Víctimas del fascismo: "delincuentes marxistas femeninos", las denominó Vallejo Nágera. Mujeres republicanas rapadas y marcadas con cruces |
Ofrecemos un nuevo fragmento del libro de González Duro, Las rapadas: el franquismo contra la mujer. En este caso está centrado en la actuación del llamado psiquiatra del franquismo, Antonio Vallejo Nágera, al que muchos consideran el Mengele español. Amparándose en una pseudo condición de científico, Vallejo Nágera fue en realidad un sádico fascista desbordante de una misoginia patológica. Para escribir el fragmento que sigue, su autor, el psiquiatra González Duro, se ha basado sobre todo en el artículo publicado en su día por Vallejo Nágera, titulado "Investigaciones psicológicas en marxistas delincuentes femeninos", de la serie "Psiquismo del fanatismo marxista", y que fue publicado en mayo de 1939 por la Revista Española de Medicina y Cirugía de Guerra.
Puedes acceder al fragmento anterior del libro que hemos difundido, pulsando aquí ("La pérdida de Málaga"). En esa otra entrada encontrarás además un excelente reseña del libro, así como el índice del mismo.
Enrique González Duro: epígrafe "Las feroces y torturadas rojas", de su libro Las rapadas: el franquismo contra la mujer, páginas 23 a 27. Editorial Siglo XXI, Madrid, 2012.
Negrita, imágenes y pies de foto, son añadidos nuestro.
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II. LAS FEROCES Y TORTURADAS ROJAS
Enrique González Duro
Si en la zona republicana, y sobre
todo en los primeros meses de la Guerra Española, las milicianas simbolizaban
el heroísmo de la resistencia popular frente a los militares sublevados, en los
territorios ocupados por estos eran tomadas como mujeres feroces, monstruosas y
escasamente femeninas, rasgos que aplicaban a todas las mujeres que no habían
mostrado una «afección» al Glorioso Movimiento Nacional o que simpatizaban con
la Segunda República. Vallejo Nágera lo confirmaba, denominándolas
«delincuentes marxistas femeninos», como queriendo negarles su naturaleza y
condición de mujeres. Reconocía, en su estudio, que estas mujeres eran
milicianas, y que, además de las que habían combatido en los frentes:
«Mucho mayor ha sido el número de mujeres que unidas a las hordas perpetraron asesinatos, incendiaron y saquearon, además de animar a los hombres para que cometiesen toda clase de desmanes».
Para explicar mejor la activa participación
del «sexo femenino en la revolución marxista», Vallejo recurría a una
retrógrada y misógina concepción de la mujer, a su «característica» labilidad
psíquica, a la debilidad de su equilibrio mental, a su menor resistencia a lo
ambiental, a la insuficiencia del control de su personalidad, a su supuesta
tendencia a la impulsividad y a su escasa sociabilidad, cualidades, todas
ellas, que en circunstancias excepcionales acarreaban anormalidades en su
conducta social y sumían a las mujeres en estados psicopatológicos.
Si la mujer —decía Vallejo- es habitualmente de carácter apacible, dulce y bondadoso, se debe a los frenos que operan sobre ella; pero como el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen las inhibiciones frenatrices de las impulsiones instintivas, entonces despierta en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarles las inhibiciones inteligentes y lógicas.
La falta de esas inhibiciones, de los
controles y de una rígida adhesión religiosa favorecía la conducta
«extraviada», transgresora y descontrolada de las mujeres, tanto en el terreno
político, como en el meramente delictivo y en la prostitución: todo era
atribuible al régimen republicano, que había reconocido a la mujer el derecho a
ser libre, libre incluso de las restricciones religiosas (1).
Por eso, en las cárceles franquistas
coexistían presas por actividades políticas discordantes o socialmente
transgresoras con las prostitutas, las estraperlistas al menudeo y las
delincuentes comunes. Las mujeres rojas o desafectas al nuevo régimen eran
culpables de haber entrado y permanecido en el espacio sociopolítico, de
salirse del ámbito familiar que les estaba secularmente asignado y no ajustarse
al modelo tradicional de la mujer de su casa, sumisa, sacrificada, guardiana
del hogar familiar y guiada por el sacerdote católico. Entre las rojas se
incluían también las que simplemente eran «mujeres de rojos» (esposas, madres,
hermanas o hijas) que no habían evitado la nefasta actuación social o política
de los hombres, situándose junto a las prostitutas y las delincuentes comunes,
y constituyendo todas la antítesis de la nueva-vieja mujer española, cuyo
modelo quería imponer el nuevo régimen de la España «liberada». La mujer
«antiespañola» durante la guerra había desbordado los límites de la criminalidad
femenina habitual, participando en los pillajes, en los incendios, en la quema
de las iglesias y conventos, en el robo o destrucción de imágenes religiosas,
así como en las matanzas, con un carácter marcadamente sádico, que
escandalizaba al «investigador» Vallejo. Aunque la mujer siempre se había
desentendido de la política, en la revolución comunista española se mezcló
activamente en ella, aprovechando la ocasión para satisfacer sus apetencias
sexuales latentes. Y acababa el patriota psiquiatra la introducción de su
estudio afirmando que cuando las mujeres se lanzaban a la política no lo hacían
por sus ideas, sino por sus sentimientos, que alcanzaban proporciones inadecuadas
e incluso patológicas, debido a la inestabilidad propia de la personalidad
femenina. Las influencias del medio ambiente familiar y social eran para él muy
claras en la exaltación pasional y política de las mujeres. Con ello Vallejo
desnaturalizaba toda vinculación entre el género femenino y la acción sociopolítica,
presentándola como algo provocado artificialmente por el entorno democrático o revolucionario.
