervínculo en caso de reproducción): blog del viejo topo.
  
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Asesinando la esperanza
Introducción. Breve historia de la Guerra Fría y el anticomunismo.


Nuestro temor a que el comunismo pueda algún día dominar la mayor parte del mundo nos ha impedido ver que el anticomunismo ya lo ha logrado.
Michael Parenti (1)


Durante los primeros días de la guerra en Vietnam, un oficial vietnamita dijo a su prisionero estadounidense: "Después de la Segunda Guerra Mundial ustedes eran héroes para nosotros. Leíamos libros norteamericanos y veíamos películas norteamericanas y era muy común en esos días decir que se era 'tan rico y tan sabio como un americano'. ¿Qué fue lo que pasó?" (2)

La misma pregunta podía haber sido hecha por un guatemalteco, un indonesio o un cubano durante la década anterior, o por un uruguayo, un chileno o un griego en la década siguiente. La credibilidad y admiración que inspiraron los Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial se fue desvaneciendo país por país, intervención por intervención. La oportunidad de construir un mundo nuevo sobre las ruinas de la guerra, de establecer cimientos para la paz, la prosperidad y la justicia, se desplomó bajo el peso infame del anticomunismo

Ese peso llevaba acumulándose algún tiempo; en verdad, desde el primer día de la revolución bolchevique.  Hacia el verano de 1918, unos trece mil soldados estadounidenses se encontraban en el recién nacido Estado, la futura Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Después de dos años y miles de bajas, las tropas norteamericanas se retiraron sin haber podido cumplir su misión de "estrangular en su mismo nacimiento" el Estado bolchevique, tal como lo expresó Winston Churchill (3).

El joven Churchill era el ministro británico de Guerra y Aire en aquel momento. Fue él quien dirigió la invasión de la Unión Soviética por parte de los Aliados (Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Japón y varias otras naciones), en apoyo al "Ejército Blanco" contrarrevolucionario. Años después, en papel de historiador, Churchill dejaría anotado su punto de vista para la posteridad sobre este episodio singular:
¿Estaban [los aliados] en guerra con la Rusia soviética‘? Con certeza no, pero les disparaban a los soviéticos apenas los veían, Permanecieron como invasores en territorio ruso. Dieron armas a los enemigos del Gobierno soviético. Bloquearon sus puertos y hundieron sus buques de guerra. Deseaban sinceramente la caída_de este gobierno y elaboraron planes para lograrlo. Pero ¿guerra? ¡Perturbante! ¿Interferencia? ¡Vergonzoso! Les era por completo indiferente, repetían, la forma en que los rusos resolviesen sus propios asuntos internos. Ellos eran imparciales. ¡Bang! (4).

¿Qué ocurrió con esta revolución bolchevique que alarmó tanto a las mayores potencias del mundo? ¿Qué las llevó a invadir una tierra cuyos soldados habían combatido junto a ellas por más de tres años y había sufrido más bajas que ningún otro país en parte alguna durante la Primera Guerra Mundial?

Los bolcheviques tuvieron la audacia de hacer la paz por separado con Alemania, a fin de terminar con una guerra que consideraban imperialista y que de ningún modo estaba en sus propósitos, y para tratar de reconstruir una Rusia agotada y devastada. Pero los bolcheviques habían demostrado su mayor audacia al derrocar a un sistema capitalista feudal y proclamar el primer estado socialista en la historia mundial. Esto constituía una increíble arrogancia. Este era el crimen que los Aliados debían castigar, un virus que tenía que ser erradicado antes de que se extendiera a sus propios pueblos.

La invasión no alcanzó los resultados propuestos, pero sus consecuencias fueron profundas y perdurables hasta nuestros días. El profesor D. F. Fleming, historiador de la Universidad Vanderbilt que investiga la Guerra Fría, ha señalado: 
Para el pueblo norteamericano la tragedia cósmica de las intervenciones en Rusia no existe, o fue un incidente sin importancia que hace mucho fue olvidado. Pero para el pueblo soviético y sus líderes de aquel momento, fue una época de interminables matanzas, de saqueo y pillaje, de epidemias y hambre, un sufrimiento inconmensurable para muchos millones de personas —una experiencia grabada con fuego en el corazón mismo de la nación, que no será olvidada en el curso de muchas generaciones, si alguna vez llega a.olvidarse. De igual forma las severas regulaciones soviéticas pudieron ser justificadas por muchos años debido al temor de que las potencias capitalistas regresaran a terminar su trabajo. No es de extrañar que en su discurso del 17 de septiembre de 1959, en Nueva York, el premier Khruschov nos recordara las intervenciones, "el tiempo en que ustedes enviaron sus tropas para aplastar la revolución", según dijo (5).

En 1920 un informe del Pentágono planteaba lo que podría calificarse de portentosa insensibilidad de una superpotencia: "Esta expedición asume uno de los mejores ejemplos en la historia de empeños honorables y desinteresados [...] ayudar a un pueblo a alcanzar una nueva libertad en circunstancias muy difíciles" (6).

La historia no nos dice cómo sería una Unión Soviética a la que se le hubiese permitido desarrollarse en una forma "normal", de acuerdo con su elección. Conocemos, sin embargo, la naturaleza de la Unión Soviética que fue atacada en su mismo surgimiento, que se levantó por sí sola en medio de un mundo extremadamente hostil y que, cuando lograba llegar a la adultez, fue arrasada por la máquina de guerra nazi con la bendición de las potencias occidentales. Las inseguridades resultantes y los temores creados por esto han conducido de forma inevitable a deformidades de carácter similares a las que presentaría un individuo sometido a amenazas letales semejantes.

En Occidente jamás se nos permite olvidar los descalabros políticos (reales e inventados) de la Unión Soviética, en cambio, nunca se nos recuerda la historia que subyace tras ellos. La campaña de propaganda anticomunista comenzó incluso antes que las intervenciones militares. Antes de que finalizara el año 1918, expresiones tales como "Peligro Rojo", "el ataque bolchevique a la civilización" y "la amenaza de los rojos para el mundo" se volvieron lugares comunes en las páginas del New York Times.

Durante febrero y marzo de 1919, un subcomité del Senado sostuvo audiencias en las que fueron expuestas numerosas "historias de horror bolchevique". El carácter de algunos de los testimonios puede ser evaluado por el titular en el usualmente desapasionado Times del 12 de febrero de 1919:
DESCRITOS HORRORES BAJO EL PODER ROJO. R.E. SlMONS Y W.W. WELSH CUENTAN A LOS SENADORES LAS BRUTALIDADES DE LOS BOLCHEVIQUES: MUJERES DESNUDADAS EN LAS CALLES, GENTES DE TODAS CLASES, EXCEPTO LA ESCORIA, SOMETIDAS A VIOLENCIA POR LA TURBA.

El historiador Frederick Lewis Schuman ha planteado: "El resultado directo de estas audiencias [...] fue dar una imagen de la Rusia soviética como una especie de manicomio habitado por esclavos miserables sometidos por entero a la voluntad de maniáticos homicidas cuyo propósito era destruir todo rastro de civilización y regresar la nación a la barbarie" (7).

Puede afirmarse de manera literal que no hubo historia acerca de los bolcheviques que fuese demasiado forzada, grotesca o pervertida como para no publicarla y darle amplio crédito: desde la nacionalización de las mujeres hasta los bebés que eran devorados (tal como los antiguos paganos creían que los cristianos devoraban a sus niños, algo de lo que también se acusó a los judíos en la Edad Media). Los cuentos acerca de las mujeres, con todas sus espeluznantes connotaciones -de que se consideraban propiedad estatal, se les obligaba a contraer matrimonio, a practicar el "amor libre", etc.—, "fueron radiodifundidos a todo el país a través de miles de emisoras", escribió Schuman, "y tal vez fue lo más efectivo para grabar la imagen de los rusos comunistas como criminales pervertidos en la mente de los ciudadanos norteamericanos" (8). Esta historia continuó siendo divulgada incluso después de que el Departamento de Estado se viese forzado a anunciar su falta de veracidad (que los soviéticos se comían a sus criaturas era algo que todavía se enseñaba en la John Birch Society a su vasta audiencia en l978) (9).

