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viernes, 1 de abril de 2016

De tontos y de locos, o el manicomio de la izquierda.


Autor: Misha Gordin.


Cuando observo discusiones políticas, a menudo recuerdo una metáfora utilizada por Jesús Ibáñez al hablar de la técnica de grupos de discusión. La clave del grupo de discusión, como técnica, se basa en la confrontación de ideas, en torno a un tema, entre personas capaces de "escuchar" y, por tanto, susceptibles de generar un consenso (acuerdo) en algún aspecto ("el grupo de discusión es una máquina para producir consensos", dice Ibáñez -pág. 33-). Para que el grupo de discusión funcione, sus integrantes deben tener capacidad de "comunicar", que implica tanto la capacidad de expresar una idea propia como escuchar una idea ajena y someterla a contraste con lo propio. La clave del grupo de discusión me recuerda al enfoque dialógico del antropólogo norteamericano Dennis Tedlock, en torno a la idea de negociación de significados en el trabajo de campo etnográfico.

En este contexto, a la hora de elegir quiénes van a integrar un grupo de discusión, Ibáñez nos decía que había que evitar siempre las situaciones de "tontos" y de "locos", porque (pág. 59):
"Hay dos situaciones en las que no es posible la comunicación: entre tontos (todo es común) y entre locos (nada es común)"
El tonto estará de acuerdo con cualquier cosa que se diga. Por tanto, no hay diálogo, no hay discusión, no hay comunicación. No hay avance.

El loco siempre está en desacuerdo con todo. Con cualquier cosa que se diga, se mostrará en contra. Tampoco aquí habrá diálogo, discusión, comunicación. No habrá avance.

Esta pincelada utilizada por Ibáñez, con frecuencia me ha sugerido su utilización para hablar de la izquierda política, esa especie de manicomio que en ocasiones resulta insoportable. Muy pocas veces, entre bases militantes y simpatizantes, la discusión política resulta fértil y permite "avanzar". 

Por un lado tenemos el hooligan. Lo que coloquialmente y de forma peyorativa llamamos "palmeros" (aunque siempre reconocemos palmeros en los demás partidos, nunca en el propio), de puertas adentro forman una especie de cofradía de tontos. El palmero estará de acuerdo con cualquier cosa que diga el líder, aceptando pulpo como animal de compañía sin la menor duda. El diálogo entre palmeros tiene mucho de acto de fe, en el que todo loa y alabanza de lo propio conlleva un indiscutible valor de verdad suprema (en este sentido, le mueve un sentimiento cuasi religioso). De ahí que una discusión entre palmeros sea siempre una situación de tontos, como diría Ibáñez.

Sin embargo, el mismo palmero dispuesto a estar de acuerdo con cualquier cosa que diga y haga su cofradía de referencia, se metamorfosea en "loco" al entrar en un imposible diálogo con rivales políticos. Nunca estará de acuerdo en nada. Tan siquiera prestará atención a los argumentos ajenos. Su réplica dialéctica es una falsa réplica, ya que no supone una contestación al argumento del otro, sino una mera descalificación acrítica, a veces un insulto, con frecuencia la repetición de algún mantra aunque nada tenga que ver con el tema de discusión. Tenemos así una situación de "locos", en la que cualquier cosa que se diga, el interlocutor estará en desacuerdo.

Sin duda, en la izquierda política avanzaríamos en grado significativo si fuésemos capaces de reconocer nuestras propias miserias, que son muchas, demasiadas. ¿En qué momento del pasado nos abandonó la autocrítica?   

@VigneVT


Referencia de la cita de Ibáñez:
Ibáñez, Jesús: "Perspectivas de la investigación social: el diseño en la perspectiva estructural", en Manuel García Ferrando, Jesús Ibáñez y Francisco Alvira (compiladores): El análisis de la realidad social. Métodos y técnicas de investigación. Páginas 31 a 66. Alianza Editorial, Madrid 1986.

1 comentario:

  1. El problema, Vigne, es que alguien que no siempre está de acuerdo con los "suyos" y, a veces, no puede dejar de estar de acuerdo con algunos argumentos de sus contrarios, no vale para la política, por más que reivindiquemos que la verdad es siempre revolucionaria. Por supuesto, no valer para la política no implica renunciar a luchar contra la reacción y la imbecilidad general.

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