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lunes, 2 de junio de 2014

El Campechano y lo que heredó de sus antepasados (1). De Felipe V a Isabel II.


Publicamos la entrada del compañero Manuel sobre la monarquía borbónica, cuyo hilo conductor principal es poner de manifiesto algunas constantes que se han ido repitiendo de borbón en borbón. Este recopilatorio histórico realizado por nuestro compañero de blog, tiene tres partes. La segunda parte, será publicada hoy mismo también, en tanto la tercera aparecerá a lo largo de esta semana. 
El Campechano y lo que heredó de sus antepasados, es una síntesis de divulgación pensada para el gran público, para un tipo de lector poco informado en cuestiones históricas. Coincide la publicación (la entrada estaba ya preparada hace una semana) con el anuncio de la abdicación de Juan Carlos. Estamos inmersos en una segunda transición en la que la sustitución de un rey por otro es una pieza más del proceso gatopardista preparado desde el Poder. Así pues, no está de más este refrescar la memoria con la síntesis que nos brinda Manuel G.

*   *   *




Esta entrada versa sobre las políticas de los borbones españoles, desde el primero hasta el actual. Veremos también las costumbres que éste ha heredado, sus negocios y sus vicios, que nos han costado mucho dinero a los españoles.

Los borbones llegaron a España en 1700, en medio de la guerra de sucesión del austria Carlos II, que murió sin sucesión directa. El primero de la dinastía Borbón española fue Felipe V. La sucesión desde Felipe V a Juan Carlos es la siguiente: Felipe V, Carlos III, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII, Juan y Juan Carlos. No figura Luis I, por morir sin descendencia y volver a reinar su padre Felipe V.

En principio vamos a echar un vistazo a los antepasados de Juan Carlos: Felipe V, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XIII y Juan. Posteriormente veremos algunos hechos relacionados con el monarca reinante.

Felipe V

Llegó a un país que en realidad eran varios. Había territorios con distintas leyes y distintas lenguas. Incluso con distintas monedas.

Felipe V
Felipe llegó desde Francia, durante el reinado de su abuelo Luis XIV, el Rey Sol francés. Francia era un país fuertemente centralizado. Además, al llegar a España se encontró con que tenía un rival austriaco al trono, al que apoyaban los Países Bajos e Inglaterra y, dentro del reino, también algunos territorios, como por ejemplo Cataluña.

Tuvo lugar una larga guerra que asoló y destruyó España. Al fin, con el tratado de paz de Utrecht, con las condiciones establecidas, se obtuvo la paz por la que Felipe continuó en el trono. El precio fue, entre otras cosas, la cesión a perpetuidad de Gibraltar a Inglaterra y la separación de los territorios que la corona española tenía en la península itálica.

Una consecuencia política del reinado de Felipe, fue la centralización de España, lo que provocó un sentimiento de frustración y rechazo en varias territorios.

En el orden práctico, nada más llegar, mostró Felipe muy a las claras sus propósitos de actuar como el monarca absoluto que su abuelo esperaba que fuese. Así, prometió dedicar cuatro horas al día a despachar los asuntos de Estado, recibir sistemáticamente a los nobles que lo solicitasen, acudir a todas las reuniones de los Consejos y participar en las discusiones de todas las cuestiones que en ellos se planteasen. Algo realmente revolucionario y nunca visto en un rey hispano.

Felipe era joven y había heredado de sus antepasados la obsesión por el sexo; recordemos que a su tatarabuelo, Enrique IV, lo llamaban “Vert Galant”. Pero por otra parte era muy puritano, y no podía permitirse ningún desahogo sexual que no estuviera santificado previamente. Se casó con María Luisa Gabriela, hija del Duque de Saboya, que tenía trece años. Luis XIV tenía un brazo y ojo en la corte española. Era Ana María de la Trémouille, princesa viuda Orsini, a la que se la denominó Princesa de los Ursinos.

Un mes más tarde, la de los Ursinos escribía al abuelo Luis:
«No parece haber forma posible de que el rey abandone la alcoba y por su gusto se pasaría todo el día en la cama con la reina.»
Y confiaba también a Madame de Maintenon, vieja y sabia amante y segunda esposa del Sol de Versalles:
«El rey no se levantaría en todo el día si no descorriese yo el cortinaje de su cama,y sería una especie de sacrilegio que penetrase quien no fuera yo en la cámara real, cuando SS.MM. están acostados»
Cuando empezó la guerra de Sucesión en España y Felipe tuvo que ir con el ejército y abandonó la cercanía con la reina, se manifestaron en él los primeros síntomas visibles de la enfermedad que iba a acompañarle fielmente hasta el fin de sus días. Estando en Milán, un insuperable estado depresivo, definido por unos denominados vapores ya bien conocidos en algunos de sus familiares, fue achacado a la forzosa continencia a que le sometía la obligada separación de su mujer. Sólo cuando llegaban los combates superaba la postración y se mostraba osado, lo que le valió el sobrenombre «El Animoso».

Del libro Los pícaros Borbones:
[...] Cualquier episodio masturbatorio al que se viese obligado a recurrir se convertía para él en fuente de las más aniquiladoras torturas morales, sumiéndole en profundas postraciones. En el Palacio Real de Nápoles protagonizó más adelante públicos episodios de abierto masoquismo exhibicionista, como cuando, ante el estupor de los cortesanos,obligaba a sus propios bufones a golpearle con dureza y a escupirle en el rostro.Muy poco antes, había mostrado una desproporcionada, anómala y morbosa fascinación ante el relicario donde se producía la tradicional licuación de la sangre del milagroso san Jenaro, patrón de la ciudad.[...]
Aquí empiezan a aparecer algunas de las taras que se manifestaban en la dinastía. Sobre todo por las uniones entre familiares, que en tiempos posteriores se agudizaron en algunos casos.

