El bosquimano disecado de Banyoles, reflejo de la negación de su naturaleza humana. |
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Y llevamos la civilización para salvar a aquellos salvajes. Las gentes de los lúgubres pueblos que no tenían historia.
Eric Robert Wolf fue un antropólogo e historiador estadounidense, de origen austriaco, muy influenciado por el marxismo. Se le conoce sobre todo por un breve pero magnífico ensayo, que todavía hoy los especialistas seguimos recomendando como una de las primeras lecturas que debe realizar todo aquel que quiera iniciarse en los estudios sobre campesinado: Los campesinos (descargable en pdf pulsando en el link). Pero sin duda la obra más sobresaliente de Wolf fue Europa y la gente sin historia (publicada en 1982; pulsa en el link para descagar en pdf). La historiografía convencional, tendía a tratar a los pueblos africanos como si careciesen de historia antes de la llegada del hombre blanco, como si hubieran estado viviendo congelados en el tiempo, en aisladas sociedades estáticas. Wolf puso fin a esa imagen, demostrando que los pueblos no europeos, incluyendo los africanos, siempre habían estado inmersos en procesos globales relacionados con la historia del mundo. En el caso de África, la ausencia de fuentes escritas no significaba que tales pueblos no tuviesen un amplio y dilatado pasado histórico con anterioridad a la llegada de los colonizadores.
Sin embargo en el siglo XIX, cuando se produce la gran expansión colonial, la imagen que tenía Europa del continente negro, era otra. El deslumbramiento social que provocaba la nueva sociedad industrial, con sus inventos y adelantos, hacía pensar que Europa era la culminación del progreso humano, el estadio más avanzado del esfuerzo civilizatorio. En contraposicion, aquellos pueblos de piel negra que habitaban en el continente africano, parecían ser la antítesis del progreso y de la evolución; la antítesis incluso de la sociedad y de cualquier orden social que pudiese identificarse como genuinamente humano. Era imposible que tuviesen una historia, reservada ésta para las llamadas "grandes civilizaciones" en la eurocéntrica visión del proceso histórico. Se les atribuía una forma de vida inalterable en el tiempo, al margen del cambio social y, en consecuencia, de la historia. Eran gentes sin historia.
Y en esta negación llega a cuestionarse incluso la propia "humanidad" del africano. ¿Pertenecen a la raza humana? Difícil de creer. De ahí que en ocasiones se les llegase a exhibir como atracción de circo, o como curiosidad de museo, como sucedió con el llamado negro de Banyoles. Éste se trataba un bosquimano kung san muerto y disecado, en los años 30 del siglo XIX, por los hermanos Verraux. Posteriormente fue enviado a Europa y vendido al Museo Darder de Banyoles (Girona, Catalunya), como objeto encaminado a satisfacer la curiosidad y morbo de los visitantes. Tal acto de barbarie, como suponía matar, disecar y exhibir a un ser humano como atracción de feria, resultaba moralmente admisible en tanto se cuestionaba su condición humana.
Era difícil para la etnocéntrica mente europea, aceptar que aquellas extrañas criaturas con rasgos humanos, pudiesen gozar del beneficio de los bellos principios políticos y morales de Liberté, Egalité, Fraternité.
Pero el evolucionismo de Darwin había influenciado radicalmente la teoría social, dando lugar a una corriente dominante en el pensamiento europeo de la 2ª mitad del XIX: el evolucionismo social unilineal. Interesan dos premisas de la teoría social evolucionista:
A) Todos los pueblos del mundo pasaban por las mismas fases de desarrollo, pero a diferente ritmo o velocidad.
B) Dichas fases constituían un proceso lineal de evolución hacia metas de progreso cada vez más altas y superiores y, por tanto, más deseables en sus niveles más evolucionados.
De esta forma se consideraba que había pueblos que, debido a su menor ritmo de evolución, estaban más "atrasados" y por tanto alejados de las metas humanas de progreso y bienestar. Al contrario, la deslumbrante sociedad industrial era el culmen del progreso hasta ese momento, prueba de que Europa había evolucionado mucho más deprisa. Por lo tanto, ya no se trataba de negar la naturaleza humana del negro africano como sucedió en un primer momento, sino que simplemente los pueblos africanos estaban perdidos en el tiempo, anclados en primitivas fases de desarrollo de las cuales eran incapaces de salir por si mismos. Privados del progreso que Europa conocía, su existencia debía ser necesariamente infeliz y dramática.