Hacia fines de 1919, cuando la derrota de los Aliados y el Ejército Blanco era previsible, el New York Times publicó los-siguientes titulares amenazadores:
  • 30 de diciembre de 1919: "Los Rojos buscan la Guerra con Estados Unidos". 
  • 9 de enero de 1920: "El Alto Mando califica de siniestra la amenaza bolchevique. para el Medio- Oriente".
  • 11 de enero de 1920: "Oficiales aliados y diplomáticos [avizoran] una posible invasión a Europa".
  • 13 de enero de l920: "Círculos diplomáticos aliados temen una invasión a Persia".
  • 13 de enero de 1920: en primera página, al ancho de ocho columnas: "Gran Bretaña enfrentada a la guerra con los rojos, convoca reunión en París. Diplomáticos bien informados esperan una invasión militar a Europa y un avance soviético hacia el sur y el este de Asia".
  • A la mañana siguiente, sin embargo, podía leerse: "No habrá guerra con Rusia, los Aliados negociarán".
  • 7 de febrero de 1920: "Los rojos preparan un ejército para atacar India".
  • l l de febrero de 1920: "Se teme que los bolcheviques invadan ahora el territorio japonés"
Los lectores del New York Times debían creer que todas esas invasiones partirían de un país que estaba destrozado como lo han estado pocas naciones en la historia; una nación que todavía trataba de recuperarse de una terrible guerra mundial, en pleno caos por una revolución social fundamental que acababa de despegar; envuelta en una brutal guerra civil contra fuerzas respaldadas por las mayores potencias del mundo; con la industria, que para empezar nunca fue desarrollada, en ruinas; en fin, un país asolado por una hambruna que antes de ser eliminada dejaría millones de muertos.

En 1920 la revista New York Republíc presentó un extenso análisis de la cobertura noticiosa dada por el New York Times a la Revolución rusa y la intervención. Entre otras cosas, observaba que en los dos años trascurridos desde la revolución del 17 de noviembre, el Times había afirmado no menos de noventa y una veces que "los soviéticos estaban acercándose a su final, si no lo habían alcanzado ya" (10).

Si esta era la realidad que presentaba el "prestigioso periódico" estadounidense, podemos imaginar horrorizados con qué caldo de brujas estaban alimentando a sus lectores el resto de los diarios de la nación. 

Esto fue, pues, la primera experiencia del pueblo norteamericano acerca de un fenómeno social nuevo que había sobrevenido en el mundo; su educación introductoria acerca de la Unión Soviética y aquello que llamaban "comunismo". Los educandos nunca se han repuesto de esa lección. Tampoco lo hizo la Unión Soviética.

La intervención militar terminó pero, con la sola excepción del período de la Segunda Guerra Mundial, la propaganda ofensiva nunca cesó. En 1943, la revista Life dedicó todo un número a los éxitos de la Unión Soviética, yendo incluso más lejos de lo que se requería por el imperativo de la solidaridad ante el enemigo común; fue tan lejos que llamó a Lenin "tal vez la mayor personalidad de los tiempos modernos" (11). Dos años más tarde, sin embargo, con Harry Truman en la Casa Blanca, una fraternidad tal no tenía posibilidades de sobrevivir. Truman era, después de todo, quien, al día siguiente de la invasión nazi a la Unión Soviética, dijo: "Si vemos que Alemania está ganando, debemos ayudar a Rusia, y si Rusia está ganando, debemos ayudar a Alemania, para de esta forma dejarlos que se maten entre sí lo más posible, aunque no quisiera ver a Hitler obtener la victoria en ninguna circunstancia" (12).

Muchas millas de propaganda se han extraído del tratado germano-soviético de 1939, lo cual fue posible sólo por ignorar completamente el hecho de que los rusos se vieron forzados a establecer el pacto debido a la reiterada negativa de las potencias occidentales, en particular los Estados-Unidos y Gran Bretaña, a unir posiciones con Moscú contra Hitler (13); como también rehusaron acudir en ayuda del Gobiemo español de orientación socialista cuando este enfrentó la agresión de los fascistas alemanes, italianos y españoles a partir de 1936. Stalin comprendió que si Occidente no había evitado la caída de España, tampoco lo haría con la Unión Soviética.

Desde el Terror Rojo de los años 1920 al maccarthismo de 1950 y la cruzada de Reagan contra el Imperio del Mal en 1980, el pueblo norteamericano se ha visto sometido a un adoctrinamiento anticomunista incesante. Se le da a beber en la leche materna, se le dibuja en las historietas, se deletrea en sus libros escolares; sus periódicos le ofrecen titulares que le indican lo que debe saber; los predicadores lo utilizan en sus sermones, los políticos hacen de esto su plataforma política y el Reader‘s Digest se enriqueció gracias a esto.

La irrevocable convicción producida por ese insidioso asalto al intelecto ha sido que las fuerzas del mal fueron desatadas sobre el mundo, posiblemente por obra del mismo Lucifer, pero en forma de personas; personas que no se mueven por las mismas necesidades, temores, emociones y moral que rigen al resto de los humanos, sino empeñadas en una conspiración internacional monolítica y extremadamente astuta, para apoderarse del mundo y esclavizarlo, por razones que a veces no se ven muy claras, pero el mal no necesita más motivación que la maldad misma. Además, cualquier apariencia o reclamo de estas personas de ser humanos racionales en busca de un mundo mejor o una sociedad más justa, es un fraude, un camuflaje, para engañar a los otros, y sólo prueba la para siempre acuñada carencia de virtudes y las malignas intenciones de esta gente en cualquier país donde se encuentren, bajo cualquier nombre que asuman, y, lo más importante de todo, la única elección posible. para cualquiera en los Estados Unidos se da entre el modo de vida americano y el modo de vida soviético, nada de términos medios o de posibilidades más allá de estas dos maneras de construir el mundo.

Es así como se presenta este tema para el individuo común en Norteamérica. Uno descubre que los más sofisticados lo ven exactamente en la misma forma, cuando se les hurga apenas un poco más allá de la superficie del lenguaje académico. Para la mentalidad que fue cuidadosamente desarrollada en los Estados Unidos, las verdades del anticomunismo son evidentes en sí mismas, tan evidentes como la condición plana del mundo fue para la mentalidad del Medioevo; de la misma forma que los rusos creyeron que todas las víctimas de las purgas de Stalin eran en verdad culpables de traición.

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La siguiente página de la historia norteamericana debe ser tenida en cuenta si se quiere hallar sentido a los vericuetos de la política internacional estadounidense desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, específicamente el registro que se presenta en este libro de lo que han hecho a los pueblos del mundo los militares norteamericanos y la CIA, así como otras ramas del Gobierno.

En 1918, los barones del capital norteamericano no necesitaban una razón valida para declarar la guerra al comunismo más allá de la amenaza que este representaba a su riqueza y privilegios, aunque su oposición se expresara en términos de moralidad.

Durante el período entre las dos guerra mundiales, la diplomacia de cañonera estadounidense operó hasta convertir el Caribe en el "lago americano", de plena seguridad para las fortunas de la United Fruit y la W. R. Grace & Co., al mismo tiempo que se ocupaban de alertar sobre "la amenaza bolchevique" que representaban por los seguidores del rebelde nicaragüense Augusto César Sandino para todo lo que era decente.

Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, cada norteamericano de más de cuarenta años había estado sometido a veinticinco años de radiación anticomunista, el período de incubación necesario para producir un tumor maligno. El anticomunismo -desarrolló una vida propia, independiente de su padre capitalista. Cada vez más, durante la postguerra, los estrategas de la política de Washington y los diplomáticos contemplaron el mundo como integrado por "comunistas" y "anticomunistas", en lugar de por naciones, movimientos o individuos. Esta visión de tira cómica, en la cual el superhombre estadounidense luchaba contra el mal comunista dondequiera que estuviese, ha ido transformándose de cínico ejercicio de propaganda en imperativo moral de la política internacional norteamericana.

Incluso el concepto de "no comunista", que implica cierta forma de neutralidad, ha recibido en concordancia una legitimidad muy escasa dentro de este paradigma. John Foster Dulles, uno de los principales arquitectos de la política internacional estadounidense de postguerra, lo expresó sucintamente a su manera moralista, típicamente simplista: "Para nosotros hay dos tipos de personas en el mundo: aquellos que son cristianos y apoyan la libre empresa y los otros" (14). Como confirman muchos de los casos estudiados en este libro, Dulles llevó esta creencia a una rígida práctica.

La palabra "comunista" (al igual que "marxista") ha sido de uso y abuso tan repetido por parte de los dirigentes norteamericanos y los medios de prensa que prácticamente ha agotado su significación (la izquierda ha hecho lo mismo con el vocablo "fascista"). Pero la sola existencia de una denominación para algo -ya sean brujas o platillos voladores- le confiere cierta credibilidad al fenómeno.

Al mismo tiempo, el público norteamericano, tal como hemos visto, ha sido ampliamente condicionado para reaccionar según la teoría pavloviana ante el término: éste representa, todavía, los peores excesos de Stalin, desde las purgas generalizadas hasta los campos de trabajo forzado en Siberia; representa, como ha observado Michel Parenti, que "las predicciones clásicas marxista-leninistas [acerca de la revolución mundial] son tratadas como enunciados que dirigen intencionadamente todas las acciones comunistas en la actualidad" (15). Esto significa "nosotros" contra "ellos".

