Imagen: Cognito Comics, "Operation Ajax". Personaje de la izda: representa a Mossadegh, Primer Ministro iraní que nacionalizó el petróleo, que estaba en manos británicas. Derecha: Churchill. Aunque el protagonismo principal de la Operación Ajax (que da lugar al golpe de estado de 1953 en Irán), fue de la CIA, el operativo contó con la ayuda del MI6, el servicio de Inteligencia británico. |
La oposición británica a la nacionalización del petróleo iraní, tenía como trasfondo (además de los suculentos beneficios que la explotación otorgaba) el deseo de garantizar la satisfacción de la necesidad de petróleo que tenía RU en la reconstrucción de post-guerra. A ello hay que sumarle el interés geoestratégico que mostraba EE.UU. en su permanente empeño de construir un cinturón de países amigos y de bases militares y logísticas que rodasen el territorio de la URSS.
En 1951 Mossadegh se conviertó en Primer Ministro de Irán (en el cargo entre el 28 de abril de 1951 y 19 de agosto de 1953, con un intervalo de 5 días entre el 16 de y 21 de julio de 1952, en que presentó su dimisión, volviendo a ser designado para el cargo tras las manifestaciones multitudinarias de apoyo que tuvieron lugar). Líder del Frente Nacional. Se le tiende a considerar como un nacionalista liberal.
El 20 de marzo de 1951, Mossadegh firmó el decreto de nacionalización del petróleo iraní, en manos de la compañía británica Anglo-Iranian Oil Company (posteriormente conocida como British Petroleum Company). La medida es respaldada por la mayor parte del Parlamento y luego ratificada por el Senado. Reino Unido intentó asfixiar económicamente al país, además de llevar a Irán ante el Consejo de Seguridad de ONU y ante el Tribunal Internacional de La Haya, el cual el 20 de julio de 1952 se declaró no competente para resolver el conflicto planteado por RU. El 15 de diciembre de 1952 un nuevo decreto suyo nacionalizaba la compañía telefónica iraní (en manos británicas) y la industria pesquera que, desde octubre de 1927 y por una concesión de 25 años, estaba en manos de una compañía mixta Irán-URSS.
En 1953 tuvo lugar el golpe de estado organizado por la CIA con la ayuda auxiliar del MI6 británico, para apartar del gobierno a Mossadegh. Fue lo que se conoció en la CIA como la Operación Ajax (oficialmente TP-AJAX) y en el MI6 como Operation Boot; la autoría británico-estadounidense ha sido reconocida oficialmente por las administraciones de ambos países. El golpe tuvo lugar en dos momentos:
- 13 de agosto de 1953. Primer intento de golpe de estado (fallido). El shah, de manera anticonstitucional (solo el Parlamento podía hacerlo), firma un decreto destituyendo a Mossadegh como Primer Ministro, designando en su lugar al general Fazlollah Zahedí, un ex-colaborador de los nazis que había sido encarcelado por tal causa por los británicos durante la guerra. En la mañana del día 15, Mossadegh se dirige a la nación para comunicar que el shah había intentado un golpe de estado con apoyo de potencias extranjeras, ordenando arrestar a Zahedí por traición. La CIA esconde a Zahedi para evitar su detención y el shah abandona precipitadamente el país con destino a Roma. El día 16 tienen lugar amplias manifestaciones de respaldo a Mossadegh.
- 19 de agosto. Segundo intento de golpe de estado (triunfa). Agentes iraníes coordinados por la CIA, organizan manifestaciones en favor del shah, desencadenando acciones violentas en las calles de Teherán. Simultáneamente, militares que defienden al Primer Ministro Mossadegh se enfrentan en las calles de Teherán con militares golpistas partidarios del shah. Tras nueve horas de enfrentamientos, trescientos muertos y cientos de heridos, los defensores de Mossadegh se rinden ante los insurgentes. Mossadegh es arrestado por los militares defensores del shah. Éste regresa al país en la misma tarde del 19 de agosto y Zahedi sale del escondite que le había facilitado la CIA.
Referencia documental. William Blum: "IRÁN 1953. Dándole seguridad al rey de reyes", en Asesinando la esperanza. Intervenciones de la CIA y del Ejército de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, cap. 9, pp.77 a 87. Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005 (original en inglés: William Blum, Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II, Common Courage Press, 2004).
Fuente de digitalización y correcciones (cítese y manténgase el hipervínculo): blog del viejo topo
Imágenes, pies de foto y negrita: son un añadido nuestro. Hemos puesto en cursiva los párrafos textuales que el autor saca de sus fuentes, para destacar que son citas.
Otros capítulos del libro: para acceder a otros capítulos publicados en el blog, véase al final el índice y pulsar en los hipervínculos que estén activos.
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IRÁN 1953. Dándole seguridad al rey de reyes.
"Así es como nos libraremos de ese loco de Mossadegh”, anunció John Foster Dulles a un grupo de altos estrategas políticos norteamericanos un día de junio de 1953 (1). El secretario de Estado tenía en su mano un plan operativo preparado por Kermit (Kim) Roosevelt de la CIA para derrocar al primer ministro de Irán. Apenas hubo discusión alguna entre los poderosos hombres reunidos, ni se plantearon cuestionamientos ni escrúpulos éticos o legales.
“Fue una grave decisión la tomada" [escribió luego Roosevelt]. “Implicaba tremendos riesgos. De seguro merecía un examen exhaustivo, la más estrecha evaluación, al más elevado nivel. No había recibido tal atención en esta reunión. De hecho, yo tenía la certeza moral de que cerca de la mitad de los presentes se hubieran opuesto a la empresa si se hubiesen sentido en libertad para hablar, o hubieran tenido el coraje para hacerlo" (2).
Roosevelt, nieto de Theodore y primo lejano de Franklin, expresaba más sorpresa que disgusto al contemplar a la cúpula política norteamericana al desnudo.
La iniciativa original de expulsar a Mossadegh provenía de los británicos, pues el líder iraní había encabezado el movimiento parlamentario por la nacionalización de la Compañía Anglo-Iraní de Petróleo (propiedad británica), la única que operaba en el país. En marzo de 1951, la propuesta de nacionalización fue aprobada, y a finales de abril Mossadegh era electo primer ministro por una amplia mayoría del Parlamento. El 1 de mayo se hizo efectiva la nacionalización. Mossadegh declaró que el pueblo iraní “estaba abriendo un tesoro escondido sobre el cual yacía un dragón" (3).
Tal como había anticipado el primer ministro, los británicos no estuvieron conformes con la nacionalización, aunque fuese apoyada de manera unánime por el Parlamento y por la aplastante mayoría del pueblo iraní por razones tanto de justicia económica como de orgullo nacional. El gobierno de Mossadegh trato de hacer todo lo adecuado para aplacar a los británicos: ofreció entregarles el 25% de las ganancias netas como compensación; garantizó la seguridad y los empleos de los trabajadores británicos; se manifestó dispuesto a vender su petróleo sin apartarse del cuidadoso sistema de control tan caro a los corazones de los gigantes petroleros internacionales. Pero nada resultó aceptable. Lo que querían era la devolución de su compañía, y la cabeza de Mossadegh. Un sirviente no puede enfrentarse a su amo y quedar impune.
Un despliegue de fuerza militar de la Marina británica fue seguido por un implacable boicot y boqueo económico internacional, así como por la congelación de los fondos iraníes, lo que paralizó las exportaciones de petróleo y el comercio internacional de Irán, y arrojó al ya empobrecido país a una completa ruina, con lo que hizo imposible el pago de compensación alguna. Sin embargo, y mucho después de sus presiones para expulsar a Mossadegh, los británicos demandaron compensación, no solo por los activos físicos de la compañía, sino por el valor de su empresa en el desarrollo de los campos petroleros, una solicitud imposible de complacer; en opinión de los nacionalistas iraníes, por cuanto décadas de inmensas ganancias los habían compensado con amplitud.
El intento británico de estrangular económicamente a Irán no podía haber prosperado sin la activa cooperación y apoyo de los gobiernos de Truman y Eisenhower y de las compañías petroleras norteamericanas. Al mismo tiempo, la administración Truman discutió con Londres que el colapso de Mossadegh podría abrir la puerta a la proverbial toma del poder por los comunistas (4). Sin embargo, cuando los británicos fueron expulsados mas tarde de Irán, no tuvieron más alternativa que pedir ayuda a EE.UU. para derribar a Mossadegh. En noviembre de 1952, el gobierno de Churchill se acerco a Roosevelt, el jefe de facto de la División del Medio Oriente de la CIA, quien le respondió que en su opinión no había "oportunidad alguna de obtener aprobación bajo la actual administración de Truman y Acheson. Con los nuevos republicanos, en cambio, podría ser muy diferente" (5).
John Foster Dulles fue en efecto diferente. El anticomunista apocalíptico vio en Mossadegh el epítome de todo lo que detestaba en el Tercer Mundo: inequívoca neutralidad con respecto a la Guerra Fría, tolerancia con los comunistas y menosprecio por la libre empresa, como lo demostraba la nacionalización petrolera. (lrónicamente, en años recientes Gran Bretaña había nacionalizado varias de sus propias industrias básicas y el Gobierno era el dueño mayoritario de la Compañía Anglo-Iraní.) Para los afines a John F. Dulles, el excéntrico Dr. Mohammad Mossadegh era sin duda un loco. Y cuando el secretario de Estado consideró además que Irán era una nación extraordinariamente rica en oro negro, y que tenía una frontera común con la URSS de más de mil millas de largo, no tuvo más indecisiones acerca de si el primer ministro iraní debía finalmente retirarse de la vida pública.
Según se desenvolvieron los hechos, el derrocamiento de Mossadegh en agosto de 1953, fue mucho más una operación norteamericana que británica. Veintiséis años después, K. Roosevelt daría el paso inusual de escribir un libro acerca de cómo la CIA y él habían llevado a cabo esto. Lo titulo Contragolpe para dar la idea de que él golpe de la CIA había tenido el propósito de evitar la toma del poder por el Partido Comunista iraní (el Tudeh), fuertemente respaldado por la URSS. Roosevelt argumentaba así que Mossadegh tenía que ser eliminado para impedir un avance comunista, mientras que la administración Truman había considerado que debía ser mantenido por esta misma razón.
Sería incorrecto afirmar que Roosevelt ofrece pocas evidencias que apoyen su teoría del peligro comunista. Es más preciso decir que no ofrece evidencia alguna. En cambio, el lector es sometido a una continua reiteración de esta tesis, con la aparente convicción de que la repetición terminaría por vencer incluso a los más escépticos. Veamos algunas de las variantes empleadas: “La amenaza Soviética [era] sin dudas genuina, peligrosa e inminente”; Mossadegh “había formado una alianza” con la URSS para expulsar al sha; “la obvia amenaza de invasión rusa”; "la alianza entre [Mossadegh] y el Tudeh, dominado por los rusos , tomaba una forma amenazante”; “la creciente dependencia [de Mossadegh] de la Unión Soviética”; "la mano del Tudeh, y detrás de ellos los rusos, se mostraba más abiertamente cada día”; “el apoyo ruso al Tudeh, y el del Tudeh a [Mossadegh] se hacía cada vez más obvio"; la URSS era “más activa que nunca en Irán. Su control de los dirigentes del Tudeh se fortalecía con el tiempo. Se ejercía con frecuencia y, en nuestra opinión, en forma ostentosa” (6).