Este modelo teórico tan eurocéntrico basado en la sucesión de una secuencia fija de estadios evolutivos que siguen una pauta universal, fue críticamente triturado y descartado por la Antropología desde comienzos del siglo XX, aunque desgraciadamente siguió teniendo éxito fuera de la disciplina antropológica. Pero casi nadie se cuestionaba su validez en la segunda mitad del XIX, cuando tiene lugar la última gran expansión colonial. De manera que el evolucionismo social unilineal, acabó convirtiéndose en la más poderosa y contundente herramienta de legitimación y justificación del colonialismo. Veamos.
La expansión imperialista resultaba imprescindible en aquella fase del capitalismo, que requería de las materias primas que podían facilitar las colonias, a la vez que éstas se convertían en mercados para las manufacturas elaboradas en la metrópoli. El imperialismo, como supo ver Lenin, era la fase superior e inevitable del capitalismo, que había explotado como modo de producción hegemónico con la revolución industrial, aunque sus orígenes fuesen anteriores. Las dos guerras mundiales del siglo XX, fueron producto de la colisión provocada por la expansión del imperialismo.
Esta expansión conduce a los países europeos a avalanzarse como buitres sobre las tierras africanas, cuyos últimos territorios sin descubrir dejan de ser desconocidos con las expediciones del XIX. Entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885, tuvo lugar en Berlín uno de los acontecimientos más vergonzosos y lamentables de la historia europea en la edad contemporánea: la llamada Conferencia de Berlín, convocada por Francia y RU, en la que el canciller alemán Otto von Bismarck ejerció de anfitrión. El objetivo era resolver los problemas ocasionados por las disputas en el reparto de los territorios africanos. A consecuencia de la Conferencia, las potencias imperialistas acordaron la repartición de África, dibujando el mapa colonial que se mantuvo, con cambios menores posteriores, hasta el fin del colonialismo.
Pero... ¿qué tiene que ver en esto la teoría social evolucionista unilineal? ¿Por qué fue una herramienta de legitimación y de justificación del colonialismo? Es muy sencillo de entender. Al colonizar los territorios africanos, la ideología dominante establece que se está haciendo un favor a los pueblos de África, que se trata de una acción humanitaria, ya que viven en fases primitivas de la evolución social que Europa ya ha superado. La civilización superior (porque se encuentra en un estadio superior de la escala social evolutiva), al ejecutar el dominio colonial permite a esos pobres infelices evolucionar mucho más deprisa, quemando por anticipado fases de desarrollo que harán disminuir su distancia con aquellos pueblos que gozan del más alto nivel de progreso material y moral (los europeos o los de origen europeo). Tal es el planteamiento imperante. En otras palabras: no se trata de conquista y de explotación, sino de llevarles la civilización, de salvarlos de si mismos, de su dramático destino. Toda la ideología de legitimación del imperialismo, descansa sobre esa teoría social del evolucionismo unilineal.
Fue así como la explotación y el sometimiento al yugo del colonizador, se convertía en un noble y humanista ejercicio de altruismo, en un bondadoso proceso a través del cual se les llevaba la llamada civilización. En su infinita bondad, el hombre blanco quería salvar al negro de la infelicidad y sufrimiento que le provocaban sus condiciones de vida. La dureza extrema y a menudo cruel del colonizador, se combinaba con el paternalismo originado en un sentimiento de superioridad moral. Había que salvar a los salvajes... de si mismos. Entre tanto, África surtía de materias primas y de riqueza a las potencias coloniales.
No han cambiado mucho las cosas hoy en día. Ya no hablamos de "civilización", sino de "desarrollo", aunque viene a ser lo mismo. Ya no hay administración colonial, pero sí gobiernos de élites corruptas que sirven al nuevo dominio del capitalismo post-colonial. Y como antaño, nos movemos entre la superioridad moral y el paternalismo. Seguimos aspirando a salvar al africano de sí mismo. Y entre tanto, sigue alimentando con sus riquezas nuestro capitalismo de la narcotizante sociedad de consumo.