Y "ellos" puede significar un campesino de Filipinas, un pintor muralista en Nicaragua, un primer ministro legalmente elegido en Guayana Británica, o un intelectual europeo, un camboyano neutral, un nacionalista africano... todos forman parte de algún modo de la misma conspiración monolítica; cada uno constituye, de alguna manera, una amenaza al modo de vida americano; no hay tierra demasiado pequeña, o demasiado pobre, o demasiado lejana para que no pueda representar una "amenaza comunista".

Los casos presentados en este libro demuestran que no tiene la menor relevancia y si los objetos particulares de intervención —ya sean individuos, partidos políticos, movimientos o gobiernos— se consideran "comunistas" o no. No ha importado mucho si se trataba de estudiosos del materialismo dialéctico o si nunca oyeron hablar de Karl Marx; si eran ateos o sacerdotes; si había en escena un Partido Comunista, bien organizado e influyente o no; si el gobierno había llegado al poder por medio de una revolución violenta o en pacíficas elecciones...  todos constituían enemigos, todos eran "comunistas".

Menor importancia ha tenido incluso la participación o no de la KGB soviética. Con frecuencia se ha afirmado que la CIA lleva acabo sus operaciones sucias como reacción ante operaciones "mucho peores" de la KGB. Ésta es una mentira generalizada. Puede haber ocurrido un incidente aislado de este tipo en la trayectoria de la CIA, pero de ser así se le ha mantenido cuidadosamente oculto. La relación entre las dos siniestras agencias está marcada más por la fraternización y por el respeto entre profesionales del mismo ramo que en el combate cuerpo a cuerpo. El ex oficial de la ClA John Stockwell escribió:
En realidad, al menos en operaciones de rutina, los oficiales de caso temen en a su mayoría a los embajadores. norteamericanos y, su personal, y luego, a las orientaciones restrictivas de los altos mandos, y a los vecinos curiosos y chismosos de la comunidad local, como amenazas potenciales para el desarrollo de las operaciones. A continuación habría que situar a la policía local y luego a la prensa. El último de la lista es la KGB —en mis doce años de trabajo como oficial de caso nunca vi o escuché una situación en la cual la KGB atacase u obstruyese una operación de la CIA. (16)
Stockwell agrega que los diferentes servicios de inteligencia no desean que su mundo se “complique" con peleas entre ellos. 
Esto no se hace. Si a un oficial de caso de la CIA se le pincha un neumático en medio de la noche en un camino abandonado, no vacilaría en aceptar que un oficial de la KGB lo lleve —probablemente los dos se detengan en algún bar a compartir un trago. De hecho los oficiales de la ClA y la KGB con frecuencia se visitan en sus hogares. Los expedientes de la CIA están repletos de referencias a tal tipo de relación en casi cada una de las estaciones africanas. (17)
Los que proponen "combatir el fuego con el fuego" se acercan a veces de manera peligrosa a plantear que si la KGB, por ejemplo, tuvo que ver con el derrocamiento del Gobiemo checoeslovaco en 1968, está bien que la CIA haya tenido que ver con el derrocamiento del Gobierno chileno en 1973. Es como si la destrucción de la democracia por la KGB depositara fondos en una cuenta bancaria y la ClA estuviera entonces justificada para hacer reintegros.


*

¿Qué hay en común entre los diferentes objetivos de intervención norteamericana que les ha atraído la ira y, con frecuencia, la agresión armada de la nación más poderosa de la Tierra? Prácticamente en cada caso que ha tenido lugar en el Tercer Mundo y que aparece descrito en estas páginas, hay, de una forma o de otra, una política de "autodeterminación": el deseo, nacido de una necesidad evidente y de la práctica de principios, de seguir una senda de desarrollo independiente de los objetivos de la política externa de Estados Unidos. De manera más común, esto se ha manifestado en: a) la ambición de liberarse de la servidumbre económica y política a los Estados Unidos; b) la negativa a minimizar las relaciones con el bloque socialista (cuando éste existía) o a suprimir la izquierda nacional, o a dar la bienvenida a una instalación norteamericana en su territorio; en resumen, el rehusar convertirse en un peón de la Guerra Fría, y c) el intento de cambiar o sustituir un gobierno que no esté interesado en ninguna de estas aspiraciones, lo que equivale a decir, un gobierno apoyado por Estados Unidos.

Nunca se repetirá bastante que tal política de independencia ha sido sostenida y expresada por numerosos lideres tercermundistas y por revolucionarios, no como una definición de antiamericanismo o pro comunismo, sino simplemente como una determinación de mantener una posición de neutralidad y no alineamiento ante las dos superpotencias (antes de la caída de la Unión Soviética). Una y otra vez, sin embargo, se verá que los Estados Unidos no estaban preparados para aceptar esta propuesta, Arbenz, en Guatemala; Mossadegh, en lrán; Sukarno, en Indonesia’; Nkrumah, en Ghana; Jagan, en Guayana Británica; Sihanouk, en Camboya... todos debían declararse alineados de forma inequívoca con "el Mundo Libre"; insistía el Tío Sam, o de lo contrario sufrir las consecuencias. Nkrumah planteó la no alineación de la forma siguiente:

El experimento que intentamos en Ghana era en esencia el de desarrollar el país en cooperación con el mundo en su conjunto. La no alineación significa exactamente lo que dice. No éramos hostiles a los países del mundo socialista en la forma en que los gobiernos de los antiguos territorios coloniales lo eran. Debe recordarse que mientras Gran Bretaña proseguía en casa la coexistencia con la Unión Soviética, no se permitió nunca que esto se extendiera a los territorios coloniales británicos. Libros sobre socialismo, que eran publicados y circulaban libremente en Gran Bretaña, eran prohibidos en el imperio colonial británico, y después de que Ghana fuese independiente, se asumió en la comunidad internacional que debíamos continuar el mismo enfoque ideológico restringido. Cuando nos comportamos como lo hacen los británicos en sus relaciones con los países socialistas, somos acusados de ser pro rusos y de introducir las ideas más peligrosas en África (18).

Esto es una reminiscencia del Sur norteamericano del siglo XIX, cuando muchos sureños se sintieron gravemente ofendidos porque muchos de sus esclavos negros desertaron para unirse al Norte durante la Guerra de Secesión. Habían creído en verdad que los negros debían estar agradecidos por todo lo que sus amos blancos habían hecho por ellos, y que estaban felices y satisfechos con su suerte. El destacado cirujano y psicólogo de Luisiana Dr. Samuel A. Cartwright argumentaba que muchos de los esclavos sufrían de una forma de enfermedad mental que llamó drapetomanía, diagnosticada por la incontrolable urgencia de escapar de la esclavitud. En la segunda mitad del siglo XX, esta enfermedad, en el Tercer Mundo, ha sido comúnmente llamada "comunismo".

Quizás el reflejo más profundamente entronizado de anticomunismo es la creencia de que la Unión Soviética (o Cuba, o Vietnam, etc., actuando como agentes de Moscú) es una fuerza clandestina que acecha detrás de la fachada de la autodeterminación, agitando la hidra de la revolución, o simplemente de los problemas, aquí, allá, y en todas partes; es esta una nueva encarnación, aunque a una escala mucho mayor, del proverbial concepto del "agitador foráneo", aquel que ha aparecido de manera regular a través de la historia: el rey Jorge culpaba a los franceses por incitar la revolución de las Trece Colonias... los desilusionados granjeros norteamericanos y veteranos que protestaban contra sus paupérrimas circunstancias económicas después de la revolución (la rebelión de Shays) fueron acusados de ser agentes británicos que trataban de dar al traste con la nueva república... las huelgas a fines del siglo XIX en Estados Unidos eran achacadas a los "anarquistas" y "extranjeros": durante la Primera Guerra Mundial, a los "agentes alemanes", y después de la guerra, a los "bolcheviques".

Y en la década de 1960, según afirmó la Comisión Nacional sobre las Causas y Prevención de la Violencia, J. Edgar Hoover "ayudó a diseminar la idea entre los miembros de la policía de que cualquier tipo de protesta masiva se debía a una conspiración promulgada por agitadores, con frecuencia comunistas, quienes descarriaban 'a personas que de otro modo hubieran estado satisfechas' " (19).

Esta última frase es la clave, en ella se concentra la mentalidad de conspiración de los que detentaban el poder —la idea de que nadie, excepto aquellos que viven bajo el enemigo, podría sentirse tan miserable y descontento como para recurrir a la revolución o, siquiera, a la protesta; eso sólo podía ocurrir si un agitador foráneo los conducía por ese camino.