Pero nada de esta actividad subversiva y amenazadora era, en apariencia, tan abierta, obvia y jactanciosa como para ofrecer a Roosevelt un solo ejemplo que presentar a un lector curioso.
En realidad, aunque el Tudeh seguía con más o menos fidelidad la fluctuante línea moscovita en Irán, la relación entre este partido y Mossadegh era mucho más compleja de lo que reflejaron Roosevelt y otros cronistas de la Guerra Fría. El Tudeh tenía sentimientos ambiguos hacia ese primer ministro propietario de tierras, rico y excéntrico que, no obstante, se enfrentaba al imperialismo. Dean Acheson, secretario de Estado de Truman, describió a Mossadegh como “un persa esencialmente rico, reaccionario y de mentalidad feudal” (7), difícilmente el tipo de persona en quien confiaría un partido comunista.
En ocasiones el Tudeh había apoyado las medidas de Mossadegh, pero con mayor frecuencia las había atacado con fuerza, y el 15 de julio de 1951, una demostración popular auspiciada por el partido había sido dispersada brutalmente por Mossadegh, con más de cien muertos y quinientos heridos. Por otra parte, el líder iraní había hecho campaña con éxito contra la prolongación de la ocupación soviética en el norte de Irán después de la Segunda Guerra Mundial, y en octubre de 1947 había guiado al Parlamento en el rechazo a una propuesta gubernamental de crear una compañía petrolera mixta soviético-iraní para explotar el petróleo del norte del país (8).
¿Qué podía ciertamente ganar Mossadegh por entregar parte de su poder al Tudeh y a la URSS? La idea de que los soviéticos deseaban siquiera que el Tudeh tomase el poder no era más que una especulación. Había tanta evidencia de ello, o tan poca, como para concluir que los rusos, una vez más, estaban más preocupados por su propia relación con los gobiernos occidentales que con la suerte de un partido comunista en un país fuera del bloque soviético.
Un informe secreto de inteligencia del Departamento de Estado, fechado el 9 de enero de 1953, en los días finales del gobierno de Truman, afirmaba que Mossadegh no había buscado alianza alguna con el Tudeh y que “la mayor oposición al Frente Nacional [la coalición gubernamental de Mossadegh] proviene por un lado de los intereses creados y por otro del Partido Tudeh” (9).
En 1949 el Tudeh había sido declarado ilegal, y Mossadegh no había eliminado la prohibición, aunque permitió que el partido operase abiertamente, al menos en cierta medida, a causa de sus convicciones democráticas, y había designado a algunos simpatizantes del Tudeh en puestos de Gobierno.
Muchos de los objetivos del Tudeh seguían líneas paralelas a los del Frente Nacional, según observaba el informe del Departamento de Estado pero “una acción concreta del Tudeh en pos del poder [..] uniría probablemente a los independientes y no comunistas de todas las tendencias políticas y daría como resultado [...] enérgicos esfuerzos para destruir al Tudeh por la fuerza” (10).
El Frente Nacional era una coalición de elementos políticos y religiosos muy diversos que incluían anticomunistas de derecha, cohesionados por el respeto al carácter personal y la honestidad de Mossadegh, y por sentimientos nacionalistas, en particular promovidos por la nacionalización del petróleo.
En 1979, al ser interrogado acerca de este informe secreto, K. Roosevelt respondió: “No sé qué conclusión sacar de eso [...] Loy Henderson [embajador de EE.UU. en Irán en 1953] pensaba que había un serio peligro de que Mossadegh fuera, en efecto, a colocar a Irán bajo el dominio soviético” (11). Aunque era él el principal inspirador del golpe, Roosevelt pasaba el batón ahora, y a un hombre que, como veremos en el capítulo sobre el Medio Oriente, era dado a declaraciones alarmistas sobre “golpes comunistas”.
Uno no puede sino preguntarse cómo interpretó Roosevelt, o cualquier otro, la declaración de John F. Dulles ante un Comité del Senado en julio de 1953, cuando la operación de expulsar a Mossadegh ya se estaba llevando a cabo. El secretario de Estado, según el informó la prensa, testificó “que no había ‘evidencia suslancial’ que indicara que Irán estaba cooperando con Rusia. En conjunto [añadió] la oposición musulmana al comunismo es predominante, aunque en ocasiones el Gobierno iraní parezca apoyarse en el partido Tudeh, el cual es comunista" (12).
El joven shah de Irán había sido relegado a un papel poco menos que pasivo por Mossadegh y el proceso político iraní. Su poder había sido disminuido al punto de estar “imposibilitado de acción independiente”, señalaba el informe del Departamento de Estado. Mossadegh presionaba por lograr el control de las fuerzas armadas y por tener más poder de decisión sobre los gastos de la corte y el indeciso e inexperto shah, —el “rey de reyes”— no se atrevía a oponerse abiertamente a su primer ministro por la gran popularidad de éste.
La secuencia de hechos instigados por Roosevelt que llevaron finalmente a la supremacía del shah parece sencilla, vista en la distancia, incluso ingenua, y muy ligada a la suerte. El primer paso fue asegurar al shah de que Eisenhower y Churchill lo respaldarían en la lucha por el poder contra Mossadegh, y estaban dispuestos a brindarle todo el apoyo militar y político que necesitara. Roosevelt en realidad no sabía lo que pensaba Eisenhower, o si éste conocía siquiera acerca de la operación y llegó tan lejos como para fabricar un mensaje del presidente al shah en el que expresaba su respaldo (13).
Al mismo tiempo, el shah fue persuadido para emitir un decreto real que destituía a Mossadegh y nombraba en su lugar a Fazlollah Zahedi, un general que había sido encarcelado durante la guerra por los británicos a causa de su colaboración con los nazis (14). Avanzada la noche del 14 al 15 de agosto, un emisario del shah entregó el decreto real en la casa de Mossadegh, que estaba rodeada por soldados. No es de extrañar que fuese recibido fríamente y que no se le permitiera ver al primer ministro. En lugar de ello, se le obligó a dejar el decreto con un sirviente, el cual firmó un recibo por la hoja de papel que destituía a su amo. Tampoco es sorprendente que Mossadegh no abdicara. El primer ministro, que sostenía que solo el Parlamento podía destituirlo, se dirigió a la nación por radio a la mañana siguiente y afirmó que el shah, alentado por “elementos foráneos”, había intentado un golpe de Estado, por tanto él, Mossadegh, se veía obligado a asumir todo el poder. Denunció a Zahedi como traidor y ordenó arrestarlo, pero el general había sido escondido por la gente de Roosevelt.
El shah, temiendo haber perdido todo, huyó con su reina hacia Roma vía Bagdad, sin siquiera una maleta. Inconmovible, Roosevelt continuó la operación: ordenó que se distribuyeran copias mimeografiadas del decreto real al pueblo y envió dos de sus agentes iraníes a pedir apoyo a importantes jefes militares. Al parecer se dejó para último momento esta cuestión esencial, casi como si no se hubiese pensado en ello. De hecho, uno de los dos iraníes había sido reclutado aquella misma mañana, y fue él quien logró comprometer el apoyo militar de un coronel que tenía tanques y unidades motorizadas bajo su mando (15).
A partir del 16 de agosto, una demostración masiva organizada por el Frente Nacional en apoyo a Mossadegh y de condena al shah y a EE.UU., se llevó a cabo en Teherán. Roosevelt la caracterizó simplemente como “el Tudeh, con fuerte apoyo ruso", sin dar una vez más pruebas de su aserto. El New York Times se refirió a ella como "guerrilleros del Tudeh y extremistas nacionalistas”, siendo este último un término que podría aplicarse a individuos de un amplio espectro de tendencias políticas (16).
Entre los manifestantes había también un número de agentes de la CIA. Según Richard Cottam, académico norteamericano y supuestamente autor de textos al servicio de Ia Agencia en Teherán en aquel tiempo, estos agentes eran enviados “a las calles como si fuesen del Tudeh. Eran más que meros provocadores, eran tropas de choque y actuaban como si fuesen gente del Tudeh arrojando piedras a las mezquitas y sacerdotes”, con el propósito de dejar claro que el Tudeh y, por implicación, Mossadegh, estaban contra la religión (17).
Durante las manifestaciones, el Tudeh alzó su habitual demanda de creación de una república democrática. Pidieron a Mossadegh formar un frente unido y que se le entregasen armas para enfrentarse al golpe, pero el primer ministro se negó (18). Por el contrario, el 18 de agosto ordenó a la policía y al ejército poner fin a las demostraciones del Tudeh, lo que hicieron con considerable empleo de la fuerza. Según los relatos de Roosevelt y del embajador Henderson, Mossadegh dio este paso como resultado de un encuentro con Henderson, en el cual éste se quejó del acoso extremo que sufrían los ciudadanos estadounidenses a manos de los iraníes. Ambos norteamericanos dejaron sin aclarar cuánto de este acoso era real y cuánto era un pretexto esgrimido por ellos en esta ocasión. En cualquier caso Henderson le dijo a Mossadegh que, a menos que se pusiera fin a la situación, se vería obligado a ordenar a los norteamericanos a abandonar Irán de inmediato. Mossadegh le suplicó que no lo hiciera, aseguró Henderson, pues una evacuación norteamericana daría la impresión de que su gobierno no tenia control del país, aunque al mismo tiempo el primer ministro estaba acusando a la CIA de estar detrás de la emisión del decreto real (19). (A estas alturas el periódico del Tudeh estaba pidiendo la expulsión de los diplomáticos "intervencionistas" norteamericanos) (20).
Cualesquiera que fuesen los motivos de Mossadegh, su acción entra de nuevo en aguda contradicción con la idea de que tenía una alianza con el Tudeh, o de que el partido contaba con posibilidades de hacerse con el poder. De hecho, el Tudeh no volvería a tomar la calle de nuevo.
Al día siguiente, 19 de agosto, los agentes iraníes de Roosevelt escenificaron un desfile en Teherán. Con cerca de un millón de dólares puestos a su disposición en la caja fuerte de la Embajada norteamericana, los "extremadamente competentes y 'profesionales organizadores'" como los llamaba Roosevelt, no tuvieron dificultad en contratar a una multitud, y emplearon probablemente poco dinero de! fondo. (Diversos recuentos del papel de la CIA en Irán, sitúan los gastos del derrocamiento de Mossadegh entre diez mill y diecinueve millones de dólares. Las cifras mayores se basan en informes de que la CIA sobornó con fuertes sumas a miembros del Parlamento y a otros iraníes influyentes para lograr su apoyo contra el primer ministro).
Pronto pudo verse una línea de personas salir de un antiguo bazar, encabezadas por un grupo de artistas de circo y atletas a fin de atraer al público. Los manifestantes ondeaban banderas y gritaban ¡Viva el shah! En los bordes de la procesión, algunos individuos pasaban monedas iraníes que mostraban la efigie del shah. Muchos se sumaron al paso de la demostración, y se unieron a los cantos, sin duda por toda una miríada de razones políticas y personales. La balanza psicológica se inclinaba al lado opuesto de Mossadegh.
En el camino, algunos manifestantes rompieron las filas para atacar oficinas de periódicos o partidos políticos pro gubernamentales, así como las oficinas del Tudeh y del Gobierno. En ese momento una voz se hizo escuchar por la radio de Teherán anunciando que "la orden del shah de que Mossadegh fuese destituido ha sido llevada a cabo. El nuevo primer ministro Fazlollah Zahedi se encuentra ahora en el poder. ¡Y Su Majestad Imperial viene de regreso!".