Con el fin de los combates ,acabó el ardor guerrero de Felipe, y desapareció la razón de su ánimo, pasando de ser «El Animoso» a ser «El Melancólico». La salud de la reina se deterioró bastante rápidamente por sus múltiples embarazos, muriendo en febrero de 1714 a los 26 años. Le sobrevivieron dos hijos varones, Luis y Fernando.

La viudez casi le vuelve loco. La Princesa de los Ursinos escribió a Alberoni:
[...] a cada instante que transcurre se hace más urgente la necesidad de buscar una esposa para el Rey. [...]La incontinencia produce violentos dolores de cabeza y sudores a S.M.Y no es posible siquiera apelar al simple remedio de una amante, ya que la conciencia del Rey continúa siendo tan fuerte como su ardor temperamental. […]
Alberoni encontró una esposa en Isabel de Farnesio. Con ella Felipe tuvo a Carlos, y en los siguiente trece años tuvo seis hijos más.

Isabel de Farnesio
Felipe fue degenerando, de forma que le era difícil mantener una conversación clara con sus colaboradores. Su única obsesión era retirarse para prepararse a bien morir. Siempre tenía un sacerdote cerca para que en caso de peligro de muerte le diera la absolución. En 1724 abdicó en su hijo Luis, adolescente de diecisiete años. Pero éste a los siete meses de reinado falleció por la viruela. En su testamento devolvía la corona a su padre.

Este segundo reinado de Felipe fue muy problemático, ya que estaba desequilibrado. Muy influido por la reina se dejó gobernar por ella y por personajes que un año ascendían y al año siguiente iban al exilio o a la cárcel. Felipe pasaba días enteros en la cama sin querer ver a nadie más que a su mujer. No se cambiaba de ropa ni se aseaba.

La Corte tenía puestas sus esperanzas en el heredero Fernando, de poco carácter y muy manejable. Entre tanto Felipe perdió el sentido del tiempo. Del libro “Los pícaros Borbones":
[...] Así, realizaba sus funciones de gobierno a mitad de la noche,hacía las comidas a las horas más insospechadas y sus prácticas religiosas y sus descansos seguían similar tónica, manteniendo a su mujer,hijos,ministros,cortesanos y servidumbre en una situación de permanente y agotadora alerta.Existe un Epítome de la vida y costumbres, muerte y entierro del católico monarca Don Phelipe Quinto, que describe, en el más puro estilo de la época, todos aquellos desarreglos:[...] Se sabía que la cena era a las 5 horas de la mañana, con las ventanas cerradas; que a las 7 se iba a la cama, y que a las doce tomaba una substancia. Regularmente, a la una, después del mediodía, se vestía, a las 3 horas oía misa en la pieza inmediata. Concluido el santo sacrificiode la misa,admitía en la conversación [...].En este modo o régimen de vida, después de la comida no tomava siesta, sino que estava en el cuarto leyendo o haciéndose leer un libro, y assí en esto y en otras cosas indiferentes pasava el tiempo hasta entradamás la noche, que se le tenía alguna diversión de música o representación; a las dos horas después de la medianoche llamava a los secretarios para el despacho,y en esta manera el tiempo hacía su círculo; haviendo entrado en este género de vida desde el año de 1733 que de Sevilla se vino a Madrid.[...]
En sus últimos cinco años tuvo una bulimia que le hizo engordar extraordinariamente. Falleció en julio de 1746.

Carlos IV

Carlos IV fue hijo de Carlos III y Mª Amalia de Sajonia. Sus padres tuvieron once hijos; primero cuatro niñas, después un niño, Felipe Pascual, epiléptico, a continuación Carlos, Fernando –que quedaría como Rey de las Dos Sicilias tras la marcha de su padre a España–, Gabriel, Antonio, Antonio Pascual y Francisco Javier.

Manuel Godoy
El orden hereditario había sido marcado por la naturaleza y era este Carlos, que muy pronto mostró un carácter simplón y escasa inteligencia, el destinado a ceñir la corona, primero en Nápoles y más tarde en España. Siguiendo la conocida tradición familiar, aquel muchacho de marcada corpulencia mostró en todo momento un gran amor y respeto filiales, comportándose siempre al son que su padre le marcaba.

Carlos IV coronado
Éste nunca ocultó su profunda preocupación por tener, a su muerte, que dejar sus reinos en manos de un hijo al que en lo más íntimo despreciaba amargamente y del que desconfiaba que fuese capaz de enfrentarse adecuadamente a la tarea que de él se exigía. El joven conocía perfectamente lo que su padre y todos los demás pensaban de él, pero callaba.

María Luisa de Parma
Cuando heredó la corona tenía ya cuarenta años. Aunque habitualmente era amable, hipócrita y hasta servil, sin embargo a veces reaccionaba con desproporcionada violencia ante un pequeño problema. Una aparente campechanía le llevaba a mantener conversaciones con variada gente e incluso amistosas luchas con sus criados, a los que en cualquier inesperado momento, sin embargo, podía golpear hasta cansarse o hacer azotar sin piedad, llegando a hacer que le besasen las botas. Era amante de la música y de la relojería. Tenía gran facilidad para aprender idiomas.