En concordancia con esto, si Ronald Reagan hubiese aceptado que las masas de El Salvador tenían buenas razones para levantarse contra su despiadada existencia, esto habría cuestionado la acusación y el razonamiento en que se basó la intervención norteamericana de que los salvadoreños estaban instigados principalmente (o acaso de manera única) por la Unión Soviética y sus aliados cubanos y nicaragüenses; ese, al parecer, poder mágico de los comunistas, que pueden en cualquier parte, con un movimiento de su roja mano, transformar gentes pacíficas y felices en furiosos guerrilleros. La ClA sabe cuán difícil resulta esto. La Agencia, como veremos, trató de hacer estallar revueltas en China, Cuba, Unión Soviética, Albania y en todas partes en Europa del Este, con una curiosa falta de éxito. Los escribas de la Agencia han culpado de estos fracasos a la naturaleza "cerrada" de las sociedades en cuestión. Pero en los países no comunistas, la ClA ha tenido que acudir a golpes militares o a trampas ilegales para colocar a su gente en el poder. Nunca ha logrado encender la chispa de la revolución popular

Para Washington conceder mérito y virtud a una insurgencia particular del Tercer Mundo provocaría además la pregunta: ¿Por qué Estados Unidos no toma el lado de los rebeldes si se siente obligado a intervenir? No sólo esto resultaría un mejor servicio para la causa de los derechos humanos y la justicia, sino que habría privado a los rusos de su supuesto papel. ¿Qué mejor modo de frustrar la conspiración comunista internacional? Pero esta es una pregunta que no se atrevería nunca a ser formulada en el Despacho Oval, una pregunta que es relevante para muchos de los casos explicados en este texto.

En lugar de eso, los Estados Unidos permanecen fieles a su ya demasiada conocida política de establecer o apoyar a las tiranías más viles del mundo, cuyos crímenes contra sus propios pueblos se reflejan a diario en las páginas de nuestros periódicos: masacres brutales, torturas sistemáticas y sofisticadas, palizas públicas, disparos de soldados y policías contra las multitudes, escuadrones de la muerte apoyados por el gobierno, decenas de miles de desaparecidos, privaciones económicas extremas... una forma de vida que es virtualmente un monopolio de los aliados de Estados Unidos, desde Guatemala, Chile y El Salvador hasta Turquía, Pakistán e Indonesia, todos miembros en buena posición dentro de la Guerra Santa contra el Comunismo, todos miembros del "Mundo Libre", esa región de la cual oímos hablar tanto y vemos tan poco.

Las restricciones de las libertades civiles descubiertas en el bloque comunista, tengan la severidad que tengan, son pálidas en comparación con los Auschwitzes del "Mundo Libre" y, excepto en ese curioso paisaje mental habitado sólo por el Complejo Anticomunista, tienen muy poco o nada que ver con las diversas intervenciones norteamericanas que se hacen pretendidamente para la causa del bien más elevado.

Es interesante advertir que tal como constituye un lugar común para los dirigentes norteamericanos hablar de libertad y democracia mientras apoyan a dictaduras, también los líderes rusos hablaron de guerras de liberación, anti-imperialismo y anticolonialismo pero hicieron muy poco por promover estas causas, a pesar de la propaganda norteamericana en sentido contrario. A los soviéticos les gustaba presentarse como los campeones del Tercer Mundo, pero se mantuvieron haciendo poco más que chasquear la lengua mientras movimientos y gobiernos progresistas, e incluso partidos comunistas, en Grecia, Guatemala, Guayana Británica, Chile, Indonesia, Filipina y otros lugares eran derribados con la complicidad de Estados Unidos.

*


A inicios de la década de 1950, la Agencia Central de Inteligencia instigó varias incursiones militares en China comunista. En 1960 aviones de la ClA, sin ninguna provocación previa, bombardearon la nación soberana de Guatemala. En 1973, la Agencia alentó una sangrienta revuelta contra el Gobierno de lraq. En los medios de prensa norteamericanos del momento, y por tanto en la mente de los estadounidenses, estos hechos no tuvieron lugar.

"No sabíamos lo que pasaba", ‘se convirtió en un cliché utilizado para ridiculizar a los alemanes que alegaron ignorancia de lo que ocurría bajo el Gobierno nazi. Sin embargo, ¿era esta respuesta tan absurda como nos gustaría creer? Resulta conveniente reflexionar que en esta época de comunicación inmediata en todo el mundo, Estados Unidos ha sido capaz, en muchas ocasiones, de montar una operación militar a gran o pequeña escala, o de llevar a cabo otra forma de intervención, con igual atrevimiento, sin que el público norteamericano tenga conocimiento de ello hasta años después, si llega a saberlo. A menudo la única información de un hecho, o de la participación en él de los Estados Unidos, es una referencia casual a que un gobierno comunista ha levantado acusaciones al respecto —justo el tipo de noticias que el público está condicionado a desestimar, y luego la prensa no da seguimiento a esta noticia; de esa misma forma el pueblo alemán fue aleccionado en cuanto a que cualquier reporte de crímenes cometidos por los nazis que proviniese del extranjero no era más que propaganda comunista.

Con pocas excepciones, las intervenciones nunca figuran en los titulares o en las noticias vespertinas de la televisión. En algunos casos, partes y detalles de lo sucedido han aflorado aquí y allá, pero es muy raro que se logren integrar para constituir un conjunto inteligible; los fragmentos aparecen por lo general mucho después de lo ocurrido, sepultados convenientemente dentro de otras historias, y de igual forma convenientemente olvidados, resurgiendo a la superficie sólo cuando circunstancias extraordinarias obligan a ello, como en el caso de los iraníes que tomaron como rehenes al personal de la Embajada y a otros norteamericanos en Teherán en 1979, lo que provocó una serie de artículos acerca del papel desempeñado por Estados Unidos en el derrocamiento del Gobiemo iraní en 1953. Era como si los editores hubiesen sido empujados a preguntarse: "¿Qué hicimos con exactitud en Irán que llevó a esta gente a odiarnos tanto?"

Un montón de casos como el de Irán han tenido lugar en el pasado reciente de los Estados Unidos, pero sin que el New York Daily News o Los Angeles Times se dediquen a agarrar al lector por el cuello y restregarle en la cara todas las implicaciones del asunto, y sin que la NBC lo transforme en imágenes de personas reales en sus receptores, la gran mayoría de los norteamericanos puede afirmar con toda honestidad: "No sabíamos lo que estaba pasando".

El antiguo premier chino Chou En-lai observó en cierta ocasión: "Una de las delicias acerca de los americanos es que carecen absolutamente de memoria histórica".

Probablemente es incluso peor que eso. Durante el accidente en la planta nuclear de Three Mile Island en Pennsylvania en 1979, un periodista japonés, Atsuo Kaneko, del Japanese Kyoto News Service, pasó varias horas entrevistando a las personas que habían sido albergadas temporalmente en una pista de hockey —en su mayoría niños, mujeres embarazadas y madres jóvenes. Descubrió que ninguna de ellas había escuchado hablar sobre Hiroshima. Cuando les mencionaba el nombre no les sugería nada (20).

Y en 1982, un juez en Oakland, California, confesó haberse sentido consternado al comprobar durante el interrogatorio de cerca de cincuenta posibles jurados en proceso de selección para un juicio en el cual se pedía la pena de muerte, que "ninguno de ellos sabía quién fue Hitler" (21).

En lo que respecta a la oligarquía de la política exterior en Washington, se trata de algo más que de una "delicia", es un requisito indispensable esta falta de memoria histórica.

El registro completo de las intervenciones norteamericanas en otros países está tan soslayado que cuando, en 1975, se le solicitó al Servicio de Investigación de la Biblioteca del Congreso llevar a cabo un estudio de las actividades encubiertas de la CIA hasta ese momento, sólo le fue posible presentar una porción muy reducida de los incidentes en el extranjero en relación con los que exponemos en este libro para ese mismo período (22).

En cuanto a la información que ha logrado abrirse paso en la conciencia del individuo común, o en los libros de texto, enciclopedias y otros materiales de referencia, resulta tan escasa que podría considerarse que ha regido una estricta censura.