Se trataba de una mentira, o de una “preverdad”, como sugirió Roosevelt. Solo entonces fue a buscar a Zahedi a su escondite. En el camino se cruzó con el comandante de la Fuerza Aérea que se hallaba entre los manifestantes. Roosevelt le dijo al oficial que consiguiera un tanque para llevar a Zahedi a la casa de Mossadegh en la manera adecuada (21).
Kermit Roosevelt querría que el lector creyese que en este momento todo había terminado y no quedaba más que descorchar el champán: Mossadegh habría huido, Zahedi asumiría el poder y el shah había sido avisado para regresar —un triunfo de la voluntad popular, dramático, feliz y apacible. Inexplicablemente olvida mencionar que se combatió durante nueve horas en las calles de Teherán y frente a la vivienda de Mossadegh por parte de los militares partidarios de éste y los que apoyaron a Zahedi y al shah. Se reportaron cerca de trescientos muertos y cientos fueron heridos antes de que los defensores de Mossadegh sucumbieran (22).
Roosevelt tampoco hace referencia a cualquier contribución por parte de los británicos, lo que irritó mucho a los hombres del MI6, la contrapartida de la CIA, quienes reclamaron que tanto ellos como el personal de la Compañía Anglo-Iraní de Petróleo, empresarios locales y otros iraníes habían desempeñado un papel importante en los hechos. Pero no dieron detalles acerca de cuál fue exactamente ese papel (23).
La Misión Militar norteamericana en Irán también reclamó su participación, tal como lo atestiguó luego el mayor general Geroge C. Stewart ante el Congreso:
Un poco antes de ese mismo año, el New York Times había señalado que "la opinión prevaleciente entre observadores designados en Irán" era que “Mossadegh es el político más popular en el país". Durante un periodo de más de cuarenta años Mossadegh habia “adquirido reputación como un patriota honesto“ (26).
En julio, el director de Asuntos Iraníes en el Departamento de Estado había testificado que “Mossadegh tenía un control tan tremendo sobre las masas populares que sería muy difícil quitarlo del poder" (27). Unos pocos días más tarde, “al menos cien mil" personas llenaron las calles de Teherán para expresar fuertes sentimientos contra el shah y EE.UU. Aunque auspiciado por el Tudeh, el numero de participantes excedía en mucho al de los miembros del partido (28).
Pero la popularidad y las masas, cuando carecen de armas, pesan poco, pues al final lo que presenció Teherán fue un enfrentamiento militar llevado a cabo en ambas partes por soldados obedientes a las órdenes de un puñado de oficiales, algunos de los cuales pensaban sólo en sus carreras y ambiciones al elegir el bando; otros tenían compromisos ideológicos más serios. El New York Times caracterizó el súbito giro de la suerte de Mossadegh como “nada más que un motín [...] contra los oficiales pro Mossadegh“ por parte de “los rangos militares inferiores”, quienes reverenciaban al shah y habían reprimido brutalmente las demostraciones del día anterior, pero se negaron a hacerlo el 19 de agosto y, en cambio, se volvieron contra sus oficiales (29).
No está claro cuáles conexiones previas habían establecido Roosevelt y sus agentes con los oficiales pro shah. En una entrevista concedida en la fecha en que terminó el libro, Roosevelt declaró que un número de oficiales se refugiaron en el enclave de la CIA adjunto a la Embajada norteamericana, cuando el shah huyó a Roma (30). Pero en tanto no menciona una palabra de este importante e interesante elemento en el libro, se debe tomar también con cautela esta nueva afirmación. En cualquier caso, pudiera ser que la demostración del 19 de agosto organizada por Roosevelt y su equipo fuese el estímulo y la chispa que estos oficiales esperaban. De ser así, sin embargo, solo demostraría cuánto dejó Roosevelt en manos del azar.
A la luz de las cuestionables, contradictorias y engañosas declaraciones que en determinados momentos provinieron de J.F. Dulles, K. Roosevelt, L. Henderson y otros funcionarios norteamericanos, ¿a qué conclusiones podemos llegar sobre los motivos estadounidenses para derrocar a Mossadegh? Las consecuencias del golpe pueden ofrecer la mejor orientación al respecto.
Durante los siguientes veinticinco años, el sha de Irán se mantuvo como el aliado más cercano de EE.UU. en todo el Tercer Mundo, a un punto que habría impactado al neutral e independiente Mossadegh. El shah colocó su país literalmente a disposición de los militares norteamericanos y de las organizaciones de inteligencia, para ser utilizado como arma de la Guerra Fría, una ventana y una puerta a la URSS, escuchas electrónicas y radares fueron ubicados cerca de la frontera soviética; la aviación norteamericana utilizaba Irán como base para realizar vuelos de vigilancia sobre la URSS; se infiltraron agentes a través de la frontera; diversas instalaciones militares estadounidenses punteaban el territorio iraní. El país era visto como un eslabón esencial en la cadena que forjaba EE.UU. para “contener'” a la URSS. En un telegrama al secretario británico actuante de Relaciones Exteriores, Dulles decía: "Pienso que si podemos movernos en coordinación con Irán de manera rápida y efectiva, cerraremos la brecha más peligrosa en la línea de Europa a Asia del sur" (31). En febrero de 1955, Irán se convirtió en miembro del Pacto de Bagdad, diseñado por EE.UU., en palabras de Dulles, para “crear una sólida banda de resistencia contra la Unión Soviética" (32).
Un año después del golpe, el Gobierno iraní completó un contrato con un consorcio internacional de compañías petroleras. Entre los nuevos socios extranjeros de Irán, los británicos perdieron los derechos exclusivos que habían disfrutado antes y se vieron reducidos a 40%. Otro 40 % a manos de compañías norteamericanas, y el resto a otros países. Sin embargo, los británicos recibieron una generosa compensación por sus antiguas propiedades (33).
En 1958, K. Roosevelt dejó la CIA y fue a trabajar para la Gulf Oil Co., una de las firmas norteamericanas en el consorcio. Se desempeñó como director de las relaciones de la empresa con el Gobierno de EE.UU. y de otros países, y tuvo ocasión de tratar al sha. En 1960, fue nombrado vicepresidente. Luego, creó una firma consultora, Downs & Roosevelt, la cual, entre 1967 y 1970, recibió, según informes, 116.000 dólares anuales además de los gastos por sus esfuerzos en favor del Gobierno iraní. Otro cliente, la Northrop Corporation, una compañía aérea radicada en Los Angeles, pagó a Roosevelt 75.000 dólares anuales por ayudar a sus ventas en Irán, Arabia Saudita y otros países (34). (Ver en el capítulo sobre Medio Oriente la conexión CIA de Roosevelt con el rey saudita).
Otro miembro norteamericano del nuevo consorcio fue la Standard Oil Co., de New Jersey (actual Exxon), cliente de Sullivan y Cromwell, la firma neoyorkina de cuya junta directiva formó parte por mucho tiempo J.F. Dulles. Su hermano Allen, director de la CIA, también había integrado la firma (35). El columnista Jack Anderson reportó años después que la familia Rockefeller, que controlaba la Standard Oil y el Chase Manhattan Bank, había “ayudado a la CIA a organizar el golpe que derrocó a Mossadegh". Anderson enumeraba distintas maneras utilizadas por el shah para demostrar su gratitud a los Rockefeller, incluyendo grandes depósitos de su fortuna personal en el CMB, así como urbanizaciones construidas en Irán por una compañía de la familia Rockefeller (36).
La versión generalizada de lo que ocurrió en Irán en 1953 es que —dígase lo que se diga a favor o en contra de la operación— EE.UU. salvó a Irán de caer en manos de los comunistas. Sin embargo, durante los dos años en que británicos y estadounidenses promovieron la subversión en un país fronterizo, la URSS no hizo nada que justificara tal premisa. Cuando la Marina inglesa emplazó la mayor concentración de sus fuerzas desde la Segunda Guerra Mundial en aguas iraníes, los soviéticos no se mostraron beligerantes; ni cuando Gran Bretaña instituyó sanciones draconianas que sumieron a Irán en una grave crisis económica y lo hicieron en extremo vulnerable, la “amenaza bolchevique” se apoderó de los campos petroleros; todo esto a pesar de tener "a todo el partido Tudeh a su disposición" como agentes, según expresara Roosevelt (37). Ni siquiera a la vista del golpe, con todas las trazas de manos extranjeras en él, Moscú tuvo un gesto amenazador, como tampoco Mossadegh pidió en ningún momento la ayuda rusa.
Un año después, sin embargo, el New York Times escribió en un editorial: “Moscu [...] contaba sus polluelos antes de que fuesen degollados y pensaba que Irán sería la próxima 'democracia popular'". Al mismo tiempo el periódico alertaba con sorprendente arrogancia, que “los países subdesarrollados con ricos recursos tienen ahora una lección objetiva en cuanto al alto costo que debe pagar uno de ellos si se deja llevar por el nacionalismo fanático” (38).
Una década más tarde, Allen Dulles declaró solemnemente que el comunismo había “tomado el control del aparato gubernamental” en Irán (39). Y diez años después de eso, la revista Fortune, para citar uno entre muchos ejemplos, mantenía viva la historia al escribir que Mossadegh “conspiró con el partido Comunista de Irán, el Tudeh, para derrocar al shah Mohammed Reza Pahlevi y "engancharse a la Unión Soviética" (40).
¿Y qué hubo del pueblo iraní? ¿En qué los benefició haber sido "salvados del comunismo"? Para la mayoría de la población, la vida bajo el shah fue un sombrío escenario de extrema pobreza, terror policial y tortura. Miles fueron ejecutados en nombre de la lucha contra el comunismo. La disidencia fue aplastada desde el inicio del nuevo régimen con asistencia norteamericana. Kennett Love escribió que creía que el oficial de la CIA George Carroll, a quien conocía personalmente, trabajaba con el general Fashat Dadsetan, el nuevo gobernador militar de Teherán, "en la preparación para sofocar de modo muy eficiente un movimiento disidente potencialmente peligroso proveniente del área comercial y del Tudeh en las primeras dos semanas de noviembre de 1953” (41).
La notoria policía secreta iraní, SAVAK, creada bajo la guía de la CIA e Israel (42) desplegó sus tentáculos por todo el mundo para castigar a los iraníes disidentes. De acuerdo con un antiguo analista de la CIA sobre Irán, SAVAK tenía instrucción en técnicas de tortura por parte de la Agencia (43). Amnistía Internacional resumió la situación en 1976 al señalar que Irán tenía "el nivel más alto de penas de muerte en el mundo, ningún sistema válido de cortes civiles y una historia de torturas más allá de lo creíble. Ningún país en el mundo tiene un récord peor en los derechos humanos que Irán" (44).
Cuando a esto se añade un grado de corrupción que "asustaría incluso a los más endurecidos observadores del robo en el Medio Oriente" (45), se entiende que el shah necesitase una enorme fuerza militar y policial, mantenida gracias a programas de ayuda y entrenamiento norteamericanos de proporciones mucho mayores de lo acostumbrado (46), para sostenerse en el poder durante tanto tiempo. El senador Hubert Humphrey dijo, al parecer con cierta sorpresa: "¿Sabe, usted, lo que le dijo el jefe del Ejército iraní a uno de los nuestros? Dijo que el Ejército estaba en buena forma gracias a la ayuda de EE.UU., que estaba ahora en condiciones de enfrentarse a la población civil. Ese Ejército no va a pelear contra los rusos. Está planeando pelear contra el pueblo iraní" (47).