Se casó con María Luisa de Parma, fea, dominadora, intrigante. Tuvo 24 embarazos de los que nacieron vivos 14 hijos. Hay fuentes que dicen que ninguno o casi ninguno fue de su marido. Fue la que influyó para que Godoy ascendiera y manejara el gobierno. Del libro Otra historia de España:

«LA FAMILIA DE CARLOS IV»
Así, entre comillas, porque no se trata de recordar que hubo una familia del rey Carlos IV sino que hay un retrato de esa misma familia pintado por Francisco de Goya. Un retrato que es pura historia de España. Como en el caso de Velázquez, el pintor de Corte no es cortesano. ¿Podría ser más clara la psicología de cada uno de los individuos de ese grupo? ¿Podría ser más fuerte?
¿Quién está en medio del lienzo? Ella, la reina María Luisa. Erguida, fea, dominante. No sólo está en el centro geométrico de la pintura; es que, además, con su brazo izquierdo, parece abarcar todavía unos centímetros más que quitar a su marido. No mira al público, mira hacia un lado.
A su lado Carlos IV. Sonrosado, regordete, una expresión feliz en su rostro. Le gustan las cosas sencillas como a Luis XVI, que jugaba a cerrajero. Está convencido de que, por su cuna, está por encima de todas las cosas. Una vez —dicen— se planteó en el cuarto de Carlos III el problema de la infidelidad conyugal. «Nosotros —dijo el príncipe—, tenemos en este caso más suerte que los demás mortales.» «¿Por qué?», preguntó el rey. «Señor, porque es muy difícil, por no decir imposible, que nuestras mujeres encuentren a nadie que sea superior a nosotros en categoría con quien engañarnos.»
Carlos III le miró largamente y musitó: «¡Qué tonto eres, hijo mío!»
No; Carlos IV no puede imaginar siquiera que un rey pueda ser engañado y menos por un guardia de corps al que ha subido hasta el título de Príncipe de la Paz (por la de Basilea que terminó la guerra con Francia). Cuenta a la Reina: «¿Sabes lo que dice la gente? Que a Manolito le mantiene una vieja rica y que por eso va tan elegante siempre.» Otra leyenda, claro...
Pero no había duda de que era comidilla pública. Decía Jovellanos:
Ya la notoriedad es el más noble
atributo del vicio, y nuestras Julias
más que por ser malas quieren parecerlo
(y tener a un César al lado que advierte que su mujer no basta que sea buena. César no es Carlos IV, evidentemente.)
De los amores reales no se sabe nunca mucho, porque el enemigo de la realeza asegura, por principio, que la lujuria y la desvergüenza andan sueltas por la Corte y el monárquico se ofende también por principio. Hace años se publicaron las cartas, inéditas hasta entonces, de María Luisa y Godoy. Era la ocasión de saber lo que de verdad había habido entre los dos...
El descubrimiento no solucionó nada. Las cartas eran demasiado frías para dos amantes. ¿Posible diplomacia? ¿Disimulo? Tampoco; para ello eran demasiado claras y sinceras. La reina le hablaba al privado de detalles íntimos que no hubiera escrito para terceros —tales como la llegada de la regla, la «novedad» como ella la llamaba—, pero en el tono confianzudo con que se trata a un familiar, no con el que se emplea para el amante.
Nosotros pedimos al gran duque [de Berg, Murat] que salve al Príncipe de la Paz, y que salvándonos a nosotros nos le dejen siempre a nuestro lado; para que podamos acabar juntos tranquilamente el resto de nuestros días... Esto es lo que deseamos el Rey y yo igualmente que el Príncipe de la Paz, el cual estaría siempre dispuesto a servir a mi hijo en todo. Pero mi hijo, que no tiene carácter alguno y mucho menos el de la sinceridad, jamás ha querido servirse de él y siempre le ha declarado la guerra, como al rey su padre y a mí.[...]

Su hijo Fernando también está en el cuadro. Le sucederá. Es el que origina el Motín de Aranjuez, y al ser descubierto denuncia a todos los conjurados.


La familia de Carlos IV, por Goya

Del mismo libro la continuación:

