Ofrecemos la segunda parte de la traducción al castellano de
una reseña de Jürgen Habermas que se publica en Blätter für Deutsche und internationale Politik [Hojas sobre
política alemana e internacional] en mayo 2013 del libro de Wolfang Streeck
Gekaufte Zeit – Die
vertagte Krise des demokratischen Kapitalismus
[Tiempo comprado.
La aplazada/suspendida crisis del capitalismo democrático]
II/III - ¿Capitalismo
o democracia?
El marco de este largo
relato de la crisis lo conforma la interrelación en la que participan tres
jugadores, a saber, el estado que se alimenta de impuestos y se legitima
mediante los votos; la economía que ha de procurar un crecimiento capitalista y
un nivel suficiente de ingresos recaudando impuestos; y finalmente los
ciudadanos quienes al estado le prestan su apoyo solamente a cambio de éste les
satisfaga sus intereses. El tema radica en preguntar si, y luego cómo, el estado logra
equilibrar/ponderar las contradictorias exigencias de ambos lados dentro de los
inteligentes cauces dispuestos para evitar las crisis. So pena de que se
declaren crisis en el ámbito económico o la cohesión social, es el estado
quien, por un lado, debe colmar las expectativas de ganancia, es decir que debe
cumplir los requisitos fiscales, jurídicos e infraestructurales para que los
medios disponibles se aprovechen de modo lucrativo; por otro lado, debe garantizar
que exista igualdad de oportunidades y libertad, y velar por que haya justicia
social y que ésta se manifieste en el reparto justo de las rentas, en la seguridad del estatus de los
ciudadanos así como bajo la forma de servicios públicos y el poder disponer de
bienes colectivos. El contenido de este relato viene a ser el hecho de que la estrategia
neoliberal, sistemáticamente, otorgue preferencia a los intereses de
explotación del capital frente a las exigencias de justicia social, con lo cual
las crisis solamente pueden ser “aplazadas” por el precio de fallas sociales
cada vez mayores [6]
Cabe preguntar si el “aplazamiento de la crisis del capitalismo democrático”, que nos señala el título del libro, alude al hecho en si o sólo al momento en que se vaya a producir. Dado que Wolfgang Streeck desarrolla su escenario en un marco de acción teórica, sin fundamentarlo en las “leyes” del sistema económico (como podría ser la “caída de las tasas de ganancia/beneficio”), de este mismo planteamiento no resulta, afortunadamente, ninguna predicción teóricamente consolidada. Pronosticar la futura evolución de la crisis tan sólo será factible, por tanto, a partir de la valoración de las circunstancias históricas y las contingentes constelaciones de poder. Bajo este aspecto retórico, sin embargo, las exposiciones de Streeck sobre las tendencias de la crisis, denotan cierto aire de inevitabilidad, cuando rechaza la tesis conservadora que sostiene “la inflación de las exigencias de las alegres masas”, ubicando la dinámica de la crisis únicamente entre los intereses de explotación capitalista. Bien es cierto que desde los años ’80 la iniciativa política venía saliendo desde este ángulo, pero no logro ver en ello ninguna razón suficiente que justifique que renunciemos de modo tan derrotista al proyecto europeo.
Antes bien, me da la impresión de que Streeck infravalora el llamado efecto ratchet [término macroeconómico que se refiere a la relación entre salario nominal y nivel de precios (salario real)] no sólo de las normas constitucionales vigentes, sino también del complejo democrático fáctico – el insistir en las reglas y prácticas de uso de las instituciones que se encuentran incrustadas en la cultura política. Valgan de ejemplo las protestas masivas en Lisboa y otros lugares, que llevaron al presidente de Portugal a demandar a sus compañeros de partido por su política de austeridad que consideraba un escándalo social. En consecuencia, el Tribunal Constitucional pasó a declarar nulas las correspondientes partes del Tratado entre Portugal y la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, respectivamente, para así inducirle al Gobierno a reflexionar, al menos por un instante, sobre la ejecución del “Dictado de los mercados”.