Donde la fuerza pudiera fallar, la CIA recurrió a su instrumento más seguro: el dinero. Para asegurarse el apoyo al shah, o al menos la ausencia de oposición, la Agencia comenzó a pagar a líderes religiosos iraníes, siempre un lote caprichoso. Los pagos a los ayatollahs y mullahs comenzaron en 1953 y continuaron con regularidad hasta 1977, cuando el presidente Carter los interrumpió bruscamente. Una "fuente informada de inteligencia" estimaba que las sumas pagadas llegaban ya a los 400 millones de dólares al año; otros consideran que esa cifra es exagerada, lo que ciertamente parece. Se cree que la suspensión de fondos entregados a los dignatarios religiosos fue uno de los elementos que precipitó el principio del fin del rey de reyes (48).
Notas
Un recuento general de los hechos descritos en este capítulo puede ser obtenido en las siguientes fuentes:
a) Kermit Roosevelt: Countercoup: The Struggle for the Control of Iran. New; York, 1979, passim.
b) Bahman Nirumand: Iran: The New Imperialism in Action. New York, 1969, capítulos 2 al 4, en particular acerca de la nacionalización iraní, la reacción británica y norteamericana y el desenvolvimiento posterior al golpe.
c) Stephen Ambrose: Ike's Spies. Doubleday & Co., New York, 1981, cap. 14 y 15.
d) Barry Rubin: Paved with Good Intentions: The American Experience and Iran. New York, 1980, cap.3.
e) David Wise y Thomas B. Ross: The Invisible Government. New York, 1965, pp. 116-121.
f) Andrew Tully: The Inside Story. New York, 1962, pp. 76-84.
g) Fred J. Cook en The Nation, New York, 24 de junio de 1961, pp. 547-551, en particular las condiciones en Irán después del golpe.
(1) Roosevelt, p. 8.
(2) Ibíd., pp. 18-19.
(3) Anthony Eden: The Memoirs of the Right Honourable Sir Anthony Eden: Full Circle, Londres, 1960, p.194.
(4) Dean Acheson: Present at the Creation: My Years in the State Department. New York, 1969, pp. 679-685; Eden, pp. 201-202; Nirumand, pp. 73-74.
(5) Roosevelt, p. 107.
(6) Ibid, pp. II, 2, 3, 91-92, 126, 134, 164, 119.
(7) Acheson, p. 504.
(8) Acerca de las relaciones de Mossadegh y el Tudeh con la URSS:
a) Manfred Halpern: “Middle East and North Africa", en C.E. Black y T.P. Thornton, eds.: Communism and Revolution. EE.UU., 1964, pp. 316-319.
b) Donald N. Wilber: Iran: Past and Present, 3ª edición. Princeton University Press, 1955, p. 115. Wilber es un historiador que, según ha admitido él mismo, era a la vez un operativo de la CIA. En un libro posterior alega haber sido el autor principal de la operación para derrocar a Mossadegh (conocida como la Operación Ajax), aunque no da evidencias que lo prueben. También señala que el libro de Roosevelt esté lleno de equivocaciones con respecto a los hechos. Ver Adventures in the Middle East (1986), pp.187-188.
c) Nirumand: op. cit.
d) Rubin: op. cit.
(9) Declassified Documents Reference System. Arlington, Va., Volumen 1979, documento 79E.
(10) Ibid.
(11) Entrevista a Roosevelt por Robert Scheer en Los Angeles Times, 29 de marzo de 1979, p. 1.
(12) New York Times, 10 de julio de 1953, p. 4.
(13) Roosevelt, p.168.
(14) Fitzroy Maclean: Eastern Approaches. Londres, 1949, pp. 266, 274; Maclean era un oficial británico en la Segunda Guerra Mundial que secuestró a Zahedi para evitar que diera más ayuda a los nazis.
(15) Los detalles acerca de los últimos días del régimen de Mossadegh pueden ser encontrados en Roosevelt, capítulos 11 y 12; Wilber, pp. 124-127 (intencionadamente no menciona a la CIA, ver nota 8); Ambrose, capítulo 15, al igual que en otros libros mencionados en este capítulo de mi libro.
(16) Acerca de la manifestación: Wilber, p. 125; Roosevelt, p. 179; New York Times, 19 de agosto de 1953.
(17) Brian Lapping: End of Empire. Gran Bretafia-EE.UU., 1985, p. 220; basado en la serie del mismo nombre de la Granada Television transmitida en Gran Bretaña en 1985.
(18) Halpern, p. 318; Wilber, p. 125.
(19) Sobre el encuentro de Henderson y Mossadegh: Ambrose, pp. 208-209, entrevista a Henderson por el autor; Roosevelt, pp. 183-185.
(20) New York Times, 19 de agosto de 1953.
(21) Roosevelt, pp. 191-192.
(22) New York Times, 20 de agosto de 1953, p. 1; The Times, Londres, 20 de agosto de 1953.
(23) David Leigh: The Wilson Plot: How the Spycatchers and Their American Allies Tried to Overthrow the British Government. New York, 1988, pp. 14-15.
(24) Audiencias en 1954 ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara acerca de “La Ley de Seguridad Mutua de 1954”, pp. 503, 569-570. Stewart era el director de la Oficina de Asistencia Militar del Departamento de Defensa.
(25) Kennett Love: “The American Role in the Pahlevi Restoration on 19 August of 1954”, manuscrito inédito existente entre los papeles de Allen Dulles en la Universidad de Princeton; extractos del mismo aparecen en Jonathan Kwitny: Endless Enemies: The Making of an Unfriendly World. New York, 1984, pp. 164-177.
(26) New York Times, 18 de enero de 1953, IV, p 8.
(27) Testimonio ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara brindado por Arthur L. Richards, director de la Oficina para Asuntos Griegos, Turcos e Iraníes, el 17 de julio de 1953, sesión ejecutiva, documento desclasificado en 1981, p. 148.
(28) New York Times, 21 de julio de 1953.
(29) Ibid., 23 de agosto de 1953, IV, p. 1.
(30) Entrevista hecha por Scheer.
(31) The Guardian, Londres, 2 de enero de 1984, documentos del Gobierno británico de 1953 desclasificados el 1 de enero de 1984.
(32) Testimonio en las "Audiencias sobre la situación en el Medio Oriente”, Comité de Asuntos Exteriores del Senado, 24 de febrero de 1956, p. 23.
(33) Nirumand, pp. 100-108; se explica el contrato en detalles.
(34) Acerca de la carrera de Roosevelt después de dejar la CIA ver entrevista de Scheer; Wise y Ross, pp. 116-117; Kwitny, p. 183.
(35) Robert Engler: The Politics of Oil: A Study of Private Power and Democratic Directions. New York, 1961, p. 310.
(36) San Francisco Chronicle, 26 de diciembre de 1979.
(37) Roosevelt, p. 145.
(38) New York Times, 6 de agosto de 1954.
(39) Allen Dulles: The Craft of Intelligence. New York, 1965, p. 216.
(40) Fortune, New York, junio de 1975, p. 90.
(41) Love: op. cit., citado por Kwitny, p. 175.
(42) Roosevelt, p. 9.
(43) Jesse J. Leaf, analista jefe de la CIA en Irán durante cinco años antes de renunciar en 1973, entrevistado por Seymour Hersh en el New York Times, 7 de enero de 1979.
(44) Martin Ennals, secretario general de Amnistía Internacional, citado en un articulo de Reza Baraheni en Matchbox (publicación de Amnistía en New York), otoño de 1976.
(45) Tully, p. 76.
(46) Ver Michael Klare: War Without End. New York, 1972, pp. 375, 379, 382, basado en paneles oficiales del Gobiemo de EE.UU. acerca de las décadas de 1950 y 1960.
(47) Cook, p. 550.
(48) San Francisco Chronicle, 3 de marzo de 1980, p. 15.
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"Así es como nos libraremos de ese loco de Mossadegh”, anunció John Foster Dulles a un grupo de altos estrategas políticos norteamericanos un día de junio de 1953 (1). El secretario de Estado tenía en su mano un plan operativo preparado por Kermit (Kim) Roosevelt de la CIA para derrocar al primer ministro de Irán. Apenas hubo discusión alguna entre los poderosos hombres reunidos, ni se plantearon cuestionamientos ni escrúpulos éticos o legales.
“Fue una grave decisión la tomada" [escribió luego Roosevelt]. “Implicaba tremendos riesgos. De seguro merecía un examen exhaustivo, la más estrecha evaluación, al más elevado nivel. No había recibido tal atención en esta reunión. De hecho, yo tenía la certeza moral de que cerca de la mitad de los presentes se hubieran opuesto a la empresa si se hubiesen sentido en libertad para hablar, o hubieran tenido el coraje para hacerlo" (2).
Roosevelt, nieto de Theodore y primo lejano de Franklin, expresaba más sorpresa que disgusto al contemplar a la cúpula política norteamericana al desnudo.
La iniciativa original de expulsar a Mossadegh provenía de los británicos, pues el líder iraní había encabezado el movimiento parlamentario por la nacionalización de la Compañía Anglo-Iraní de Petróleo (propiedad británica), la única que operaba en el país. En marzo de 1951, la propuesta de nacionalización fue aprobada, y a finales de abril Mossadegh era electo primer ministro por una amplia mayoría del Parlamento. El 1 de mayo se hizo efectiva la nacionalización. Mossadegh declaró que el pueblo iraní “estaba abriendo un tesoro escondido sobre el cual yacía un dragón" (3).
Tal como había anticipado el primer ministro, los británicos no estuvieron conformes con la nacionalización, aunque fuese apoyada de manera unánime por el Parlamento y por la aplastante mayoría del pueblo iraní por razones tanto de justicia económica como de orgullo nacional. El gobierno de Mossadegh trato de hacer todo lo adecuado para aplacar a los británicos: ofreció entregarles el 25% de las ganancias netas como compensación; garantizó la seguridad y los empleos de los trabajadores británicos; se manifestó dispuesto a vender su petróleo sin apartarse del cuidadoso sistema de control tan caro a los corazones de los gigantes petroleros internacionales. Pero nada resultó aceptable. Lo que querían era la devolución de su compañía, y la cabeza de Mossadegh. Un sirviente no puede enfrentarse a su amo y quedar impune.
Un despliegue de fuerza militar de la Marina británica fue seguido por un implacable boicot y boqueo económico internacional, así como por la congelación de los fondos iraníes, lo que paralizó las exportaciones de petróleo y el comercio internacional de Irán, y arrojó al ya empobrecido país a una completa ruina, con lo que hizo imposible el pago de compensación alguna. Sin embargo, y mucho después de sus presiones para expulsar a Mossadegh, los británicos demandaron compensación, no solo por los activos físicos de la compañía, sino por el valor de su empresa en el desarrollo de los campos petroleros, una solicitud imposible de complacer; en opinión de los nacionalistas iraníes, por cuanto décadas de inmensas ganancias los habían compensado con amplitud.