[...] Ahí está a la derecha del cuadro. Situado exactamente detrás de Carlos IV como quien sabe que va a sucederle. No rehúye la mirada como sus padres, mira directamente al espectador como en una clara presentación de sus derechos. Es alto y fuerte, le lleva la mitad de la cabeza al Rey. Pero sus ojos no tienen todavía el negro audaz y desvergonzado de retratos posteriores. Ahí todavía es el hijo, no el amo. Pero ya intriga para serlo.
El pueblo es sentimental. Por un lado, un monarca viejo y abobado, una reina enjoyada, mandona; cerca, continuamente, un guapo mozo, un poco gordo quizá y que ha subido a velocidad increíble. (En casos como ésos al pueblo no le divierte nada que uno de sus componentes escale tan velozmente las alturas. Al contrario le parece indecente.) Después, un príncipe joven del que cuentan y no acaban, víctima de su madre, de su padre, del amante de su madre. España merece que suba al poder.
«Mi hijo Fernando era el jefe de la conjuración; las tropas estaban ganadas por él.»
La conjuración se llama el motín de Aranjuez del 19 de marzo de 1808. Godoy, hasta entonces jefe supremo de la política española, se encuentra de pronto obligado a huir ante la acometida popular. Descubierto y golpeado es llevado ante quien puede salvarle.
Mi hijo mandó que no se tocase más al Príncipe de la Paz..., [que] le dio las gracias preguntándole si era ya rey... Mi hijo respondió: ... No, hasta ahora no soy rey, pero lo seré bien pronto.
Efectivamente lo fue. El ataque, según María Luisa, se debe «a que era amigo nuestro y de los franceses y principalmente del Gran Duque», pero resulta que, amigo de los franceses, lo eran todos en la Corte. En realidad había una carrera a ver quién resultaba más íntimo de Napoleón.
Si Carlos IV se arrodillaba ante él pidiendo protección contra el malvado hijo, éste se arrastraba ante el emperador. La respuesta es una lección de sentido común y de dignidad:
¿Cómo se puede formar causa al Príncipe de la Paz sin hacerla también al Rey y a la Reina vuestros padres...? V. A. no tiene [a la corona] otros derechos que los que su madre le ha transmitido; si la causa mancha su honor, V. A. destruye sus derechos.
Napoleón sabía de la importancia de la legitimidad para afianzar los tronos, de ese «algo» importante que se llama la dinastía. Alguna vez lo dijo, cuando desterrado. «Si hubiera sido hijo de mí mismo...» Al final de la carta da a Fernando una lección de moral que es casi una bofetada:
V. A. R. no está exenta de faltas; basta para prueba la carta que me escribió y que siempre he querido olvidar. Siendo Rey sabrá cuán sagrados son los derechos del trono; cualquier paso de un príncipe hereditario cerca de un soberano extranjero es criminal.
Era en abril de 1808. A principios de mayo la carrera hacia Napoleón se ha materializado. Los reyes, el príncipe, están ya en Bayona donde han sido convocados por el Señor de Europa. Nunca se ha visto el Estado español más humillado; ni siquiera en los grandes repartos, a últimos del XVII, se le hubiera ocurrido a Luis XIV llamar a Carlos II a Francia para comunicarle lo que iba a hacer con su nación.
Se reúne la familia real y Napoleón empieza a jugar con las coronas. Fernando se la devuelve a su padre; éste se la entrega a Napoleón diciendo que daba así «a sus amados vasallos la última prueba de mi paternal amor» al ceder a su «aliado y caro amigo el Emperador de los Franceses todos mis derechos sobre España e Indias». Y éste, a su vez, decide que él tiene ya mucho trabajo y que prefiere que desempeñe este cargo su hermano José, hasta entonces rey de Nápoles, que recibe la orden pertinente.
Probablemente jamás se le ocurrió a Napoleón que su empresa podía fallar. Tenía a su favor el disgusto de la mayoría española ante el espectáculo que daba la Corte; sus venerados reyes le habían traspasado la autoridad máxima. Tenía a su lado, además, a los reformistas dieciochescos que admiraban su saber combinar autoridad y respeto a la Iglesia. Incluso los conservadores, muchos de ellos sacerdotes, habían visto en el Corso al limitador de las demasías de la Revolución Francesa. Los generales ilustrados, los obispos ilustrados, estaban con él. Los demás españoles se le acercarían pronto al descubrir sus buenos deseos.[...]

Como se ve en estos párrafos ambos, Carlos y Fernando, juegan a la intriga, incluso a la traición, prestando pleitesía a Napoleón y cediendo coronas sin pensar en lo que querían los españoles. Esto ya lo hemos visto en un antepasado, Felipe V, que con tal de obtener y conservar la corona cedió Gibraltar y desligó de la corona española los territorios en la península itálica.

Fernando VII

Fernando VII
Llegamos al peor, que ya es decir, de los reyes que haya tenido España. Era receloso y exhibía una campechanía como la de su padre. Ya se ha tratado algo en el apartado anterior. Intrigó contra su padre.

El día 17 de marzo de 1808, el pueblo, instigado por los partidarios de Fernando, asaltó el palacio de Godoy en Aranjuez. El 19 Carlos IV abdicó en su hijo Fernando.

Después ocurrieron los sucesos de Madrid del 2 de mayo con padre e hijo en Bayona (Francia). El 6 de mayo de 1808 abdicó en su padre y Carlos abdicó en Napoleón que a su vez cedió la corona a su hermano José.

Del libro Otra historia de España:

[...] “La doblez es una expresión típica al hablar de Fernando VII Desde su adolescencia, ayudado y acuciado por el canónigo Escóiquiz, planea arrancar el trono de manos de los reyes y del odiado Godoy: Cuando se atraviesa Napoleón, intenta ganar la carrera de afectos hasta el punto de verse reprendido por el propio emperador, en una lección de ética y patriotismo. Cautivo en Valençay, cuando sus súbditos mueren con su nombre en los labios, se dedica a bordar y a felicitar a Napoleón por sus victorias sobre los españoles. Liberado por la desventura napoleónica, asegura a la Regencia que «en cuanto al restablecimiento de las Cortes... siempre merecerá mi aprobación como conforme a mis leales intenciones».[...]

Después de terminar la Guerra de la Independencia, Fernando regresó a España, donde estaba vigente la Constitución de Cádiz:

[...] Fue en marzo de 1814. El cuatro de mayo del mismo año daba el decreto declarando nulos todos los actos de esas Cortes; el que quisiera sustentar sus decretos era «reo de lesa majestad... y que como a tal se le imponga pena de la vida, ora lo ejecute de hecho, ora por escrito o de palabra»”.[...]

A Fernando VII se le apodó “El Deseado”, pues se extendió por el pueblo la idea que estaba sufriendo terriblemente en su cautiverio en Francia.

A su vuelta volvió el absolutismo anterior pero más duro. Pese a que se había comprometido, en el Tratado de Valençay con Napoleón, a no perseguir a “los afrancesados”, fue lo primero que hizo.