El lector puede consultar las secciones relevantes de tres importantes enciclopedias: Americana, Britannica y Colliers. La imagen de las enciclopedias, como depósito final y más abarcador del conocimiento objetivo, resulta seriamente afectada. La causa más sobresaliente de esta ausencia de reconocimiento de las intervenciones norteamericanas, puede radicar en que estas estimables obras utilizan un criterio similar al de los funcionarios de Washington, tal como se refleja en los documentos del Pentágono. El New York Times resume este fenómeno de extraordinario interés de la siguiente forma:

La guerra clandestina contra Vietnam del Norte, por ejemplo, no es vista [...l como violación de los Acuerdos de Ginebra de 1954, con los cuales se puso fin a la guerra franco-indochina, o como contradicción con los pronunciamientos políticos públicos de varias administraciones presidenciales. La guerra clandestina, dado que es encubierta, no existe en lo que concierne al tratados y postura pública. Más allá incluso, los compromisos secretos con otras naciones no se consideran infracciones de las legislaciones del Senado, por cuanto no son reconocidos públicamente. (23)

La censura de facto que deja a tantos norteamericanos en la más completa ignorancia acerca de la historia de las relaciones exteriores de Estados Unidos, puede ser mucho más efectiva porque no es en gran medida oficial, extremista o producto de una conspiración, y en cambio está entretejida con toda naturalidad dentro del sistema educativo y los medios. No senecesita de conspiración alguna. Los editores del Reader's Digest y del U.S. News and World Report no tienen que entrevistarse entre bastidores con los representantes de la NBC y del FBI en casas de seguridad para planificar lo que va a difundirse en las noticias y programas del mes siguiente, pues la simple realidad es que estos individuos no habrían llegado a las posiciones que ocupan si ellos mismos no hubiesen atravesado el mismo túnel de historia camuflada, del cual emergieron con la misma memoria selectiva e idéntico saber convencional.



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"El levantamiento en China es una revolución, y si la analizamos, veremos que fue promovida por las mismas razones que promovieron las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana" (24). Esta frase expresa un sentimiento generoso y cosmopolita de Dean Rusk, por entonces secretario asistente para el Extremo Oriente, y más tarde secretario de Estado. En el mismo momento en que Mr. Rusk dio a conocer este comentario en 1950, otras personas del Gobiemo se ocupaban activamente de planear la caída del Gobierno chino. Esto es un fenómeno común, pues en muchos de los casos que se describen en las páginas siguientes, pueden encontrarse afirmaciones de funcionarios de alto nivel o de nivel medio en Washington que cuestionan la política de intervención, y expresan dudas basadas ya sea en principios (a veces lo más positivo del liberalismo norteamericano) o en la preocupación de que la tal intervención no sea de utilidad para fines válidos, y pueda terminar incluso en un desastre. Le he conferido poca importancia a estas expresiones de discrepancia, pues lo mismo han hecho los estrategas de la política de Washington de quienes puede esperarse siempre que jueguen a la carta del anticomunismo, si se suscita una controversia a la hora de tomar decisiones. Al presentar las intervenciones en esta forma, estoy asumiendo que la política exterior norteamericana es lo que la política exterior norteamericana hace.


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En l993, tropecé con una reseña de un libro sobre personas que negaban que el Holocausto nazi hubiese tenido lugar realmente. Le escribí a la autora, una profesora universitaria, diciéndole que su libro me hacía dudar si ella sabía que había ocurrido un holocausto norteamericano y que negarlo era más vergonzoso que negar el de los nazis. Tan amplia y profundamente se ha negado el holocausto norteamericano, le dije, que quienes lo niegan no tienen siquiera conciencia de que existen víctimas y reclamaciones del mismo. Sin embargo, algunos millones de personas murieron durante ese holocausto y muchas más se han visto condenadas a vidas de miseria y tortura como consecuencia de las intervenciones norteamericanas que van desde China y Grecia en la década de 1940 hasta Afganistán e lraq en los noventa.

En mi carta, también le ofrecí intercambiar un ejemplar de una edición anterior de este libro por un ejemplar del de ella, pero me contestó que no estaba en posición de hacerlo. Y eso fue todo lo que dijo. No hizo comentario alguno acerca del resto de mi carta, ni siquiera para darse por enterada del asunto que le exponía, La ironía de que una estudiosa sobre la negación del Holocausto nazi resulte envuelta en la negación del holocausto norteamericano es algo clásico sin lugar a dudas. Lo que más me sorprendió fue que se molestara en darme alguna respuesta. 

Es evidente que mi planteamiento podía recibir tal respuesta de una persona de este tipo, ya que tanto mi tesis como yo nos enfrentamos a una dura lucha por subir la cuesta de la verdad. En la década de 1930, y también después de la guerra en los años 40 y 50, los anticomunistas de distintas tendencias en los Estados Unidos hicieron su mayor esfuerzo por sacar a la luz los crímenes de la Unión Soviética, tales como las purgas y las matanzas. Pero algo extraño ocurrió. La verdad no parecía importar. Los comunistas norteamericanos y sus simpatizantes mantuvieron su apoyo al Kremlin. lncluso reconociendo el grado de exageración y desinformación que por lo general permeaba esta información y le restaba credibilidad, la continua ignorancia o negación de la misma por parte de la izquierda norteamericana es llamativa.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los victoriosos aliados descubrieron los campos de concentración alemanes, en algunos casos llevaron a los ciudadanos alemanes que vivían en sus inmediaciones a los campos para que presenciaran lo que había allí: los cadáveres apilados y los esqueléticos sobrevivientes; algunos de esos respetables ciudadanos burgueses fueron incluso forzados a cavar tumbas para enterrar a los muertos. ¿Cuál sería el efecto sobre la psiquis de los norteamericanos si los creyentes de la verdad y sus negadores fuesen obligados a presenciar de cerca las consecuencias del pasado medio siglo de política exterior de Estados Unidos?

¿Qué ocurriría si todos los simpáticos, agradables, intachables jóvenes norteamericanos que han dejado caer toneladas de bombas en una docena de países sobre gente de la que no sabían nada —meros caracteres en un juego de vídeo- tuvieran que bajar a tierra y contemplar y oler la carne quemada? 

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Ha sido convencionalmente aceptado que el colapso de la Unión Soviética y sus satélites fue ocasionado por la intransigente y dura política anticomunista de la administración Reagan, con su acelerada carrera armamentista. Los libros de historia norteamericanos ya pueden haber comenzando a grabar esta tesis en lápidas de mármol. Los Tories en Gran Bretaña sostienen que Margaret Thatcher y su política decidida contribuyó también a este milagro. Los alemanes orientales también lo creen. Cuando Ronald Reagan visitó Berlín oriental, la gente lo aclamó y le agradeció “por su papel en la liberación del Este”. Incluso muchos analistas de izquierda, en particular aquellos que tienden a ver en cada cosa una conspiración, lo creen.

Pero no se trata de un punto de vista universalmente aceptado, ni tiene por qué serlo.

El destacado experto soviético sobre Estados Unidos, Georgi Arbatov, director del Instituto para el Estudio de Estados Unidos y Canadá, con sede en Moscú, escribió sus memorias en 1992. Robert Scheer resume una parte del libro en una reseña publicada en Los Angeles Times de la siguiente forma:
Arbatov entendió demasiado bien los fracasos del totalitarismo soviético en comparación con la economía y política de Occidente. De esta memoria matizada y cándida se desprende con claridad que el movimiento por el cambio se había estado desarrollando de una manera consistente en el seno de las más altas esferas de poder a partir de la muerte de Stalin. Arbatov no sólo ofrece considerables evidencias acerca del concepto controvertido de que este cambio hubiera tenido lugar sin presión externa, sino que insiste en que el andamiaje militar estadounidense durante el período de Reagan en realidad obstaculizó este desarrollo. (25)
George F. Keenan coincide con esto. El antiguo embajador de Estados Unidos en la Unión Soviética y padre de la teoría de la “contención" de dicho país, asegura que “la idea de que alguna administración estadounidense tuvo el poder para influir en forma decisiva sobre el curso de un tremendo levantamiento político doméstico en otro gran país al otro lado del mundo es simplemente infantil”. Él sostiene que la extrema militarización de la política norteamericana fortaleció la línea dura en la Unión Soviética. “De modo que el efecto general del extremismo de la Guerra Fría fue más demorar que acelerar la gran transformación que se apoderó de la Unión Soviética”. (26)

Aunque los gastos de la carrera armamentista sin duda dañaron la economía y la sociedad civil soviéticas mucho más que las estadounidenses, esto se había ido desarrollando por cerca de cuarenta años, cuando Mijaíl Gorbachov llegó al poder sin la más mínima señal de inminente desastre. El asesor más cercano de Gorbachov, Alexander Yakovlev, al ser interrogado acerca de si la gran cantidad de dinero invertida por Reagan en gastos militares, combinada con su retórica sobre el “Imperio del Mal”, obligó a la Unión Soviética a adoptar una posición más conciliadora, respondió: “Para nada. En lo absoluto. Puedo decirle eso con total responsabilidad. Gorbachov y yo estábamos listos para efectuar cambios en nuestra política independientemente de que el presidente norteamericano fuese Reagan o Kennedy o alguien incluso más liberal. Estaba claro que nuestros gastos militares eran demasiado altos y teníamos que reducirlos” (27).