El estudio lo había realizado Vallejo
con 50 internas en la cárcel de Málaga, desde quince hasta sesenta años de edad,
que participaron en los «desmanes de la horda» durante la «dominación roja» y que,
acusadas de rebelión militar, fueron condenadas a muerte, habiéndoseles
conmutado esa pena por la inferior. No se les había probado ningún delito
concreto, aunque acompañaron a las patrullas de milicianos y participaron de
sus asesinatos, saqueos e incendios. Algunas se distinguieron por su
«necrofagia», ensañándose con los cadáveres de los fusilados o befándose de
ellos, luego de haber presenciado el asesinato «con delectación». Había
milicianas, «hembras marxistas», que, vestidas con el clásico mono y amazonas
de arma corta o larga, fueron alguna vez al frente y tomaron parte directa en
los crímenes urbanos. Muchas se habían dedicado a la denuncia de «personas de
orden», ocultas o emboscadas, con las que tenían resentimientos por rencillas o
agravios, generalmente banales. Y, por último, gran parte de las «marxistas»
habían tenido una «actuación libertaria destacada», incitando a las turbas
contra el fascismo, generalmente mediante la propaganda oral. Como era de esperar,
mostraban en su mayoría «temperamentos degenerativos», eran de escasa
inteligencia y de poca o nula instrucción educativa. Todas tenían antecedentes familiares
de anormalidad psíquica (enfermos mentales, psicópatas, alcohólicos, suicidas,
etc.) o «antecedentes revolucionarios familiares o matrimoniales» (padres,
hermanos, esposos o hijos con actividades «revolucionarias»). No tenían formación
política alguna, por lo que habían actuado por motivaciones no ideológicas. En
unos casos, la actividad política se había debido a influencias ambientales:
eran unas exaltadas por sentimientos pasionales, olas «aprovechadas» que se
lanzaban al saqueo y a la violencia para satisfacer impunemente rencores y
venganzas personales, como para hacerse con los bienes de los señores y de sus convecinos,
o porque creían en la realidad del reparto:
«La coquetería de alguna belleza de dieciséis años, atraída por sus continuas exhibiciones en público y la exaltación narcisista de su vestimenta, con mono y pañuelo rojo al cuello, y las amorales que por su hipersexualidad encontraban ocasión de prostituirse fueron la minoría del grupo».
Otro subgrupo lo formaban las
«psicópatas antisociales» que, por su hegemonía de mando entre sus convecinos,
o falso espíritu de reivindicación social, por mera exaltación del espíritu de
crueldad, por descontento económico, por anestesia sentimental y afectiva, o
por adaptación a cualquier clase de vida de perversión, liberaron sus
tendencias psicopáticas durante la época roja. Otras eran «libertarias
congénitas», revolucionarias natas, que, impulsadas por sus tendencias
biopsíquicas constitucionales, desplegaron una intensa actividad asociada a la
horda roja masculina. Paradójicamente, más de la mitad de las personas
estudiadas manifestaron una buena opinión sobre la España nacional:
El hecho fue que el Régimen había
elaborado un discurso moral que involucraba a la mujer «desafecta» en una serie
de delitos directamente relacionados con su condición sexual y que la había
llevado a la cárcel o al paredón. O, más bien, transgresiones morales que los vencedores
consideraban delictivas y por ello penalizables. A partir de 1937 esos delitos
o transgresiones fueron enjuiciados por los tribunales militares en consejos de
guerra sumarísimos, que frecuentemente dictaban la pena máxima. Aunque estaban
tipificados como delitos de rebelión militar en sus distintas versiones, de
hecho lo que se condenaba eran conductas sociomorales. Y cuando en la zona republicana
se había desechado el icono de la miliciana como prototipo heroico de la mujer
resistente al fascismo, en la zona «liberada» de la dominación marxista, ese
icono, en negativo, retrataba casi esencialmente a la mujer republicana, o
simplemente desafecta o mujer de republicano. En las sentencias condenatorias,
los rasgos iconográficos de la miliciana, exagerados o imaginados, aparecían claramente
como resultados sobre los que justificar las condenas a las mujeres que se
habían significado de un modo u otro en la retaguardia republicana. Muchas,
ciertamente, habían vestido el mono azul que tanto irritaba a los «nacionales»,
o habían participado en la formación de algunas infraestructuras de apoyo al
Ejército republicano, aun sin mucha conciencia política. Pero estas tareas eran
consideradas corno sospechosas de haber sido «marxistizadas», simplemente por
el hecho de ser parientes de combatientes o militantes republicanos, o porque
habían huido de los lugares que iban «liberando» las tropas «nacionales»,
temerosas de los desmanes que cometían con las mujeres los moros y los
legionarios, refugiándose en las ciudades aún en poder de los republicanos.