Otro tema fue el restablecimiento de la Inquisición, suprimida por las Cortes de Cádiz. No es que le importara mucho la religión, pero le convenía utilizar los inquisidores como policías.

Junto al gobierno legal, Fernando constituyó un gobierno paralelo. Aquel verdadero «gobierno en la sombra», que tenía un enorme e incontrolado poder, reunía a elementos de muy variado pelaje. Desde orgullosos aristócratas y curas diestros en todo tipo de chanchullos hasta miembros del hampa y miembros de las clases populares, como un célebre aguador de la Fuente del Berro, que tuvo mucho predicamento y poder en su momento.

Isabel de Braganza
En el plano personal, este último rey absoluto de la Historia de la Monarquía española solía comportarse con gran campechanía y, cuando estaba relajado o en un ambiente en el que se encontrase a gusto, era capaz de hacer gala de una gran naturalidad en el trato con todo el mundo. Fumaba, comía y bebía en público y, como a todo buen prepotente, siempre se podía oír por encima de todas su voz fuerte y apresurada, a la que acompañaba una permanente y nerviosa gesticulación tanto de cara como con las manos. Podía dar realmente la imagen del perfecto propietario rural acomodado, capaz de descender cuando le convenía a los más groseros niveles de la gente común o, por el contrario, manifestar la mayor frialdad y altanería cuando considerase que la situación lo requería.

Se casaron él, en segunda boda, y su hermano Carlos al tiempo con dos sobrinas suyas hijas del rey de Portugal, Isabel de Braganza con Fernando, y Maria Francisca con Carlos.

De Isabel, el pueblo decía:

Fea, pobre, y portuguesa,
chúpate esa

Del libro Los pícaros Borbones:

[...] “La nueva situación no iba,por otra parte,a cambiar las costumbres del Rey, acostumbrado a hacer con sus amigotes frecuentes visitas nocturnas a tabernas y burdeles, de entre los que el de una tal Pepa la Malagueña era uno de los más acreditados en Madrid por la calidad de sus ofertas. Sus habilidosas pupilas eran mujeres del pueblo dadas a todas las mañas, nada melindrosas y de maneras ordinarias y desgarradas, dispuestas a complacer cualquier capricho o interés del cliente.
Eran años en los que este Rey «de prostíbulo y colmado» se veía envuelto en aventuras nocturnas de todo tipo. Lo mismo podía terminar escapando medio desnudo del dormitorio de una mujer casada, perseguido por un enfurecido marido que no le había reconocido, que intervenir en grescas alcohólicas,que acababan precisando de la intervención de la autoridad pública”.[...]

Comenzaron las guerras de independencia de las colonias americanas, con lo que hubo que desplazar tropas desde la península hacia allí.

En enero de 1820 se produjo una sublevación entre las fuerzas expedicionarias acantonadas en la península que debían partir hacia América para reprimir la insurrección de las colonias. Aunque este pronunciamiento, encabezado por Rafael de Riego, no tuvo el éxito necesario, el gobierno tampoco fue capaz de sofocarlo y poco después, una sucesión de sublevaciones comenzó en Galicia y se extendió por toda España. Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución en Madrid el 10 de marzo de 1820, con la histórica e hipócrita frase:
«Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional».
Comenzó así el Trienio Liberal o Constitucional.

Desde ese mismo momento Fernando se dedicó a intrigar contra el régimen constitucional. Unas veces alentando a militares. Otras veces buscando ayuda en el extranjero para derribarlo. Eso sí siempre se declaraba oficialmente a favor de la Constitución.

Por fin logró el apoyo de la SantaAlianza, constituida por las monarquías absolutas europeas. Se constituyó un ejército formado principalmente por franceses, los CienMil Hijos de San Luis. Entraron en España y, pese a encontrar algunas resistencias, repusieron como rey absoluto a Fernando. Por estos hechos y otros similares se ganó el título de “Rey Felón”.

A partir de ese momento se desencadenó una persecución contra los liberales o los que simplemente eran tibios. Hubo ejecuciones y exilios abundantes. El caso más conocido por la literatura fue Mariana de Pineda, ajusticiada por bordar una bandera liberal.

Se casó tres veces. Sus mujeres tuvieron tres abortos, pero ningún hijo vivo. Desesperado pues, dada la vida nocturna que llevaba, estaba muy agotado se casó por cuarta vez con su sobrina María Cristina de las Dos Sicilias, hija de su hermana menor María Isabel, reina de Nápoles. De este matrimonio nacieron dos hijas, Isabel y Luisa Fernanda.

Cuando llegó Felipe V instauró, a ejemplo francés, la Ley Sálica que impedía reinar a las mujeres. Carlos IV la había derogado con la PragmáticaSanción, por la que si el rey no tenía ningún hijo varón, heredaría la hija mayor. Pero no fue publicada. En 1830, al tener una hija la publicó, con lo que heredaría Isabel. Esto hacía que el posible heredero, su hermano Carlos, dejara de serlo. Esto fue el origen del Carlismo y de las guerras subsiguientes.

Isabel II

Isabel II
Fernando falleció en 1833 cuando Isabel no había cumplido los tres años, por lo que la regencia quedó en manos de su madre. María Cristina se encontró con un problema. Ella por convicción era absolutista, pero todos los absolutistas españoles estaban en el bando Carlista. Por ello, a su pesar, ello se tuvo que apoyar en los liberales.

La minoría de edad de Isabel fue muy turbulenta. Su madre fue regente hasta 1840. Fue expulsada y se nombró regente al general Baldomero Espartero, que duró hasta 1843 en que fue derrocado. No sabían lo que hacer y se adelantó la mayoría de edad de Isabel a los trece años de edad.