Resulta comprensible que algunos rusos se resistan a aceptar que fueron forzados a realizar cambios radicales por su archienemigo, admitir que perdieron la Guerra Fría. Sin embargo, sobre esta cuestión no debemos depender de la opinión de un individuo en particular, sea ruso o norteamericano. Sólo tenemos que echar un vistazo a los hechos históricos.

Desde fines de 1940 hasta mediados de 1960, constituía un objetivo de la política norteamericana promover la caída del Gobiemo soviético al igual que la de varios y de los regímenes de la Europa del Este. Centenares de rusos exiliados fueron organizados, entrenados y equipados por la CIA e infiltrados en su patria para establecer redes de espionaje, organizar levantamientos armados y llevar a cabo asesinatos y actos de sabotaje, como descarrilamiento de trenes, derrumbe de puentes, explosiones en fábricas y plantas eléctricas, etc. El Gobierno soviético, que capturó a muchos de ellos, era por completo consciente de quién estaba detrás de todo esto.

Comparada con esta política, la de la administración Reagan puede ser calificada como una capitulación virtual. Sin embargo, ¿cuál fue el resultado de esta línea anticomunista ultradura? Confrontaciones reiteradas entre Estados Unidos y la Unión Soviética en Berlín, Cuba y otras partes; intervenciones soviéticas en Hungría y Checoeslovaquia; creación del Pacto de Varsovia como respuesta directa a la OTAN, ni glamost ni perestroika, sólo una atmósfera de sospecha, cinismo y hostilidad en ambos lados. Resultó que los rusos eran seres humanos después de todo —respondian a la dureza con dureza. Y como corolario: hubo por muchos años una asociación estrecha entre el grado de amistad de las relaciones Estados Unidos-Unión Soviética y el número de judíos a los que se les permitió emigrar de la URSS (28). La suavidad engendra suavidad. 

Si deben atribuirse a alguien los cambios en la Unión Soviética y la Europa del Este, tanto los beneficiosos como los cuestionables, es sin duda a Mijaíl Gorbachov y los activistas que le siguieron. Debe recordarse que Reagan estuvo en el poder por más de cuatro años antes de que Gorbachov llegara al gobierno, y Margaret Thatcher llevaba ya seis como premier británica, pero en ese período anterior no ocurrió nada significativo en el camino de la reforma soviética, a pesar de la sostenida animosidad de Reagan y Thatcher hacia el Estado comunista. 

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Con frecuencia se argumenta que es fácil, al analizar los hechos con posterioridad, burlarse de la manía norteamericana durante la Guerra Fría de crear un estado de seguridad nacional —con toda su avanzada paranoia y absurdos, la OTAN como aparato militar supraestatal. sus sistemas de aviso anticipado y misiles, sus ojivas nucleares y U-2—, pero que al finalizar la Segunda Guerra Mundial en Europa, la Unión Soviética realmente se presentaba como un gigante que amenazaba al mundo entero.

Este argumento se desvanece en cuanto uno se pregunta: ¿por qué habrían de querer los soviéticos invadir Europa occidental o bombardear los Estados Unidos? Es obvio que no tenían nada que ganar con tales acciones, excepto exponerse a la destrucción total de su país, el cual estaban reconstruyendo penosamente una vez más tras la devastación de la guerra. 

En la década de 1980, el no haberse atrevido a formular esta pregunta, había conducido a un presupuesto militar de trescientos mil millones de dólares y a la Guerra de las Galaxias. 

En realidad, están disponibles numerosos documentos internos del Departamento de Estado, el Departamento de Defensa y la CIA en el período postbélico, en los cuales un analista político tras otro dejan claro su escepticismo acerca de “la amenaza soviética” —bien sea por revelar las debilidades militares críticas de los rusos o por cuestionar sus supuestas intenciones agresivas-, mientras altos funcionarios, incluyendo al presidente, transmitían en público el mensaje opuesto. (29)

El historiador Roger Morris, antiguo miembro del Consejo de Seguridad Nacional bajo los presidentes Johnson y Nixon, describió así este fenómeno:
Los arquitectos de la política de Estados Unidos tendrían que presentar su caso “más claro que la verdad” y “aporrear la mente colectiva de los altos niveles del gobiemo”, como el secretario de Estado Dean Acheson [...] lo expresó. Y lo hacen. La nueva Agencia Central de Inteligencia comienza una sistemática sobreestimación de los gastos militares soviéticos. De forma mágica, la esclerótica economía soviética es obligada a crecer y revitalizarse en las oficinas gubemamentales de Estados Unidos. A la caballería de Stalin —completada con desvencijado equipamiento, carreteras destrozadas por la guerra y una moral deteriorada—, el Pentágono añade divisiones fantasmas y les atribuye luego a estas nuevas fuerzas escenarios de invasión de grandes proporciones.
Los funcionarios estadounidenses “exageran las capacidades e intenciones de los soviéticos en tal medida”, decía un estudio realizado a los archivos, “que resulta sorprendente que alguien los tome en serio”. Alimentados por los sombríos discursos del gobiemo y el sostenido temor público, la prensa de Estados Unidos y el pueblo no tienen problema. (30)
Sin embargo, el argumento insiste, hubo muchos funcionarios en posiciones clave que malinterpretaron de manera sincera las señales de los soviéticos. La URSS era, después de todo, una sociedad altamente represiva y secreta, en particular antes de la muerte de Stalin en 1953. A propósito de esto, Enoch Powell, antiguo miembro conservador del Parlamento Británico, observó en 1983:
La incomprensión internacional es casi por entero voluntaria: es esa contradicción en los términos, incomprensión intencional —una contradicción porque para no comprender deliberadamente, se debe al menos sospechar, si es que no se llega a entender en realidad, lo que se intenta no comprender... [La incomprensión estadounidense acerca de la URSS tuvo] la función de sostener un mito —el mito de los Estados Unidos como “la última y mejor esperanza de la humanidad”. San Jorge y el Dragón es un pobre espectáculo sin un dragón real, lo más grande y temible posible, ideal si tiene grandes llamas emergiendo de su boca. La incomprensión de la Rusia soviética se volvió indispensable para la autoestima de la nación norteamericana: no se contemplaría con benevolencia a aquel que busca, aunque sea sin éxito, despojarlos de ella. (31)
Puede argumentarse que la creencia de los nazis en el gran peligro que representaba la “conspiración judía intencional" es un atenuante a la hora de condenar a los perpetradores del Holocausto.

Tanto los norteamericanos como los alemanes creían en su propia propaganda, o pretendían hacerlo. Al leer Meín Kampf, uno se sobresalta ante el hecho de que una parte significativa de lo que Hitler escribió acerca de los judíos se parece mucho a los escritos norteamericanos anticomunistas: se comienza por la premisa de que los judíos (comunistas) son fuerzas del mal y quieren dominar al mundo; de ahí en adelante, cualquier comportamiento que parezca contradecir esto es presentado como maniobra para engañar a la gente y conseguir sus malvados fines; tales comportamientos son siempre parte de una conspiración y mucha gente se involucra en ella. Hitler le atribuye a los judíos un poder extraordinario, casi místico, para manipular sociedades y economías. Los culpa por todos los males que se derivaron de la revolución industrial, entiéndase divisiones de clase y odios. Proclamó el carácter internacional de los judíos y su falta de patriotismo. 

Hay por supuesto guerreros de la Guerra Fría cuyo enfoque plantea que el Kremlin, para dominar el mundo, tenía el plan de invadir Europa occidental o bombardear Estados Unidos. El otro plan más sutil —podría decirse que diabólicamente astuto— era la subversión, desde adentro, país por país, a través de todo el Tercer Mundo, hasta llegar a rodear y estrangular el Primer Mundo, en fin, la auténtica conspiración intencional comunista, “una conspiración”, afirmaba el senador Joseph McCarthy, “a una escala tan inmensa que convierte en enana cualquier otra empresa anterior en la historia del hombre”.

Este es el centro de atención de este libro: las intervenciones de Estados Unidos cn todo el mundo para combatir esta conspiración en cualquier momento y lugar que la misma alzara su horrible cabeza.

¿Existe realmente esta conspiración internacional comunista?