Tal ocurrió, con tintes trágicos, cuando en Málaga se supo que avanzaban sobre la ciudad las tropas norteafricanas e italianas, y numerosas familias, muchas de ellas antes refugiadas en la ciudad andaluza, huyeron masivamente por la carretera de Almería, tratando de alcanzar la zona republicana y siendo bombardeadas por la aviación nacional y cañoneadas sin piedad por la armada franquista. Además del miedo a ser violadas, siéndolo de hecho en numerosas ocasiones, muchas mujeres fueron también rapadas, recibiendo con ello un castigo ejemplarizante y público que siempre ha sido silenciado, pero no por ello olvidado por quienes lo padecieron y por los muchos que lo presenciaron. Cuando eran detenidas, a muchas rojas se las golpeaba y se las pelaba, y peladas eran paseadas por la vía pública, para mayor escarnio entre los vecinos y para ser diferenciadas del resto de la población. A menudo, era un castigo en sí mismo, y no tenía que estar asociado al cumplimiento de cualquier otra pena, pero sí fue frecuente que las «rapadas» quedaran a disposición gubernativa.
«La buena opinión que se tiene de esta España Nacional se debe a que cuida de los niños, aunque sean hijos del enemigo, protege al pobre y hay trabajo, no siendo lo que decía la propaganda roja».Comparan estas mujeres la disciplina y el orden social nacionales con la orgía y el desorden rojo, y de tal comparación surgía un sentimiento admirativo hacia los «nacionales»... ¿Era Vallejo un ingenuo fanático o un cínico sectario? Lo que quedaba claro era que su «estudio» no era nada científico, aunque él se felicitaba porque podría controlarse y contribuir a evitar en el futuro el acceso de la mujer a la política, debiendo limitarse a la acción social femenina, a la asistencia social y benéfica.
Vallejo Nágera, el Mengele español |
Tal ocurrió, con tintes trágicos, cuando en Málaga se supo que avanzaban sobre la ciudad las tropas norteafricanas e italianas, y numerosas familias, muchas de ellas antes refugiadas en la ciudad andaluza, huyeron masivamente por la carretera de Almería, tratando de alcanzar la zona republicana y siendo bombardeadas por la aviación nacional y cañoneadas sin piedad por la armada franquista. Además del miedo a ser violadas, siéndolo de hecho en numerosas ocasiones, muchas mujeres fueron también rapadas, recibiendo con ello un castigo ejemplarizante y público que siempre ha sido silenciado, pero no por ello olvidado por quienes lo padecieron y por los muchos que lo presenciaron. Cuando eran detenidas, a muchas rojas se las golpeaba y se las pelaba, y peladas eran paseadas por la vía pública, para mayor escarnio entre los vecinos y para ser diferenciadas del resto de la población. A menudo, era un castigo en sí mismo, y no tenía que estar asociado al cumplimiento de cualquier otra pena, pero sí fue frecuente que las «rapadas» quedaran a disposición gubernativa.
[Fragmento del libro de Enrique González Duro, Las rapadas: el franquismo contra la mujer, páginas 23 a 27. Editorial Siglo XXI, Madrid, 2012]
Notas
(1) A. Vallejo Nágera, "Investigaciones psicológicas en marxistas delincuentes femeninos", serie "Psiquismo del fanatismo marxista", en Revista Española de Medicina y Cirugía de Guerra 2 (mayo 1939).
Ir a primera parte (pulsa en el enlace):
Basta contemplar la expresión de esas mujeres al inicio de la entrada para darse cuenta de muchas aberraciones psiquiátricas al servicio del sistema.
ResponderEliminarhttp://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/13/actualidad/1489394797_521817.html?id_externo_promo=as-ob&prm=as-ob&ncid=as-ob
ResponderEliminarLas amistades peligrosas entre el régimen y el diván.