La reina madre era joven. Había tenido un marido decrépito, rijoso y obsesionado por tener un hijo varón. Al quedarse viuda se casó a los tres meses con un apuesto guardia real, Fernando Muñoz. En secreto, en su habitación y con la única presencia del sacerdote. Fue un matrimonio para una tranquilidad de conciencia. La regente presidió actos, consejos de ministros y fiestas disimulando sus siete embarazos. Después de algunos años fue expulsada del país.

Del libro “Los pícaros Borbones”:

[...]Isabel y Luisa Fernanda dos hermanas muy unidas en su niñez. Dada su especial situación,todo les era permitido, todos sus caprichos les eran satisfechos y no había nada que quisiesen que no obtuviesen de inmediato. Los efectos que esto tuvo en la educación de Isabel fueron desastrosos. La niña tuvo muy pronto conciencia de ser quien era y se permitía organizar –más bien, desorganizar– todos aquellos molestos programas y planes de estudios que le exigían un esfuerzo,que no estaba nada dispuesta a realizar. Consecuencia de esto fue que llegó a la adolescencia con una general y casi absoluta ignorancia. Muy pronto se hizo célebre su catastrófica ortografía, de la que ella sería la primera en burlarse y en la que casi aparecían más faltas que formas correctas. Ello se combinaba perfectamente con su castizo y limitado modo de hablar, que conservaría durante toda su vida. En su vulgar vocabulario y expresiones vencían siempre los usos más propios de la gente de la servidumbre,entre la que tan a gusto se encontró siempre, sobre los de los preceptores o cortesanos, con los que obligatoriamente convivía. Nunca le preocupó la tendencia a la obesidad que enseguida mostró. Por ser quien era, su poco agraciado físico nunca le impidió lanzarse a aquel incesante vértigo erótico en que consiguió convertir su vida. Se consideró siempre un ser superior y desde la altura de aquel supremo orgullo se permitía mostrar en su trato con todos una simplicidad y una llaneza que a tantos iba a engañar.
Siendo todavía muy pequeña Isabel,aquella marrullera tía Luisa Carlota –la de las célebres «manos blancas»– había conseguido sacar por escrito de su hermana María Cristina un compromiso de casar a la niña,cuando llegase el momento oportuno, con alguno de sus hijos. Más adelante, la Gobernadora quiso desligarse de aquel imprudente acuerdo y escribió a Carlota que, respecto a este matrimonio, quería «dejar a su hija en libertad de elegir el esposo que más le agrade cuando se halle en estado de hacer la elección».Pero ahora, con la ex Regente en el exilio e Isabel «indefensa» en Madrid, la intrigante y ambiciosa Luisa Carlota y su marido Francisco de Paula –aquel crapulilla supuesto hijo de Godoy– vieron nuevamente el cielo abierto y volvieron a la carga.
Espartero no les permitió cumplir sus deseos de instalarse a vivir en el Palacio Real, pero no cesaron en sus repetidas visitas a la muchacha, acompañados de su amanerado hijo Francisco de Asís. Hicieron incluso que el maestro particular de Isabel entregase a ésta una pulsera de oro con un mechón de cabello del chico. Enterado el tutor de la futura Reina de esta permanente presión, ordenó al tiempo la devolución del interesado regalo y el despido del profesor, además de la prohibición a la intrigante pareja de poner pie en Palacio. Los brillantes proyectos debían, pues, esperar un poco.[...]

De esta época podemos valorar la descripción que hace el conde de Romanones de Isabel II

[...] “A los diez años Isabel resultaba atrasada, apenas si sabía leer con rapidez, la forma de su letra era la propia de las mujeres del pueblo, de la aritmética apenas sólo sabía sumar siempre que los sumandos fueran sencillos, su ortografía pésima. Odiaba la lectura, sus únicos entretenimientos eran lo juguetes y los perritos. Por haber estado exclusivamente en manos de los camaristas ignoraba las reglas del buen comer, su comportamiento en la mesa era deplorable, y todas esas características, de algún modo, la acompañaron toda su vida”.[...]

La boda de Isabel fue asunto importante. Don Carlos renunció en su hijo para que pudiera casarse con la reina, pero las condiciones que impusieron los carlistas fueron muy exigentes sobre los poderes del consorte. María Cristina propuso incluso a su propio hermano el conde de Trapani, tío de Isabel, pero era muy integrista.

El rey de Francia Luis Felipe propuso un plan diabólico. Que Isabel se casara con su primo Francisco de Asís, del que sabía que era homosexual. La infanta Luisa Fernanda se casaría con el hijo de Luis Felipe, el Duque de Montpensier. Como los reyes no tendrían descendencia, un nieto suyo sería rey de España. Pero con lo que no contaba Luis Felipe era con que la reina española, aun sin mediar relaciones físicas con su marido, traería al mundo una serie de hijos que le iban a asegurar una descendencia personal.

Por fin se casó con Francisco de Asís que era considerado inocuo y que no se metería en asuntos políticos. Es conocido el comentario que hace Isabel II al diplomático León y Castill:
 
que voy a decir de un hombre que en la noche de bodas llevaba en su camisa más bordados que yo en la mía”.

La presencia de Francisco de Asís enseguida levantó muchos dichos populares y se crearon numerosas coplas como la siguiente:

Paquito el natillas,
es de pasta flora,
y orina en cuclillas,
como una señora.

Y otras parecidas.