Las rentas a la Ackermann [ex directivo del Deutsche Bank] con las que sueñan los accionistas son tan poco naturales como la clase de directivos internacionales, con sus elitistas ínfulas, aún mimadas por unos solícitos medios, que suelen mirar a “sus” políticos por encima del hombro como si fueran sus criados. El seguimiento que se le dio a la crisis de Chipre, cuando ya no se trataba de rescatar los respectivos bancos propios, mostró de repente que resulta absolutamente procedente que en lugar de los contribuyentes, pasen por caja los causantes reales de la crisis. Y los presupuestos de los estados endeudados igual o mejor podrían equilibrarse subiendo los ingresos y/o recortando los gastos. No obstante, haría falta un marco institucional común para que se pueda iniciar una política fiscal, económica y social común en Europa, que serviría además para erradicar los defectos estructurales de los que adolece la unión monetaria. Mediante un esfuerzo europeo común, y no sólo la exigencia abstracta de que cada estado miembro deba aumentar su competitividad por propio esfuerzo, se podrá avanzar en la modernización que reclaman las estructuras administrativas, caducas y clientelistas.
Lo que la (re)configuración de la Unión Europea conforme a los principios democráticos, que por razones obvias se limitaría de momento a los estados miembros de la Unión Monetaria, fuera a distinguir de un federalismo ejecutivo conforme al dictado de los mercados se resumiría ante todo en dos innovaciones: primero: una planificación marco común en lo político; transferencias y responsabilidades mutuas entre los estados miembros; segundo: la enmienda de los Tratados de Lisboa allí dónde haga falta para la legitimación democrática de las respectivas competencias, por tanto, una participación paritaria de Parlamento y Consejo en la legislativa, y la responsabilidad regular de la Comisión frente a los anteriores. De este modo, la toma de decisiones políticas dejaría de depender en exclusiva de los arduos compromisos entre los representantes de los intereses nacionales, que pueden bloquearse mutuamente, y pasaría a depender por igual de las decisiones mayoritarias entre los diputados electos en virtud de sus preferencias partidarias. Tan sólo en un Parlamento Europeo que quede articulado en fracciones podrá producirse una generalización de los intereses más allá de las fronteras nacionales. Tan sólo mediante procedimientos parlamentarios se podrá generar una perspectiva paneuropea del nosotros entre todos los ciudadanos de la UE y consolidarse en un poder institucionalizado. Semejante cambio de perspectiva es necesario para ir sustituyendo, en los ámbitos pertinentes la hasta ahora preferida y regulada coordinación de políticas singulares y seudo soberanas , por un proceso común y discrecional a la hora de tomar decisiones. Los efectos inevitables de una redistribución a corto o medio plazo tan sólo podrían legitimarse, si los intereses nacionales se suman a los intereses europeos generales y participan en ellos.
Si cabe ganar las suficientes mayorías a favor de la correspondiente enmienda de la legislación primaria y cómo hacerlo resulta muy difícil de predecir (por lo que volveré más adelante sobre el tema). Pero con independencia de que si resulta factible en las actuales circunstancias emprender una reforma en las actuales circunstancias, Wolfgang Streeck duda de que el formato de una democracia supranacional tan siquiera pueda acoplarse a la situación europea. Refuta que tal orden político pueda funcionar correctamente y no lo considera deseable por su carácter supuestamente represivo. Pero me pregunto si los cuatro argumentos que viene a alegar son buenos. (En adelante no iré ocupándome más de las consecuencias de una posible resolución y liquidación del euro).
Cabe preguntar si el “aplazamiento de la crisis del capitalismo democrático”, que nos señala el título del libro, alude al hecho en si o sólo al momento en que se vaya a producir. Dado que Wolfgang Streeck desarrolla su escenario en un marco de acción teórica, sin fundamentarlo en las “leyes” del sistema económico (como podría ser la “caída de las tasas de ganancia/beneficio”), de este mismo planteamiento no resulta, afortunadamente, ninguna predicción teóricamente consolidada. Pronosticar la futura evolución de la crisis tan sólo será factible, por tanto, a partir de la valoración de las circunstancias históricas y las contingentes constelaciones de poder. Bajo este aspecto retórico, sin embargo, las exposiciones de Streeck sobre las tendencias de la crisis, denotan cierto aire de inevitabilidad, cuando rechaza la tesis conservadora que sostiene “la inflación de las exigencias de las alegres masas”, ubicando la dinámica de la crisis únicamente entre los intereses de explotación capitalista. Bien es cierto que desde los años ’80 la iniciativa política venía saliendo desde este ángulo, pero no logro ver en ello ninguna razón suficiente que justifique que renunciemos de modo tan derrotista al proyecto europeo.