El intento británico de estrangular económicamente a Irán no podía haber prosperado sin la activa cooperación y apoyo de los gobiernos de Truman y Eisenhower y de las compañías petroleras norteamericanas. Al mismo tiempo, la administración Truman discutió con Londres que el colapso de Mossadegh podría abrir la puerta a la proverbial toma del poder por los comunistas (4). Sin embargo, cuando los británicos fueron expulsados mas tarde de Irán, no tuvieron más alternativa que pedir ayuda a EE.UU. para derribar a Mossadegh. En noviembre de 1952, el gobierno de Churchill se acerco a Roosevelt, el jefe de facto de la División del Medio Oriente de la CIA, quien le respondió que en su opinión no había "oportunidad alguna de obtener aprobación bajo la actual administración de Truman y Acheson. Con los nuevos republicanos, en cambio, podría ser muy diferente" (5).
John Foster Dulles fue en efecto diferente. El anticomunista apocalíptico vio en Mossadegh el epítome de todo lo que detestaba en el Tercer Mundo: inequívoca neutralidad con respecto a la Guerra Fría, tolerancia con los comunistas y menosprecio por la libre empresa, como lo demostraba la nacionalización petrolera. (lrónicamente, en años recientes Gran Bretaña había nacionalizado varias de sus propias industrias básicas y el Gobierno era el dueño mayoritario de la Compañía Anglo-Iraní.) Para los afines a John F. Dulles, el excéntrico Dr. Mohammad Mossadegh era sin duda un loco. Y cuando el secretario de Estado consideró además que Irán era una nación extraordinariamente rica en oro negro, y que tenía una frontera común con la URSS de más de mil millas de largo, no tuvo más indecisiones acerca de si el primer ministro iraní debía finalmente retirarse de la vida pública.
Según se desenvolvieron los hechos, el derrocamiento de Mossadegh en agosto de 1953, fue mucho más una operación norteamericana que británica. Veintiséis años después, K. Roosevelt daría el paso inusual de escribir un libro acerca de cómo la CIA y él habían llevado a cabo esto. Lo titulo Contragolpe para dar la idea de que él golpe de la CIA había tenido el propósito de evitar la toma del poder por el Partido Comunista iraní (el Tudeh), fuertemente respaldado por la URSS. Roosevelt argumentaba así que Mossadegh tenía que ser eliminado para impedir un avance comunista, mientras que la administración Truman había considerado que debía ser mantenido por esta misma razón.
Sería incorrecto afirmar que Roosevelt ofrece pocas evidencias que apoyen su teoría del peligro comunista. Es más preciso decir que no ofrece evidencia alguna. En cambio, el lector es sometido a una continua reiteración de esta tesis, con la aparente convicción de que la repetición terminaría por vencer incluso a los más escépticos. Veamos algunas de las variantes empleadas: “La amenaza Soviética [era] sin dudas genuina, peligrosa e inminente”; Mossadegh “había formado una alianza” con la URSS para expulsar al sha; “la obvia amenaza de invasión rusa”; "la alianza entre [Mossadegh] y el Tudeh, dominado por los rusos , tomaba una forma amenazante”; “la creciente dependencia [de Mossadegh] de la Unión Soviética”; "la mano del Tudeh, y detrás de ellos los rusos, se mostraba más abiertamente cada día”; “el apoyo ruso al Tudeh, y el del Tudeh a [Mossadegh] se hacía cada vez más obvio"; la URSS era “más activa que nunca en Irán. Su control de los dirigentes del Tudeh se fortalecía con el tiempo. Se ejercía con frecuencia y, en nuestra opinión, en forma ostentosa” (6).
Pero nada de esta actividad subversiva y amenazadora era, en apariencia, tan abierta, obvia y jactanciosa como para ofrecer a Roosevelt un solo ejemplo que presentar a un lector curioso.
En realidad, aunque el Tudeh seguía con más o menos fidelidad la fluctuante línea moscovita en Irán, la relación entre este partido y Mossadegh era mucho más compleja de lo que reflejaron Roosevelt y otros cronistas de la Guerra Fría. El Tudeh tenía sentimientos ambiguos hacia ese primer ministro propietario de tierras, rico y excéntrico que, no obstante, se enfrentaba al imperialismo. Dean Acheson, secretario de Estado de Truman, describió a Mossadegh como “un persa esencialmente rico, reaccionario y de mentalidad feudal” (7), difícilmente el tipo de persona en quien confiaría un partido comunista.
En ocasiones el Tudeh había apoyado las medidas de Mossadegh, pero con mayor frecuencia las había atacado con fuerza, y el 15 de julio de 1951, una demostración popular auspiciada por el partido había sido dispersada brutalmente por Mossadegh, con más de cien muertos y quinientos heridos. Por otra parte, el líder iraní había hecho campaña con éxito contra la prolongación de la ocupación soviética en el norte de Irán después de la Segunda Guerra Mundial, y en octubre de 1947 había guiado al Parlamento en el rechazo a una propuesta gubernamental de crear una compañía petrolera mixta soviético-iraní para explotar el petróleo del norte del país (8).
¿Qué podía ciertamente ganar Mossadegh por entregar parte de su poder al Tudeh y a la URSS? La idea de que los soviéticos deseaban siquiera que el Tudeh tomase el poder no era más que una especulación. Había tanta evidencia de ello, o tan poca, como para concluir que los rusos, una vez más, estaban más preocupados por su propia relación con los gobiernos occidentales que con la suerte de un partido comunista en un país fuera del bloque soviético.
Un informe secreto de inteligencia del Departamento de Estado, fechado el 9 de enero de 1953, en los días finales del gobierno de Truman, afirmaba que Mossadegh no había buscado alianza alguna con el Tudeh y que “la mayor oposición al Frente Nacional [la coalición gubernamental de Mossadegh] proviene por un lado de los intereses creados y por otro del Partido Tudeh” (9).
En 1949 el Tudeh había sido declarado ilegal, y Mossadegh no había eliminado la prohibición, aunque permitió que el partido operase abiertamente, al menos en cierta medida, a causa de sus convicciones democráticas, y había designado a algunos simpatizantes del Tudeh en puestos de Gobierno.
Muchos de los objetivos del Tudeh seguían líneas paralelas a los del Frente Nacional, según observaba el informe del Departamento de Estado pero “una acción concreta del Tudeh en pos del poder [..] uniría probablemente a los independientes y no comunistas de todas las tendencias políticas y daría como resultado [...] enérgicos esfuerzos para destruir al Tudeh por la fuerza” (10).
El Frente Nacional era una coalición de elementos políticos y religiosos muy diversos que incluían anticomunistas de derecha, cohesionados por el respeto al carácter personal y la honestidad de Mossadegh, y por sentimientos nacionalistas, en particular promovidos por la nacionalización del petróleo.
En 1979, al ser interrogado acerca de este informe secreto, K. Roosevelt respondió: “No sé qué conclusión sacar de eso [...] Loy Henderson [embajador de EE.UU. en Irán en 1953] pensaba que había un serio peligro de que Mossadegh fuera, en efecto, a colocar a Irán bajo el dominio soviético” (11). Aunque era él el principal inspirador del golpe, Roosevelt pasaba el batón ahora, y a un hombre que, como veremos en el capítulo sobre el Medio Oriente, era dado a declaraciones alarmistas sobre “golpes comunistas”.
Uno no puede sino preguntarse cómo interpretó Roosevelt, o cualquier otro, la declaración de John F. Dulles ante un Comité del Senado en julio de 1953, cuando la operación de expulsar a Mossadegh ya se estaba llevando a cabo. El secretario de Estado, según el informó la prensa, testificó “que no había ‘evidencia suslancial’ que indicara que Irán estaba cooperando con Rusia. En conjunto [añadió] la oposición musulmana al comunismo es predominante, aunque en ocasiones el Gobierno iraní parezca apoyarse en el partido Tudeh, el cual es comunista" (12).
*
El joven shah de Irán había sido relegado a un papel poco menos que pasivo por Mossadegh y el proceso político iraní. Su poder había sido disminuido al punto de estar “imposibilitado de acción independiente”, señalaba el informe del Departamento de Estado. Mossadegh presionaba por lograr el control de las fuerzas armadas y por tener más poder de decisión sobre los gastos de la corte y el indeciso e inexperto shah, —el “rey de reyes”— no se atrevía a oponerse abiertamente a su primer ministro por la gran popularidad de éste.
La secuencia de hechos instigados por Roosevelt que llevaron finalmente a la supremacía del shah parece sencilla, vista en la distancia, incluso ingenua, y muy ligada a la suerte. El primer paso fue asegurar al shah de que Eisenhower y Churchill lo respaldarían en la lucha por el poder contra Mossadegh, y estaban dispuestos a brindarle todo el apoyo militar y político que necesitara. Roosevelt en realidad no sabía lo que pensaba Eisenhower, o si éste conocía siquiera acerca de la operación y llegó tan lejos como para fabricar un mensaje del presidente al shah en el que expresaba su respaldo (13).
Al mismo tiempo, el shah fue persuadido para emitir un decreto real que destituía a Mossadegh y nombraba en su lugar a Fazlollah Zahedi, un general que había sido encarcelado durante la guerra por los británicos a causa de su colaboración con los nazis (14). Avanzada la noche del 14 al 15 de agosto, un emisario del shah entregó el decreto real en la casa de Mossadegh, que estaba rodeada por soldados. No es de extrañar que fuese recibido fríamente y que no se le permitiera ver al primer ministro. En lugar de ello, se le obligó a dejar el decreto con un sirviente, el cual firmó un recibo por la hoja de papel que destituía a su amo. Tampoco es sorprendente que Mossadegh no abdicara. El primer ministro, que sostenía que solo el Parlamento podía destituirlo, se dirigió a la nación por radio a la mañana siguiente y afirmó que el shah, alentado por “elementos foráneos”, había intentado un golpe de Estado, por tanto él, Mossadegh, se veía obligado a asumir todo el poder. Denunció a Zahedi como traidor y ordenó arrestarlo, pero el general había sido escondido por la gente de Roosevelt.
El shah, temiendo haber perdido todo, huyó con su reina hacia Roma vía Bagdad, sin siquiera una maleta. Inconmovible, Roosevelt continuó la operación: ordenó que se distribuyeran copias mimeografiadas del decreto real al pueblo y envió dos de sus agentes iraníes a pedir apoyo a importantes jefes militares. Al parecer se dejó para último momento esta cuestión esencial, casi como si no se hubiese pensado en ello. De hecho, uno de los dos iraníes había sido reclutado aquella misma mañana, y fue él quien logró comprometer el apoyo militar de un coronel que tenía tanques y unidades motorizadas bajo su mando (15).
A partir del 16 de agosto, una demostración masiva organizada por el Frente Nacional en apoyo a Mossadegh y de condena al shah y a EE.UU., se llevó a cabo en Teherán. Roosevelt la caracterizó simplemente como “el Tudeh, con fuerte apoyo ruso", sin dar una vez más pruebas de su aserto. El New York Times se refirió a ella como "guerrilleros del Tudeh y extremistas nacionalistas”, siendo este último un término que podría aplicarse a individuos de un amplio espectro de tendencias políticas (16).