Isabel II tenía un carácter temperamental y apasionado, al mismo tiempo que mostraba una ardiente sensualidad probablemente heredada de su madre y de su padre.

Durante el reinado se dejó guiar por personajes clericales, como el arzobispo Antonio María Claret, después canonizado o como sor Patrocinio, conocida como la monja de las Llagas, ambos pertenecían a la parte más integrista de la iglesia.

Del libro Los Pícaros Borbones:

[...] El padre Claret, representante del más integrista catolicismo, era la presencia física y ejecutiva delVaticano en el corazón de las recónditas interioridades de la Corte madrileña.
A lo largo de los años,el papa Pío IX siempre mantuvo hacia Isabel una actitud ambigua y benevolente. A través de sus buenos y activos informadores estaba perfectamente al tanto –al día y aun al momento– de todos los asuntos sexuales más o menos públicos de la Reina
y, en muchas ocasiones, se vería obligado a actuar como intermediario,para conseguir poner paz dentro de aquella tan peculiar pareja real. Sabía que la profunda religiosidad de la soberana siempre la hacía estar dispuesta a expresar su sincera contrición por las faltas cometidas; aunque le faltase, eso sí, el necesario propósito de la enmienda. En cualquier caso, su permanente asistencia a actos religiosos de toda índole era muy valorada por la jerarquía eclesiástica,que soportaba tiempos como aquellos de tanto materialismo y ateísmo. El pueblo la veía siempre presidiendo procesiones,asistiendo a misas, visitando a populares y milagrosas imágenes y sabía que, en privado, cuando abandonaba otro tipo de actividades muy diferentes,solía rezar el rosario e incluso se hacía leer edificantes libritos de vidas de santos. Por eso y a pesar de la extendida fama que la Reina se había ganado por otros conceptos, el Vaticano llegó a concederle la Rosa de Oro, su mayor distinción honorífica, ya que, como dijo uno de aquellos altos cardenales, era puttana ma pia, «puta pero devota».[...]

El problema es que se tenía que apoyar en los políticos liberales y su temperamento y su entorno eran absolutistas y religiosos.

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Desde niña sus preceptores (José Vicente Ventosa, Francisco Frontela, y Salustiano Olózaga) estuvieron en el inicio de sus habilidades sexuales. La vida de Isabel II se basa en una fiesta continua. Se acostaba a las cinco de la mañana y se levantaba a las tres de la tarde. Este modo de vida levantaba fuertes críticas en la sociedad española.

El primer amante oficial fue el general Serrano a quien Isabel II le calificaba “el general bonito”, y producía un auténtico escándalo porque la reina lo perseguía por todos los cuarteles de Madrid. Llegó a tal nivel el escándalo, que el ejército decidió trasladarlo fuera de Madrid.

Caricatura 2
Otros amantes reconocidos son el cantante José Mirall, cuya voz entusiasmaba a la reina. El conocido compositor Emiliano Arrieta, el coronel Gándara, también Manuel Lorenzo de Acuña, marqués de Bedma. Destaca el capitán José María Arana, conocido como ”el pollo Arana”, en esta relación hay una anécdota que su marido Francisco de Asís, un día le dijo a la reina que tuviera cuidado con el pollo Arana, que le estaba poniendo los cuernos. Lo ascendió a coronel y le otorgó la Cruz Laureada de San Fernando y fruto de esa relación nació la infanta Isabel que sería llamada popularmente la Araneja (por similitud con la Beltraneja) y también la Chata.

Otra relación también muy conocida fue con el capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó conocido como “el pollo real”, que fue el padre de Alfonso XII, al que llamaron puigmolteño. Se dice que un día hablando Isabel con su hijo Alfonso XII de dijo “Hijo mío, la única sangre Borbón que corre por tus venas es la mía”.

Otro amante reconocido fue el general O'Donnell que había llegado al poder con la Vicalvarada iniciándose un periodo histórico conocido como el bienio progresista, dirigido dicho gobierno por la Unión Liberal (1854-1856).

Caricatura 3

O'Donnell se sintió atraído por Isabel II y ésta le respondía, cultivando un amor platónico que aumenta su comprensión y confianza mutua. La diferencia de edad entre ambos, veintiún años no les importaba nada. Sin embargo, este entendimiento fue cambiando por la influencia conservadora que ejercían sobre la reina, el padre Claret y sor Patrocinio que intentaban neutralizar las medidas liberales que el gobierno de O'Donnell tomaba sobre la Iglesia. Esto llevó a que Isabel II humillara públicamente a O'Donnell, provocando su cese.

Cabe destacar la anécdota de que en el año 1860, O'Donnell va a despedirse de Isabel II antes de inciar una nueva guerra en Marruecos, la reina le dice cariñosamente que si ella fuera hombre iría con él. Francisco de Asís que estaba presente, añadió “lo mismo te dijo O'Donnell, lo mismo te dijo”.