Si alguna vez existió, ¿por qué los guerreros de la CIA y otras agencias gubernamentales tuvieron que llegar a tales extremos de exageración? Si realmente creían en la existencia de una conspiración intencional comunista diabólica y monolítica, ¿por qué tuvieron que esforzarse tanto para convencer al pueblo norteamericano, al Congreso y al resto del mundo de su malvada existencia? ¿Por qué tuvieron que escenificar, maniobrar, poner trampas, inventar historias, plantar evidencias, crear documentos falsos? Las páginas que siguen están llenas de numerosos ejemplos de las afirmaciones anticomunistas del Gobiemo norteamericano y de las invenciones de los medios acerca de "la amenaza soviética”, “la amenaza china” y “la amenaza cubana”. Y durante todo ese mismo tiempo, se nos endilgaron historias terroríficas: en los años 50 se hablaba del “desbalance de bombas” entre Estados Unidos y la Unión Soviética, así como del “desbalance de la defensa civil”. Después vino el “desbalance de los misiles”, seguido por el “desbalance de los misiles antibalísticos”. En los años 80 fue el “desbalance de los gastos” y, finalmente, el “desbalance de las armas láser”. Y todas eran mentiras.

Conocemos cómo la CIA de Ronald Reagan y William Casey presentaba con regularidad “evaluaciones de inteligencia politizadas” para sostener el sesgo antisoviético de la administración, y suprimía informes, incluso de sus propios analistas, si entraban en contradicción con él. Ahora sabemos que la CIA y el Pentágono cada cierto tiempo hacían sobreestimaciones de la capacidad económica y militar de la Unión Soviética y exageraban la escala de las pruebas nucleares rusas, así como el número de “violaciones” a los tratados de prohibición de pruebas nucleares entonces existentes, para que Washington las presentara como acusaciones contra los rusos (32). Todo para crear un enemigo más grande y más ruin, conseguir un presupuesto de seguridad nacional mucho mayor y darle seguridad y significación a los propios empleos de sus guerreros.

*

Terminada la Guerra Fría, el tiempo del nuevo orden mundial parece prometedor para el complejo militar-industrial y de espionaje y para sus socios globales en el crimen: el FMI y el Banco Mundial. Han conseguido su Tratado de Libre Comercio de la América del Norte y su Organización del Comercio Mundial. Sus dictados rigen el desarrollo económico, político y social en todo el Tercer Mundo y Europa del Este. Las reacciones de Moscú no tienen ya peso suficiente para limitar nada. El Código de Conducta de las corporaciones transnacionales elaborado por Naciones Unidas en un proceso de quince años está definitivamente muerto. Todo lo que se muestra a la vista ha sido privatizado y liberalizado. El capital controla el globo con una libertad rampante de la que no disfrutó nunca desde la Primera Guerra Mundial; opera sin fricciones, sin gravedad alguna. El mundo se ha puesto a disposición de las corporaciones transnacionales (33).

¿Significará esto que las masas tendrán una vida mejor que en los tiempos de la Guerra Fría? ¿Hay ahora más consideración hacia la gente común que la existente en los siglos anteriores? “Por supuesto”, asegura el capital, y ofrece una versión recalentada de la teoría de la trampa, el principio de que los pobres, que deben sobrevivir con las sobras del banquete de los ricos, se beneficiarán si sirven a los ricos mayor cantidad de comida

Los chicos del capital brindan también con sus martinis por la muerte del socialismo. La palabra ha sido eliminada de la conversación de sociedad. Y esperan que nadie advertirá que todo experimento socialista de significación en el siglo XX —sin excepción— ha sido aplastado, derrocado, invadido, corrompido, pervertido, subvertido o desestabilizado —en resumen, se le ha imposibilitado la existencia— por Estados Unidos. Ni a un solo gobierno o movimiento socialista —desde la Revolución rusa hasta los sandinistas en Nicaragua, de la China comunista al FMLN en El Salvador— se le ha permitido desarrollarse o caer por sus propios méritos; ninguno disfrutó de la seguridad suficiente como para despreocuparse de su todopoderoso enemigo extranjero y suavizar el control interno.

Es como si los primeros experimentos de los hermanos Wright con máquinas volantes hubiesen fracasado porque las empresas automovilísticas sabotearan cada prueba, y esto hiciera que las gentes buenas y temerosas de Dios en todo el mundo reflexionaran sobre el asunto, valoraran las consecuencias, asintieran colectivamente con aire sabio y declararan con toda solemnidad: El Hombre nunca deberá volar.


William Blum
Introducción del libro Asesinando la esperanza, págs. 5 a 23
Digitalización y correcciones: blog del viejo topo


Referencia documental y notas
Orginal en ingles: William Blum, Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II, Common Courage Press, 2004.
Traducción y edición en castellano: William Blum, Asesinando La Esperanza, Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005.
Nota importante. El texto reproducido procede de la traducción cubana. Hemos respetado prácticamente de forma íntegra tal traducción. Tan solo de manera muy puntual y aislada hemos sustituido algún vocablo característico del idioma español de Cuba por lo que sería el equivalente más frecuente en el castellano peninsular. También de forma ocasional hemos reconstruido la sintaxis de alguna oración para amoldarla a lo que estamos más acostumbrados en España. No obstante, tales cambios han sido mínimos y en casos en los que estaban muy justificados, sin que en momento alguno supongan una alteración sustancial de la traducción cubana.
El libro en Internet. No tenemos constancia de que exista una versión en castellano en Internet. De hecho la que hemos utilizado es una edición impresa. Por el contrario, en inglés puedes localizar en pdf el libro en algunos sitios con facilidad.
Fuente de esta transcripción y digitalización (cítese y manténgase el hipervínculo): blog del viejo topo.

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Notas del capítulo

(1) Michael Parenti: The Anti-Communíst Impulse. Random House, New York, 1969, p. 4.
(2) Washington Post, 24 de octubre de 1965, articulo escrito por Stanley Karnow.
(3) Winston Churchill: The Second World War. Vol. IV The Hinge of Fate, Londres, 1951, p. 428. 
(4) Winston Churchill: The World Crisis: The Aftermath. Londres, 1929, p. 235.
(5) D. F. Fleming: “The Western lntervention in the Soviet Union 19l8-l920”, en New World Review, New York, otoño de 1967; ver igualmente Fleming: The Cold War and its Origins, 1917-1960. Doubleday & C0., New York, 1961, pp. 16-35.
(6) Los Angeles Times, 2 de septiembre de 1991, p. 1.
(7) Frederick L. Schumann: Amerícan Policy Toward Russia Since 1917. New York, 1928, p. 1285. 
(8) Ibid, p. 154.
(9) San Francisco Chronicle, 4 de octubre de 1978, p. 4.
(10) New Republic, 4 de agosto de 1920, un análisis de 42 páginas escrito por Walter Lippman y Charles Merz. 
(11) Life, 29 de marzo de 1943, p. 29. 
(12) New York Times, 24 de junio de 1941; para un recuento interesante acerca de cómo los funcionarios norteamericanos prepararon el terreno para la Guerra Fría durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, ver el primer capítulo de The Declasiffied Eisenhower, de Blanche Wiesen Cork (New York, 1981), un estudio de los documentos clasificados que fueron incorporados a la Biblioteca Eisenhower.
(13) Esto ha sido bien documentado y sería de conocimiento común de no ser por sus vergonzosas implicaciones. Ver al respecto los documentos del gabinete británico en 1939, resumidos en el Manchester Guardian, el 1 de enero de 1970; también véase Fleming: The Cold War, pp. 48-97. 
(14) Relatado por el ex ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Christian Pineau, en una entrevista grabada para el Proyecto Dulles de Historia Oral en la Biblioteca de la Universidad de Princeton; citado por Roger Morgan en The United States and West Germany, 1945-1973: A Study in Allíance Politics. Oxford University Press, Londres, 1974, p. 54 (traducción del francés del autor).