Entre los manifestantes había también un número de agentes de la CIA. Según Richard Cottam, académico norteamericano y supuestamente autor de textos al servicio de Ia Agencia en Teherán en aquel tiempo, estos agentes eran enviados “a las calles como si fuesen del Tudeh. Eran más que meros provocadores, eran tropas de choque y actuaban como si fuesen gente del Tudeh arrojando piedras a las mezquitas y sacerdotes”, con el propósito de dejar claro que el Tudeh y, por implicación, Mossadegh, estaban contra la religión (17).
Durante las manifestaciones, el Tudeh alzó su habitual demanda de creación de una república democrática. Pidieron a Mossadegh formar un frente unido y que se le entregasen armas para enfrentarse al golpe, pero el primer ministro se negó (18). Por el contrario, el 18 de agosto ordenó a la policía y al ejército poner fin a las demostraciones del Tudeh, lo que hicieron con considerable empleo de la fuerza. Según los relatos de Roosevelt y del embajador Henderson, Mossadegh dio este paso como resultado de un encuentro con Henderson, en el cual éste se quejó del acoso extremo que sufrían los ciudadanos estadounidenses a manos de los iraníes. Ambos norteamericanos dejaron sin aclarar cuánto de este acoso era real y cuánto era un pretexto esgrimido por ellos en esta ocasión. En cualquier caso Henderson le dijo a Mossadegh que, a menos que se pusiera fin a la situación, se vería obligado a ordenar a los norteamericanos a abandonar Irán de inmediato. Mossadegh le suplicó que no lo hiciera, aseguró Henderson, pues una evacuación norteamericana daría la impresión de que su gobierno no tenia control del país, aunque al mismo tiempo el primer ministro estaba acusando a la CIA de estar detrás de la emisión del decreto real (19). (A estas alturas el periódico del Tudeh estaba pidiendo la expulsión de los diplomáticos "intervencionistas" norteamericanos) (20).
Cualesquiera que fuesen los motivos de Mossadegh, su acción entra de nuevo en aguda contradicción con la idea de que tenía una alianza con el Tudeh, o de que el partido contaba con posibilidades de hacerse con el poder. De hecho, el Tudeh no volvería a tomar la calle de nuevo.
Al día siguiente, 19 de agosto, los agentes iraníes de Roosevelt escenificaron un desfile en Teherán. Con cerca de un millón de dólares puestos a su disposición en la caja fuerte de la Embajada norteamericana, los "extremadamente competentes y 'profesionales organizadores'" como los llamaba Roosevelt, no tuvieron dificultad en contratar a una multitud, y emplearon probablemente poco dinero de! fondo. (Diversos recuentos del papel de la CIA en Irán, sitúan los gastos del derrocamiento de Mossadegh entre diez mill y diecinueve millones de dólares. Las cifras mayores se basan en informes de que la CIA sobornó con fuertes sumas a miembros del Parlamento y a otros iraníes influyentes para lograr su apoyo contra el primer ministro).
Pronto pudo verse una línea de personas salir de un antiguo bazar, encabezadas por un grupo de artistas de circo y atletas a fin de atraer al público. Los manifestantes ondeaban banderas y gritaban ¡Viva el shah! En los bordes de la procesión, algunos individuos pasaban monedas iraníes que mostraban la efigie del shah. Muchos se sumaron al paso de la demostración, y se unieron a los cantos, sin duda por toda una miríada de razones políticas y personales. La balanza psicológica se inclinaba al lado opuesto de Mossadegh.
En el camino, algunos manifestantes rompieron las filas para atacar oficinas de periódicos o partidos políticos pro gubernamentales, así como las oficinas del Tudeh y del Gobierno. En ese momento una voz se hizo escuchar por la radio de Teherán anunciando que "la orden del shah de que Mossadegh fuese destituido ha sido llevada a cabo. El nuevo primer ministro Fazlollah Zahedi se encuentra ahora en el poder. ¡Y Su Majestad Imperial viene de regreso!".
Se trataba de una mentira, o de una “preverdad”, como sugirió Roosevelt. Solo entonces fue a buscar a Zahedi a su escondite. En el camino se cruzó con el comandante de la Fuerza Aérea que se hallaba entre los manifestantes. Roosevelt le dijo al oficial que consiguiera un tanque para llevar a Zahedi a la casa de Mossadegh en la manera adecuada (21).
Kermit Roosevelt querría que el lector creyese que en este momento todo había terminado y no quedaba más que descorchar el champán: Mossadegh habría huido, Zahedi asumiría el poder y el shah había sido avisado para regresar —un triunfo de la voluntad popular, dramático, feliz y apacible. Inexplicablemente olvida mencionar que se combatió durante nueve horas en las calles de Teherán y frente a la vivienda de Mossadegh por parte de los militares partidarios de éste y los que apoyaron a Zahedi y al shah. Se reportaron cerca de trescientos muertos y cientos fueron heridos antes de que los defensores de Mossadegh sucumbieran (22).
Roosevelt tampoco hace referencia a cualquier contribución por parte de los británicos, lo que irritó mucho a los hombres del MI6, la contrapartida de la CIA, quienes reclamaron que tanto ellos como el personal de la Compañía Anglo-Iraní de Petróleo, empresarios locales y otros iraníes habían desempeñado un papel importante en los hechos. Pero no dieron detalles acerca de cuál fue exactamente ese papel (23).
La Misión Militar norteamericana en Irán también reclamó su participación, tal como lo atestiguó luego el mayor general Geroge C. Stewart ante el Congreso:
Ahora, cuando esta crisis se produjo y el asunto estaba a punto de colapsar, violamos nuestros criterios normales, y entre otras cosas que hicimos, facilitamos al ejército de inmediato, a modo de emergencia, mantas, botas, uniformes, generadores eléctricos y medicamentos que permitieran crear la atmósfera en la que pudieron apoyar al sha [...] Las que tenían en sus manos, los camiones que utilizaron, los carros blindados que condujeron por las calles, las comunicaciones de radio que les permitieron el control, todo fue abastecido por el programa de asistencia a la defensa militar (24).La última parte de la declaración del general podría aplicarse, presumiblemente, también a la otra parte.
Es concebible que el Tudeh hubiera podido cambiar la suerte de ese día contra los realistas [escribió Kennett Love, periodista del New York Times que se encontraba en Teherán en esos días decisivos de agosto]. Por alguna razón permanecieron por completo alejados del conflicto [...] Mi propia conjetura es que el Tudeh fue frenado por la Embajada soviética porque el Kremlin, en su primer año post-Stalin, no deseaba asumir las consecuencias que podrían haber resultado del establecimiento de un régimen controlado por los comunistas en Teherán.Las opiniones de Love, expresadas en una ponencia que escribió en 1960, pudieran haber estado inspiradas por informaciones recibidas de la CIA. Él mismo admitió estar en contacto estrecho con la agencia en Teherán, e incluso haber ayudado en la operación (25).
Partidarios del shah se movilizan el 19 de agosto de 1953 en Teherán, el día en que triunfa el golpe de estado. |
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Un poco antes de ese mismo año, el New York Times había señalado que "la opinión prevaleciente entre observadores designados en Irán" era que “Mossadegh es el político más popular en el país". Durante un periodo de más de cuarenta años Mossadegh habia “adquirido reputación como un patriota honesto“ (26).
En julio, el director de Asuntos Iraníes en el Departamento de Estado había testificado que “Mossadegh tenía un control tan tremendo sobre las masas populares que sería muy difícil quitarlo del poder" (27). Unos pocos días más tarde, “al menos cien mil" personas llenaron las calles de Teherán para expresar fuertes sentimientos contra el shah y EE.UU. Aunque auspiciado por el Tudeh, el numero de participantes excedía en mucho al de los miembros del partido (28).
Pero la popularidad y las masas, cuando carecen de armas, pesan poco, pues al final lo que presenció Teherán fue un enfrentamiento militar llevado a cabo en ambas partes por soldados obedientes a las órdenes de un puñado de oficiales, algunos de los cuales pensaban sólo en sus carreras y ambiciones al elegir el bando; otros tenían compromisos ideológicos más serios. El New York Times caracterizó el súbito giro de la suerte de Mossadegh como “nada más que un motín [...] contra los oficiales pro Mossadegh“ por parte de “los rangos militares inferiores”, quienes reverenciaban al shah y habían reprimido brutalmente las demostraciones del día anterior, pero se negaron a hacerlo el 19 de agosto y, en cambio, se volvieron contra sus oficiales (29).
No está claro cuáles conexiones previas habían establecido Roosevelt y sus agentes con los oficiales pro shah. En una entrevista concedida en la fecha en que terminó el libro, Roosevelt declaró que un número de oficiales se refugiaron en el enclave de la CIA adjunto a la Embajada norteamericana, cuando el shah huyó a Roma (30). Pero en tanto no menciona una palabra de este importante e interesante elemento en el libro, se debe tomar también con cautela esta nueva afirmación. En cualquier caso, pudiera ser que la demostración del 19 de agosto organizada por Roosevelt y su equipo fuese el estímulo y la chispa que estos oficiales esperaban. De ser así, sin embargo, solo demostraría cuánto dejó Roosevelt en manos del azar.
A la luz de las cuestionables, contradictorias y engañosas declaraciones que en determinados momentos provinieron de J.F. Dulles, K. Roosevelt, L. Henderson y otros funcionarios norteamericanos, ¿a qué conclusiones podemos llegar sobre los motivos estadounidenses para derrocar a Mossadegh? Las consecuencias del golpe pueden ofrecer la mejor orientación al respecto.
Durante los siguientes veinticinco años, el sha de Irán se mantuvo como el aliado más cercano de EE.UU. en todo el Tercer Mundo, a un punto que habría impactado al neutral e independiente Mossadegh. El shah colocó su país literalmente a disposición de los militares norteamericanos y de las organizaciones de inteligencia, para ser utilizado como arma de la Guerra Fría, una ventana y una puerta a la URSS, escuchas electrónicas y radares fueron ubicados cerca de la frontera soviética; la aviación norteamericana utilizaba Irán como base para realizar vuelos de vigilancia sobre la URSS; se infiltraron agentes a través de la frontera; diversas instalaciones militares estadounidenses punteaban el territorio iraní. El país era visto como un eslabón esencial en la cadena que forjaba EE.UU. para “contener'” a la URSS. En un telegrama al secretario británico actuante de Relaciones Exteriores, Dulles decía: "Pienso que si podemos movernos en coordinación con Irán de manera rápida y efectiva, cerraremos la brecha más peligrosa en la línea de Europa a Asia del sur" (31). En febrero de 1955, Irán se convirtió en miembro del Pacto de Bagdad, diseñado por EE.UU., en palabras de Dulles, para “crear una sólida banda de resistencia contra la Unión Soviética" (32).
Un año después del golpe, el Gobierno iraní completó un contrato con un consorcio internacional de compañías petroleras. Entre los nuevos socios extranjeros de Irán, los británicos perdieron los derechos exclusivos que habían disfrutado antes y se vieron reducidos a 40%. Otro 40 % a manos de compañías norteamericanas, y el resto a otros países. Sin embargo, los británicos recibieron una generosa compensación por sus antiguas propiedades (33).