Antes bien, me da la impresión de que Streeck infravalora el llamado efecto ratchet [término macroeconómico que se refiere a la relación entre salario nominal y nivel de precios (salario real)] no sólo de las normas constitucionales vigentes, sino también del complejo democrático fáctico – el insistir en las reglas y prácticas de uso de las instituciones que se encuentran incrustadas en la cultura política. Valgan de ejemplo las protestas masivas en Lisboa y otros lugares, que llevaron al presidente de Portugal a demandar a sus compañeros de partido por su política de austeridad que consideraba un escándalo social. En consecuencia, el Tribunal Constitucional pasó a declarar nulas las correspondientes partes del Tratado entre Portugal y la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, respectivamente, para así inducirle al Gobierno a reflexionar, al menos por un instante, sobre la ejecución del “Dictado de los mercados”.
Las rentas a la Ackermann [ex directivo del Deutsche Bank] con las que sueñan los accionistas son tan poco naturales como la clase de directivos internacionales, con sus elitistas ínfulas, aún mimadas por unos solícitos medios, que suelen mirar a “sus” políticos por encima del hombro como si fueran sus criados. El seguimiento que se le dio a la crisis de Chipre, cuando ya no se trataba de rescatar los respectivos bancos propios, mostró de repente que resulta absolutamente procedente que en lugar de los contribuyentes, pasen por caja los causantes reales de la crisis. Y los presupuestos de los estados endeudados igual o mejor podrían equilibrarse subiendo los ingresos y/o recortando los gastos. No obstante, haría falta un marco institucional común para que se pueda iniciar una política fiscal, económica y social común en Europa, que serviría además para erradicar los defectos estructurales de los que adolece la unión monetaria. Mediante un esfuerzo europeo común, y no sólo la exigencia abstracta de que cada estado miembro deba aumentar su competitividad por propio esfuerzo, se podrá avanzar en la modernización que reclaman las estructuras administrativas, caducas y clientelistas.
Lo que la (re)configuración de la Unión Europea conforme a los principios democráticos, que por razones obvias se limitaría de momento a los estados miembros de la Unión Monetaria, fuera a distinguir de un federalismo ejecutivo conforme al dictado de los mercados se resumiría ante todo en dos innovaciones: primero: una planificación marco común en lo político; transferencias y responsabilidades mutuas entre los estados miembros; segundo: la enmienda de los Tratados de Lisboa allí dónde haga falta para la legitimación democrática de las respectivas competencias, por tanto, una participación paritaria de Parlamento y Consejo en la legislativa, y la responsabilidad regular de la Comisión frente a los anteriores. De este modo, la toma de decisiones políticas dejaría de depender en exclusiva de los arduos compromisos entre los representantes de los intereses nacionales, que pueden bloquearse mutuamente, y pasaría a depender por igual de las decisiones mayoritarias entre los diputados electos en virtud de sus preferencias partidarias. Tan sólo en un Parlamento Europeo que quede articulado en fracciones podrá producirse una generalización de los intereses más allá de las fronteras nacionales. Tan sólo mediante procedimientos parlamentarios se podrá generar una perspectiva paneuropea del nosotros entre todos los ciudadanos de la UE y consolidarse en un poder institucionalizado. Semejante cambio de perspectiva es necesario para ir sustituyendo, en los ámbitos pertinentes la hasta ahora preferida y regulada coordinación de políticas singulares y seudo soberanas , por un proceso común y discrecional a la hora de tomar decisiones. Los efectos inevitables de una redistribución a corto o medio plazo tan sólo podrían legitimarse, si los intereses nacionales se suman a los intereses europeos generales y participan en ellos.
Si cabe ganar las suficientes mayorías a favor de la correspondiente enmienda de la legislación primaria y cómo hacerlo resulta muy difícil de predecir (por lo que volveré más adelante sobre el tema). Pero con independencia de que si resulta factible en las actuales circunstancias emprender una reforma en las actuales circunstancias, Wolfgang Streeck duda de que el formato de una democracia supranacional tan siquiera pueda acoplarse a la situación europea. Refuta que tal orden político pueda funcionar correctamente y no lo considera deseable por su carácter supuestamente represivo. Pero me pregunto si los cuatro argumentos que viene a alegar son buenos. (En adelante no iré ocupándome más de las consecuencias de una posible resolución y liquidación del euro).
[6] Mientras
tanto, la privatización de los servicios de provisiones existenciales [Daseinsvorsorge]
está progresando de tal forma que resulta cada vez más difícil proyectar este
conflicto sistémico sobre los intereses de los diversos grupos sociales. Los conjuntos de la llamada
“ciudadanía” [Volk der Staatsbürger] y del “pueblo mercantil” [Marktvolk] han
dejado de coincidir. Y este conflicto de intereses se viene a debatir y
expresar, de creciente manera, en una misma persona.
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