Otros amantes fueron el secretario Miguel Tenorio; el cantante Tirso Obregón; José de Murga y Reolid, marqués de Linares por concesión real; el gobernador de Madrid y posterior ministro de Ultramar, Carlos Marfori y Calleja que le acompañará a París cuando se exilia por el triunfo de la Gloriosa de 1868. El capitán de artillería, José Ramón de la Puente. Fruto de estas relaciones tuvo los siguientes hijos:
  • El 20 de mayo de 1849 da a luz un varón fallecido en el parto, hijo del marqués de Bedmar.
  • El 12 de julio de 1850 dio a luz un nuevo varón que falleció a los cinco minutos de nacer, enterrado en el Panteón de príncipes de El escorial y que probablemente fuera hijo del rey consorte Francisco de Asís de Borbón.
  • El 20 de diciembre de 1851, dio a luz a la infanta María Isabel Francisca de Asís, popularmente conocida como la Chata, princesa de Asturias, hasta el nacimiento de Alfonso XII, hija del capitán José Ruiz Arana.
  • El 5 de enero de 1854, nace la infanta María cristina, muerta al poco de nacer y que fue enterrada en el Panteón de El escorial, de padre desconocido.
  • El 24 de noviembre de 1855, tuvo un aborto avanzado, tras haberse publicado en la Gaceta de Madrid el embarazo real, de padre no conocido.
  • El 20 de junio de 1856, hay un nuevo aborto de padre no conocido.
  • El 28 de noviembre de 1857; Alfonso, príncipe de Asturias y más tarde rey de España, era hijo del capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó.
  • El 26 de diciembre de 1859, da a luz a la infanta Concepción, muerta a los veintiún meses, hija del rey consorte.
  • En el año 1861 tuvo a María del Pilar Berenguela fallecida a los dieciocho años.
  • En el año 1862 tuvo a María de la Paz de Borbón y Borbón, que fue casada con Luis Fernando de Baviera.
  • En el año 1864 tuvo a María Eulalia de Borbón y Borbón, duquesa de Galliera, fue casada con Antonio de Orleans y Borbón.
  • En el año 1866 nació Francisco de Asís Leopoldo de Borbón y Borbón, fallecido a las pocas semanas de nacer.

Mientras todo esto sucedía su marido francisco de Asís y Borbón tuvo un amigo de por vida, Antonio Ramón Meneses, con el que convivió toda su vida. Ante los continuos amantes de Isabel II, los asumió con naturalidad. Por el reconocimiento de la paternidad de los hijos de Isabel II recibía a cambio un millón de reales por hacer la presentación de cada uno de ellos.

El escritor Valle Inclán en su obra “la corte de los milagros“ hace la siguiente descripción de Isabel:

 
[...]“La Católica Majestad, vestida con una bata de ringorrangos, flamencota, herpética, rubiales, encendidos los ojos del sueño, pintados los labios como las boqueras del chocolate, tenía esa expresión, un poco manflota, de las peponas de ocho cuartos”.[...]

Isabel fue derrocada en 1868, por una sublevación liderada precisamente por varios de sus amantes.

Después de un periodo de seis años muy agitado en la historia y política de España: Regencia, monarquía de Amadeo I, I República y nueva Regencia, otra sublevación entronizó a su hijo Alfonso XII como rey de España.


Fuentes:
  • Otra Historia de España, de Díaz Plaja.
  • Los Pícaros Borbones, de José María Solé.

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7 comentarios:

  1. Hombre, la entrada está bien y no soy de criticar el trabajo de nadie pero si las fientes que utilizamos son Los pícaros borbones y El ruedo Ibérico, ya no sé si estamos ante un debate plural o ante un esperpento.

    Afortunadamente, hasta Carrillo supo reconocer la importancia del Rey y algunos estamos convencidos de que sin su figura habríamos tenido o bien otra dictadura militar o un enfrentamiento fratricida.

    Antonio López, Madrid. Saludos.

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    1. Todo son fuentes, estas que pongo y el de José María Zavala "La maldición de los Borbones: De la locura de Felipe V a la encrucijada de Felipe VI". También tienes los libros del coronel Amadeo Martínez Inglés.
      Lo que opinara Carrillo no creo que, dada su trayectoria posterior, sea muy significativo, al menos para mí, y creo que para otros.

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    2. yo también creo que lo que dijera el felón tiene poca importancia

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  2. Por supuesto que es respetable que para ustedes tenga más importancia lo que diga un coronel con una trayectoria ejemplar que lo que diga Carrillo, ahí no me meto. Pero que nadie olvide que el felón tenía más apoyo que otros 30 años después y con un PSOE en sus peores momentos.

    Antonio López, Madrid. Saludos.

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  3. Os habéis vuelto tan prolíficos, que me cuesta desembarazarme de tanta preñez. Quiero decir que, aunque los reyes habidos hubieran sido de otra índole, yo no me considero ni quiero ser súbdito de nadie. Estoy hecho a la antigua, antes de estos dos milenios de dominio católico, y a lo positivo de esa antigüedad entiendo que debemos retrotraernos de la mejor forma posible (dado que vivimos en un mundo de conocimiento más alto y tecnificado). De ahí los trabajos de mi blog en forma de "Propuestas Políticas para la Construcción del Futuro": http://goo.gl/t7z3Ke

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  4. Hola! Me gustaría conocer la fuente donde se extrae que José de Murga obtiene el Marquesado de Linares de la mano de Isabel II debido a sus relaciones amorosas...

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  5. Esos párrafos sobre Isabel II están sacados de https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/reina-ninfomana-isabel-ii-espana/20141123141535109549.html
    Y concretamente la frase es: "José de Murga y Reolid, marqués de Linares por concesión real"
    O sea dice que tiene ese título por concesión real, o sea concedido por persona coronada. En ningún sitio se dice que esa persona coronada fuera Isabel II. En este caso el título fue concedido por Amadeo I el 11 de febrero de 1873.
    Por cierto este marqués de Linares y vizconde de Llanteno es quien empezó la construcción del Palacio de Linares en Madrid adquiriendo los terrenos y, curiosamente, contribuyó con mucho dinero a la restauración con Alfonso XII

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