En 1958, K. Roosevelt dejó la CIA y fue a trabajar para la Gulf Oil Co., una de las firmas norteamericanas en el consorcio. Se desempeñó como director de las relaciones de la empresa con el Gobierno de EE.UU. y de otros países, y tuvo ocasión de tratar al sha. En 1960, fue nombrado vicepresidente. Luego, creó una firma consultora, Downs & Roosevelt, la cual, entre 1967 y 1970, recibió, según informes, 116.000 dólares anuales además de los gastos por sus esfuerzos en favor del Gobierno iraní. Otro cliente, la Northrop Corporation, una compañía aérea radicada en Los Angeles, pagó a Roosevelt 75.000 dólares anuales por ayudar a sus ventas en Irán, Arabia Saudita y otros países (34). (Ver en el capítulo sobre Medio Oriente la conexión CIA de Roosevelt con el rey saudita).
Otro miembro norteamericano del nuevo consorcio fue la Standard Oil Co., de New Jersey (actual Exxon), cliente de Sullivan y Cromwell, la firma neoyorkina de cuya junta directiva formó parte por mucho tiempo J.F. Dulles. Su hermano Allen, director de la CIA, también había integrado la firma (35). El columnista Jack Anderson reportó años después que la familia Rockefeller, que controlaba la Standard Oil y el Chase Manhattan Bank, había “ayudado a la CIA a organizar el golpe que derrocó a Mossadegh". Anderson enumeraba distintas maneras utilizadas por el shah para demostrar su gratitud a los Rockefeller, incluyendo grandes depósitos de su fortuna personal en el CMB, así como urbanizaciones construidas en Irán por una compañía de la familia Rockefeller (36).
*
La versión generalizada de lo que ocurrió en Irán en 1953 es que —dígase lo que se diga a favor o en contra de la operación— EE.UU. salvó a Irán de caer en manos de los comunistas. Sin embargo, durante los dos años en que británicos y estadounidenses promovieron la subversión en un país fronterizo, la URSS no hizo nada que justificara tal premisa. Cuando la Marina inglesa emplazó la mayor concentración de sus fuerzas desde la Segunda Guerra Mundial en aguas iraníes, los soviéticos no se mostraron beligerantes; ni cuando Gran Bretaña instituyó sanciones draconianas que sumieron a Irán en una grave crisis económica y lo hicieron en extremo vulnerable, la “amenaza bolchevique” se apoderó de los campos petroleros; todo esto a pesar de tener "a todo el partido Tudeh a su disposición" como agentes, según expresara Roosevelt (37). Ni siquiera a la vista del golpe, con todas las trazas de manos extranjeras en él, Moscú tuvo un gesto amenazador, como tampoco Mossadegh pidió en ningún momento la ayuda rusa.
Un año después, sin embargo, el New York Times escribió en un editorial: “Moscu [...] contaba sus polluelos antes de que fuesen degollados y pensaba que Irán sería la próxima 'democracia popular'". Al mismo tiempo el periódico alertaba con sorprendente arrogancia, que “los países subdesarrollados con ricos recursos tienen ahora una lección objetiva en cuanto al alto costo que debe pagar uno de ellos si se deja llevar por el nacionalismo fanático” (38).
Una década más tarde, Allen Dulles declaró solemnemente que el comunismo había “tomado el control del aparato gubernamental” en Irán (39). Y diez años después de eso, la revista Fortune, para citar uno entre muchos ejemplos, mantenía viva la historia al escribir que Mossadegh “conspiró con el partido Comunista de Irán, el Tudeh, para derrocar al shah Mohammed Reza Pahlevi y "engancharse a la Unión Soviética" (40).
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Monarquías amigas, unidas por el vasallaje al Imperio americano. El shah Reza Pahlavi y Farah Diba con el borbón Juan Carlos y Sofía. |
¿Y qué hubo del pueblo iraní? ¿En qué los benefició haber sido "salvados del comunismo"? Para la mayoría de la población, la vida bajo el shah fue un sombrío escenario de extrema pobreza, terror policial y tortura. Miles fueron ejecutados en nombre de la lucha contra el comunismo. La disidencia fue aplastada desde el inicio del nuevo régimen con asistencia norteamericana. Kennett Love escribió que creía que el oficial de la CIA George Carroll, a quien conocía personalmente, trabajaba con el general Fashat Dadsetan, el nuevo gobernador militar de Teherán, "en la preparación para sofocar de modo muy eficiente un movimiento disidente potencialmente peligroso proveniente del área comercial y del Tudeh en las primeras dos semanas de noviembre de 1953” (41).
La notoria policía secreta iraní, SAVAK, creada bajo la guía de la CIA e Israel (42) desplegó sus tentáculos por todo el mundo para castigar a los iraníes disidentes. De acuerdo con un antiguo analista de la CIA sobre Irán, SAVAK tenía instrucción en técnicas de tortura por parte de la Agencia (43). Amnistía Internacional resumió la situación en 1976 al señalar que Irán tenía "el nivel más alto de penas de muerte en el mundo, ningún sistema válido de cortes civiles y una historia de torturas más allá de lo creíble. Ningún país en el mundo tiene un récord peor en los derechos humanos que Irán" (44).
Cuando a esto se añade un grado de corrupción que "asustaría incluso a los más endurecidos observadores del robo en el Medio Oriente" (45), se entiende que el shah necesitase una enorme fuerza militar y policial, mantenida gracias a programas de ayuda y entrenamiento norteamericanos de proporciones mucho mayores de lo acostumbrado (46), para sostenerse en el poder durante tanto tiempo. El senador Hubert Humphrey dijo, al parecer con cierta sorpresa: "¿Sabe, usted, lo que le dijo el jefe del Ejército iraní a uno de los nuestros? Dijo que el Ejército estaba en buena forma gracias a la ayuda de EE.UU., que estaba ahora en condiciones de enfrentarse a la población civil. Ese Ejército no va a pelear contra los rusos. Está planeando pelear contra el pueblo iraní" (47).
Donde la fuerza pudiera fallar, la CIA recurrió a su instrumento más seguro: el dinero. Para asegurarse el apoyo al shah, o al menos la ausencia de oposición, la Agencia comenzó a pagar a líderes religiosos iraníes, siempre un lote caprichoso. Los pagos a los ayatollahs y mullahs comenzaron en 1953 y continuaron con regularidad hasta 1977, cuando el presidente Carter los interrumpió bruscamente. Una "fuente informada de inteligencia" estimaba que las sumas pagadas llegaban ya a los 400 millones de dólares al año; otros consideran que esa cifra es exagerada, lo que ciertamente parece. Se cree que la suspensión de fondos entregados a los dignatarios religiosos fue uno de los elementos que precipitó el principio del fin del rey de reyes (48).
William Blum
Digitalización, imágenes y arreglos:
Nixon con Fazlollah Zahedi, nombrado Primer Ministro por el shah tras el golpe de estado.Visita de Nixon a Irán el 7 de diciembre de 1953. Nixon era por entonces vicepresidente de EE.UU. durante el mandato presidencial de Eisenhower. Su visita levantó protestas y manifestaciones en Teherán, que se saldaron con la muerte de tres estudiantes (ver "The Origin of Student Day, 16 Azar, in Iran"). Con dicha visita, EE.UU. escenificaba su apoyo total a la restauración del shah en el poder, tras el golpe de estado promovido por las inteligencias británica y estadounidense. |
Notas
Un recuento general de los hechos descritos en este capítulo puede ser obtenido en las siguientes fuentes:
a) Kermit Roosevelt: Countercoup: The Struggle for the Control of Iran. New; York, 1979, passim.
b) Bahman Nirumand: Iran: The New Imperialism in Action. New York, 1969, capítulos 2 al 4, en particular acerca de la nacionalización iraní, la reacción británica y norteamericana y el desenvolvimiento posterior al golpe.
c) Stephen Ambrose: Ike's Spies. Doubleday & Co., New York, 1981, cap. 14 y 15.
d) Barry Rubin: Paved with Good Intentions: The American Experience and Iran. New York, 1980, cap.3.
e) David Wise y Thomas B. Ross: The Invisible Government. New York, 1965, pp. 116-121.
f) Andrew Tully: The Inside Story. New York, 1962, pp. 76-84.
g) Fred J. Cook en The Nation, New York, 24 de junio de 1961, pp. 547-551, en particular las condiciones en Irán después del golpe.
(1) Roosevelt, p. 8.
(2) Ibíd., pp. 18-19.
(3) Anthony Eden: The Memoirs of the Right Honourable Sir Anthony Eden: Full Circle, Londres, 1960, p.194.
(4) Dean Acheson: Present at the Creation: My Years in the State Department. New York, 1969, pp. 679-685; Eden, pp. 201-202; Nirumand, pp. 73-74.
(5) Roosevelt, p. 107.
(6) Ibid, pp. II, 2, 3, 91-92, 126, 134, 164, 119.
(7) Acheson, p. 504.
(8) Acerca de las relaciones de Mossadegh y el Tudeh con la URSS:
a) Manfred Halpern: “Middle East and North Africa", en C.E. Black y T.P. Thornton, eds.: Communism and Revolution. EE.UU., 1964, pp. 316-319.
b) Donald N. Wilber: Iran: Past and Present, 3ª edición. Princeton University Press, 1955, p. 115. Wilber es un historiador que, según ha admitido él mismo, era a la vez un operativo de la CIA. En un libro posterior alega haber sido el autor principal de la operación para derrocar a Mossadegh (conocida como la Operación Ajax), aunque no da evidencias que lo prueben. También señala que el libro de Roosevelt esté lleno de equivocaciones con respecto a los hechos. Ver Adventures in the Middle East (1986), pp.187-188.
c) Nirumand: op. cit.
d) Rubin: op. cit.
(9) Declassified Documents Reference System. Arlington, Va., Volumen 1979, documento 79E.
(10) Ibid.
(11) Entrevista a Roosevelt por Robert Scheer en Los Angeles Times, 29 de marzo de 1979, p. 1.
(12) New York Times, 10 de julio de 1953, p. 4.
(13) Roosevelt, p.168.
(14) Fitzroy Maclean: Eastern Approaches. Londres, 1949, pp. 266, 274; Maclean era un oficial británico en la Segunda Guerra Mundial que secuestró a Zahedi para evitar que diera más ayuda a los nazis.
(15) Los detalles acerca de los últimos días del régimen de Mossadegh pueden ser encontrados en Roosevelt, capítulos 11 y 12; Wilber, pp. 124-127 (intencionadamente no menciona a la CIA, ver nota 8); Ambrose, capítulo 15, al igual que en otros libros mencionados en este capítulo de mi libro.
(16) Acerca de la manifestación: Wilber, p. 125; Roosevelt, p. 179; New York Times, 19 de agosto de 1953.
(17) Brian Lapping: End of Empire. Gran Bretafia-EE.UU., 1985, p. 220; basado en la serie del mismo nombre de la Granada Television transmitida en Gran Bretaña en 1985.
(18) Halpern, p. 318; Wilber, p. 125.
(19) Sobre el encuentro de Henderson y Mossadegh: Ambrose, pp. 208-209, entrevista a Henderson por el autor; Roosevelt, pp. 183-185.
(20) New York Times, 19 de agosto de 1953.
(21) Roosevelt, pp. 191-192.
(22) New York Times, 20 de agosto de 1953, p. 1; The Times, Londres, 20 de agosto de 1953.
(23) David Leigh: The Wilson Plot: How the Spycatchers and Their American Allies Tried to Overthrow the British Government. New York, 1988, pp. 14-15.
(24) Audiencias en 1954 ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara acerca de “La Ley de Seguridad Mutua de 1954”, pp. 503, 569-570. Stewart era el director de la Oficina de Asistencia Militar del Departamento de Defensa.