(15) Michael Parenti, p. 35.
(16) John Stockwell: In Search of Enemies. New York, 1978, p. 101. Las expresiones “oficial de la CIA” u “oficial de caso” son utilizadas en todo el libro para indicar empleados profesionales a tiempo completo de la Agencia, en oposición a los “agentes”, que trabajan para la CIA pero tienen otras profesiones. Como se verá, otras fuentes que citamos, utilizan la palabra “agente” para ambas categorías.
(17) Ibíd., p. 238.
(18) Kwame Nkrumah: Dark Days in Ghana. Londres, 1968, pp. 71-72.
(19) La cita completa pertenece al New York Times, del 11 de enero de 1969, p. 1; la cita interior pertenece a la Comisión Nacional.
(20) Mother Jones Magazine, San Francisco, abril de 1981, p. 5.
(21) San Francisco Chronicle, 14 de enero de 1982, p. 2. 
(22) Richard E. Grimmett: Reported Foreign and Domestíc Covert Activities of the Uníted States Central Intelligence Agency: 1950-1974. Biblioteca del Congreso, 18 de febrero de 1975. 
(23) The Pentagon Papers. Edición del New York Times, 1971, p. Xlll.
(24) Discurso ante el Consejo de Asuntos Mundiales en la Universidad de Pennsylvania, el 13 de enero de 1950, citado en el Boletín del Comité Republicano del Congreso, 20 de septiembre de 1965.
(25) Robert Scheer: Los Angeles Times Book Review, 27 de septiembre de 1992, reseña sobre Georgi Arbatov: The System: An Insider's Life in Soviet Politics. Times Books, New York, 1992.
(26) International Herald Tribune, 29 de octubre de 1992, p. 4. 
(27) The New Yorker, 2 de noviembre de 1992, p. 6.
(28) Los Angeles Times, 2 de diciembre de 1988: la emigración de los judíos soviéticos llegó a su punto máximo: 51.330, en 1979, para caer a unos 1.000 al año a mediados de los 80 durante la administración Reagan (1981-1989); en 1988 fue de 16.572.
(29) 
a) Frank Kofsky: Harry Truman and the War Scare of 1948. A Successful Campaign to Deceive the Nation. St. Martin’s Press, New York, 1993, passim, en particular el Anexo l, el libro está repleto con porciones de documentos similares. escritos por analistas diplomáticos, de inteligencia y militares en los años 40; el temor a la guerra fue impulsado para conseguir apoyo al programa de política exterior de la administración, comenzar la carrera armamentista y salvar a la industria aeronáutica al borde de la bancarrota.
b) Declassified Documents Reference System: índices, resúmenes y documentos microfilmados, series anuales organizadas por agencias gubernamentales y año de desclasificación. 
c) Foreign Relations of the United States (Departamento de Estado), series anuales, documentos internos publicados entre 25 y 36 años después de ocurridos los hechos.
(30) Los Angeles Times, 29 de diciembre de 1991, p. M1.
(31) The Guardian, Londres, 10 de octubre de 1983, p. 9.
(32)
a) Anne H. Cahn: “How We Got Oversold on Overkill”, en Los Angeles Times, 23 de julio de 1993, basado en el testimonio ante el Congreso de Eleanor Chelimsky, asistente del controlador general de la Oficina de Contabilidad General, acerca de un estudio de la misma, el 10 de junio de 1993; ver texto relacionado en el New York Times, el 28 de junio de 1993, p. 10.
b) Los Angeles Times, 15 de septiembre de 1991, p. 1; 26 de octubre de 1991.
c) The Guardian, Londres, 4 de marzo de 1983; 20 de enero de 1984; 3 de abril de 1986.
d) Arthur Macy Cox: “Why U.S., Since 1977, Has Been Misperceiving Soviet Military Strenght”, en New York Times, 20 de octubre, de 1980, p. 19; Cox había sido funcionario del Departamento de Estado y de la CIA.
(33) Para un mayor análisis de estos puntos ver: 
a) Walden Bello: Dark Víctory: The United States, Structural Adjustment and Global Poverty. lnstitute for Food and Development Policy, Oakland, CA., 1994, passim.
b) Multinational Monitor, Washington, julio-agosto 1994, número especial sobre el Banco Mundial.
c) Doug Henwood: “The U.S. Economy: The Enemy Within”, en Covert Action Quarterly, No. 41, Washington D.C., verano de 1992, pp. 45-49. 
d) Joel Bleifuss: “The Death of Nations”, en In These Times, Chicago, 27 de junio-10 de julio de 1994, p. 12 (Código ONU). 



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Textos de William Blum en castellano en otros sitios.

Web personal del autor
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Índice del libro
(Los capítulos con hipevínculo están publicados en el blog; pulsa sobre ellos para acceder al contenido)

5. Corea 1945-1953: ¿fue todo lo que pareció ser?
6. Albania 1949-1953: el correcto espía inglés.
7. Europa del Este 1948-1956: operación factor fragmentante.
l0. Guatemala 1953-1954. Con el mundo por testigo.
11. Costa Rica. Mediados de los 50. Tratando de derribar a un aliado. Parte I.
12. Siria 1956-l957. Comprando un nuevo gobierno.
13. Medio Oriente 1957-1958. La Doctrina Eisenhower reclama otro patio para Norteamérica.
16. Guayana Británica 1953-l964. La mafia sindical internacional de la CIA.
20. Camboya 1955-1973. El príncipe Sihanouk camina en al cuerda floja de la neutralidad.
21. Laos 1957-1973. L’Armée Clandestine.
22. Haítí 1959-1963. Los marines desembarcan de nuevo.
23. Guatemala 1960. Un buen golpe merece otro.
24. Francia-Argelia. Años 60. L’état, c’est la CIA (El Estado es al CIA).
26. El Congo 1960-1964. El asesinato de Patricio Lumumba.
27. Brasil 1961-1964. Presentando el maravilloso mundo de los Escuadrones de la Muerte.
28. Perú 1960-1965. Fort Bragg se traslada a al selva.
29. República Dominicana 1960-1966. Deshacerse de la democracia para salvarla del comunismo.
32. Ghana 1966. Kwane Nkrumah se sale de la línea.
33. Uruguay 1964-1970. Tortura, tan norteamericana como el pastel de manzana.
36. Bolivia 1964-l975. Tras la huella del Che Guevara en la tierra del coup d´état.
37. Guatemala. 1962 hasta los 80. Una “solución final” menos publicada.
38. Costa Rica 1970-1971. Tratando de derribar a un aliado, parte II.
39. lraq 1972-1975. Las acciones encubiertas no deben ser confundidas con trabajo de misioneros.
40. Australia 1973-1975. Otra elección libre que muerde el polvo.
4l. Angola. 1975 hasta los años 80. El juego de póker de las grandes potencias.
42. Zaire 1975-1978. Mobutu y la CIA, un matrimonio hecho en el cielo.
43. Jamaica 1976-1980. El ultimátum de Kissinger.
45. Granada 1979-1984. La mentira, una de las pocas industrias surgidas en Washington. 
46. Marruecos 1983. Una jugada sucia con vídeo.
47. Surinam 1982-1984. Una vez más el famoso cubano.
48. Libia 1981-1989. Ronald Reagan encuentra la horma de su zapato.
50. Panamá 1969-1991. Traicionando a nuestro suministrador de drogas.
52. Iraq 1990-1991. El holocausto del desierto.
54. El Salvador 1980-1994. Derechos humanos al estilo de Washington.
55. Haití 1986-1994. ¿Quién me librará de este cura revoltoso?
Notas 
Anexo 1. Así es como circula el dinero.

William Blum, Asesinando la esperanza. Portada y contraportada edición en castellano. Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005.

6 comentarios:

  1. Hola, ¿conoces algún sitio donde adquirir el libro en español? Me interesa leerlo. Gracias

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    1. Hola.
      Imagino que tiene que haber ejemplares en España en librerías de segunda mano, pero en Navidades cuando miré en Internet para comprarlo en español, no encontré nada en España. También intenté contactar con la editorial cubana para comprarlo pero no hubo forma. Y finalmente alguien me pasó un enlace de una librería de libros viejos en California donde tenían un ejemplar, que fue el que compré. Hasta me parece que solo tenían un ejemplar, pero por la noche (ahora no lo tengo a mano) te paso el enlace de ellos para que los contactes por si tuviesen más (es gente muy amable la que lleva la librería y muy serios en los envíos).

      Es una lástima que no haya circulado el libro en España. Aunque tiene capítulos flojitos y de poco interés, otros en cambio son para "enmarcar". Mi idea es ir metiéndolos en el blog pero poco a poco porque da mucha lata, ya que el papel y la tinta son de mala calidad y tiene muchas manchas tipográficas, con lo cual cuando escaneas y lo pasas por el OCR para que reconozca el texto, la mitad son fallos y hay que transcribirlo manualmente.

      Saludos (por la noche te paso el enlace)

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    2. Pues al final no encuentro la dirección, pero lo había localizado a través de http://www.iberlibro.com/

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  2. Recomiendo leer también a Howard Zinn
    A People's History of the United States: 1492 to the present.
    La Otra Historia de los Estados Unidos (desde 1492 hasta hoy)
    Argitaletxe HIRU, S.L. ISBN: 84-89753-91-1
    Una brillante y conmovedora historia del pueblo desde el punto de vista de los explotados política y económicamente y cuya situación ha sido siempre ignorada por la Historia Oficial.

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  3. Este último además ha sido versionado al comic.

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  4. Rafael Poch: El Gladio sueco, en http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/?p=100

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