(25) Kennett Love: “The American Role in the Pahlevi Restoration on 19 August of 1954”, manuscrito inédito existente entre los papeles de Allen Dulles en la Universidad de Princeton; extractos del mismo aparecen en Jonathan Kwitny: Endless Enemies: The Making of an Unfriendly World. New York, 1984, pp. 164-177.
(26) New York Times, 18 de enero de 1953, IV, p 8.
(27) Testimonio ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara brindado por Arthur L. Richards, director de la Oficina para Asuntos Griegos, Turcos e Iraníes, el 17 de julio de 1953, sesión ejecutiva, documento desclasificado en 1981, p. 148.
(28) New York Times, 21 de julio de 1953.
(29) Ibid., 23 de agosto de 1953, IV, p. 1.
(30) Entrevista hecha por Scheer.
(31) The Guardian, Londres, 2 de enero de 1984, documentos del Gobierno británico de 1953 desclasificados el 1 de enero de 1984.
(32) Testimonio en las "Audiencias sobre la situación en el Medio Oriente”, Comité de Asuntos Exteriores del Senado, 24 de febrero de 1956, p. 23.
(33) Nirumand, pp. 100-108; se explica el contrato en detalles.
(34) Acerca de la carrera de Roosevelt después de dejar la CIA ver entrevista de Scheer; Wise y Ross, pp. 116-117; Kwitny, p. 183.
(35) Robert Engler: The Politics of Oil: A Study of Private Power and Democratic Directions. New York, 1961, p. 310.
(36) San Francisco Chronicle, 26 de diciembre de 1979.
(37) Roosevelt, p. 145.
(38) New York Times, 6 de agosto de 1954.
(39) Allen Dulles: The Craft of Intelligence. New York, 1965, p. 216.
(40) Fortune, New York, junio de 1975, p. 90.
(41) Love: op. cit., citado por Kwitny, p. 175.
(42) Roosevelt, p. 9.
(43) Jesse J. Leaf, analista jefe de la CIA en Irán durante cinco años antes de renunciar en 1973, entrevistado por Seymour Hersh en el New York Times, 7 de enero de 1979.
(44) Martin Ennals, secretario general de Amnistía Internacional, citado en un articulo de Reza Baraheni en Matchbox (publicación de Amnistía en New York), otoño de 1976.
(45) Tully, p. 76.
(46) Ver Michael Klare: War Without End. New York, 1972, pp. 375, 379, 382, basado en paneles oficiales del Gobiemo de EE.UU. acerca de las décadas de 1950 y 1960.
(47) Cook, p. 550.
(48) San Francisco Chronicle, 3 de marzo de 1980, p. 15.
Textos de William Blum en castellano en otros sitios.
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Índice del libro
(Los capítulos con hipevínculo están publicados en el blog; pulsa sobre ellos para acceder al contenido)
5. Corea 1945-1953: ¿fue todo lo que pareció ser?
6. Albania 1949-1953: el correcto espía inglés.
7. Europa del Este 1948-1956: operación factor fragmentante.
l0. Guatemala 1953-1954. Con el mundo por testigo.
11. Costa Rica. Mediados de los 50. Tratando de derribar a un aliado. Parte I.
12. Siria 1956-l957. Comprando un nuevo gobierno.
13. Medio Oriente 1957-1958. La Doctrina Eisenhower reclama otro patio para Norteamérica.
16. Guayana Británica 1953-l964. La mafia sindical internacional de la CIA.
20. Camboya 1955-1973. El príncipe Sihanouk camina en al cuerda floja de la neutralidad.
21. Laos 1957-1973. L’Armée Clandestine.
22. Haítí 1959-1963. Los marines desembarcan de nuevo.
23. Guatemala 1960. Un buen golpe merece otro.
24. Francia-Argelia. Años 60. L’état, c’est la CIA (El Estado es al CIA).
26. El Congo 1960-1964. El asesinato de Patricio Lumumba.
27. Brasil 1961-1964. Presentando el maravilloso mundo de los Escuadrones de la Muerte.
28. Perú 1960-1965. Fort Bragg se traslada a al selva.
29. República Dominicana 1960-1966. Deshacerse de la democracia para salvarla del comunismo.
32. Ghana 1966. Kwane Nkrumah se sale de la línea.
33. Uruguay 1964-1970. Tortura, tan norteamericana como el pastel de manzana.
36. Bolivia 1964-l975. Tras la huella del Che Guevara en la tierra del coup d´état.
37. Guatemala. 1962 hasta los 80. Una “solución final” menos publicada.
38. Costa Rica 1970-1971. Tratando de derribar a un aliado, parte II.
39. lraq 1972-1975. Las acciones encubiertas no deben ser confundidas con trabajo de misioneros.
40. Australia 1973-1975. Otra elección libre que muerde el polvo.
4l. Angola. 1975 hasta los años 80. El juego de póker de las grandes potencias.
42. Zaire 1975-1978. Mobutu y la CIA, un matrimonio hecho en el cielo.
43. Jamaica 1976-1980. El ultimátum de Kissinger.
45. Granada 1979-1984. La mentira, una de las pocas industrias surgidas en Washington.
46. Marruecos 1983. Una jugada sucia con vídeo.
47. Surinam 1982-1984. Una vez más el famoso cubano.
48. Libia 1981-1989. Ronald Reagan encuentra la horma de su zapato.
50. Panamá 1969-1991. Traicionando a nuestro suministrador de drogas.
52. Iraq 1990-1991. El holocausto del desierto.
54. El Salvador 1980-1994. Derechos humanos al estilo de Washington.
55. Haití 1986-1994. ¿Quién me librará de este cura revoltoso?
Notas
Anexo 1. Así es como circula el dinero.
William Blum, Asesinando la esperanza.
Portada y contraportada edición en castellano.
Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005.
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Es conveniente leer el libro de Ryszard Kapuscinski "El Sha o la desmesura del Poder". Se refleja muy bien, a mi modo de ver, el clima que llevó al derrocamiento de la monarquía y a que en enero de 1979 el shah se tuvo que exiliar.
ResponderEliminarFue una vergüenza el derroche de la celebración de los 2.500 años del imperio persa. Copio de la wikipedia:
"En 1971 tuvieron lugar en Persépolis ceremonias fastuosas durante tres días con motivo de la celebración de los 2 500 años del Imperio Persa. La familia real invitó a numerosos mandatarios y personalidades internacionales. El fasto de las ceremonias, que movilizaron más de 200 servidores venidos de Francia para los banquetes, suscitó polémica en la prensa y contribuyó a empañar la imagen del Shah. El monto de los gastos fue evaluado en más de 22 000 000 dólares estadounidenses, y la financiación fue realizada en detrimento de otros proyectos urbanísticos o sociales. Además, las fiestas fueron acompañadas por la represión de los opositores al Shah"
Y entretanto el pueblo malviviendo.
Recuerdo lo de 1953 y lo que siguió después. Pero apenas salían noticias de la represión en los medios. Lo interesante era si el shah estaba casado o se divorciaba de Soraya y se casaba con Farah Diba. Así se echaban las noticias a la gente.
Recuerdo la prensa rosa de la época, lamentándose de lo "mal" que lo estaban pasando los pobrecitos del shah y su familia cuando tuvieron que largarse de Irán.
EliminarRyszard Kapuscinski fue un periodista polaco fallecido en 2007. Hasta 1980 o cosa así fue miembro del Partido Comunista de Polonia (de nombre, Partido Unido de los Trabajadores Polacos, creo recordar). Premiado por su labor como corresponsal en muchos conflictos políticos de su época, en especial por sus crónicas acerca de procesos y luchas de liberación anticolonial en el norte de África.
EliminarSus libros se encuentran en la red para descarga gratuita con relativa facilidad.
El Sha o la desmesura del poder: http://www18.zippyshare.com/v/14337891/file.html
No conozco la trayectoria política del polaco Ryszard Kapuscinski —no deja de mosquear el hecho de sus muchos reconocimientos en Europa, incluyendo un premio Príncipe de Asturias— pero sí creo que son recomendables algunos de sus libros. Entre ellos, el que me pareció el mejor:
EliminarÉbano, una especie de 'reportaje verité' en África en el que el autor huye de los lugares comunes de la prensa europea e intenta reflejar la realidad de los africanos negros de la época. Narra de manera magistral y entretenida para el lector las situaciones que comparte con la gente corriente y moliente de los lugares que visita (llega a enfermar de malaria cerebral, está en riesgo de muerte por un guerrillero, vive en las casas infames de los pobres...) pero no pierde su mirada inquisidora y denuncia la realidad de África —guerras, miseria, injusticia, corrupción, desidia absoluta desde el poder salvo para pillar dólares— siempre manipulada y manejada por los capitalistas 'blancos' de Europa y USA. Nada distinto al Irán del sha en su día o a la Turquía actual debatiéndose entre el imperialismo de yanquis y rusos.
El libro está disponible en:
http://www.solidfiles.com/d/522101d4de/
https://www.epublibre.org/libro/detalle/1765 (torrent)
El imperio del mal USA vivito y coleando alegremente, conjuntamente con las mafias nacionales de tantas otras naciones que solo piensan en parasitar y parasitar a fin de tragárselo todo y ser cada vez más panzones, esos amos de lo nuestro, robado a lo largo de milenios de oscurantismo y opresión del por ellos deconstruido ente popular; y ya vamos por el tercer milenio, en esta por tanto larga noche de los muertos vivientes, que en su mayor parte van de vivos sin percatarse de que en realidad no pasan de ser liliputienses en sus formas más despreciables.
ResponderEliminar->
Esta es mi forma de ser humanista yo: arrojando sin cortapisas ni ambages mi verdad al rostro de quienes proceda, pléyade sin duda que innumerable, a la que ya en su tiempo parece ser que Heráclito de Éfeso supo ver como corrupta de forma irremediable.
Agradecido por este nuevo capítulo del libro. De lo leído me queda un amargo sabor de boca, de nuevo, con la actuación del PCUS y los dirigentes de la URSS, al igual que la de un Partido comunista iraní que fue importante, imbricado con los trabajadores, apoyado por grandes masas de la población, y que se quedó en nada, un simple seguidismo y ciega aceptación de la política exterior de la URSS, la sustitución del marxismo por una extraña mezcolanza nacionalista, probablemente con toques islámicos, y siendo el pagano de la situación con una represión salvaje, la eliminación física de los militantes y de cualquier vestigio del partido, y la desaparición de todo lo relacionado con un PC. Otro más, como también sucediera, por ejemplo, en todo el norte de África en distintos cercanos momentos.
ResponderEliminarAñoro las revistas Hola y Lecturas de aquella época. Se reía uno mucho más con lo que publicaban y no me cabe la menor duda que muchos y muchas tomamos cierta conciencia política ante aquellas desvergüenzas.
Acabo de darme cuenta que el shah no era, en muchos de los reportajes de la prensa del colorín —prensa rosa es un calificativo muy moderno— de Irán, sino de Persia. Era mucho más oriental, más lujoso e impresionante. Y lo de Farah Diba, la tercera de sus mujeres, madre de sus hijos varones (muchos, pero varones, como tiene que ser entre reyes), con sus vestidos maravillosos, comodísimos para tonar el té... Los rojos sois unos descreídos, no valoráis el glamour. Jomeini sí que lo apreciaba... todos vestidos de negro.
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