Resulta laborioso transmitir un discurso en contra del "desarrollo", en tanto su concepción toma forma de categoría fetiche en la praxis de gobiernos, ONGs y agencias internacionales. Sin embargo la crítica al "desarrollo" es más necesaria que nunca, dado que tal como se entiende desde el célebre discurso de Harry Truman el 20 de enero de 1949 (1), hablar de desarrollo es sinónimo de desenvolvimiento de relaciones capitalistas de producción que excluye cualquier posibilidad de un desarrollo endógeno basado en modelos alternativos al capitalismo. Como dice Arturo Escobar (2):
Una reflexión final
Mencioné el caso del bosquimano disecado de Banyoles como paradigma del imaginario eurocéntrico decimonónico tendente a negar incluso el carácter humano del africano. Considerados presos de una dependencia infantil que incentiva nuestro paternalismo, el desarrollo eurocéntrico y capitalista se contempla como la única medicina que puede salvar a los pueblos africanos. Somos la imagen de una idea de opulencia que ellos envidian y que nosotros mismos nos hemos creído.
Al respecto, hace tiempo el antropólogo Marshall Sahlins se planteaba en qué consistía una "sociedad de la opulencia" (3). Para ello tomaba como ejemplo precisamente el de los bosquimanos, aquellos africanos cuya humanidad quedaba cuestionada en el s. XIX. A través de su análisis, un provocador Sahlins viene a mostrarnos cómo si queremos encontrar una sociedad de la opulencia no debemos buscarla en nuestra sociedad capitalista, sino en lo que era la vida tradicional (antes de ser aculturizados por el "desarrollo") de pueblos como los bosquimanos africanos o los aborígenes australianos. Te invito a leerlo en una entrada que le dedicamos en este blog: "El concepto de sociedad de la opulencia en Marshall Sahlins. Lecturas breves de Antropología para no iniciados."
@VigneVT
Blog del viejo topo
Ir a primera parte: "África y el esmoquin de Yves Saint Laurent".
Notas
Resulta laborioso transmitir un discurso en contra del "desarrollo", en tanto su concepción toma forma de categoría fetiche en la praxis de gobiernos, ONGs y agencias internacionales. Sin embargo la crítica al "desarrollo" es más necesaria que nunca, dado que tal como se entiende desde el célebre discurso de Harry Truman el 20 de enero de 1949 (1), hablar de desarrollo es sinónimo de desenvolvimiento de relaciones capitalistas de producción que excluye cualquier posibilidad de un desarrollo endógeno basado en modelos alternativos al capitalismo. Como dice Arturo Escobar (2):
"Pese a estar expresada en términos de metas humanitarias y de la preservación de la libertad, la nueva estrategia [del desarrollo] buscaba un nuevo control de los países y de sus recursos. Se promovía un tipo de desarrollo acorde con las ideas y las expectativas del Occidente poderoso, con aquello que los países occidentales juzgaban como curso normal de evolución y progreso. Como veremos, al conceptualizar el progreso en dichos términos, la estrategia de desarrollo se convirtió en instrumento poderoso para normatizar el mundo. (...) La lenta preparación para el lanzamiento del desarrollo fue tal vez más clara en África que en otras partes. Allí se presentó, como una conexión importante entre la declinación del orden colonial y el nacimiento del desarrollo."
Una reflexión final
Mencioné el caso del bosquimano disecado de Banyoles como paradigma del imaginario eurocéntrico decimonónico tendente a negar incluso el carácter humano del africano. Considerados presos de una dependencia infantil que incentiva nuestro paternalismo, el desarrollo eurocéntrico y capitalista se contempla como la única medicina que puede salvar a los pueblos africanos. Somos la imagen de una idea de opulencia que ellos envidian y que nosotros mismos nos hemos creído.
Al respecto, hace tiempo el antropólogo Marshall Sahlins se planteaba en qué consistía una "sociedad de la opulencia" (3). Para ello tomaba como ejemplo precisamente el de los bosquimanos, aquellos africanos cuya humanidad quedaba cuestionada en el s. XIX. A través de su análisis, un provocador Sahlins viene a mostrarnos cómo si queremos encontrar una sociedad de la opulencia no debemos buscarla en nuestra sociedad capitalista, sino en lo que era la vida tradicional (antes de ser aculturizados por el "desarrollo") de pueblos como los bosquimanos africanos o los aborígenes australianos. Te invito a leerlo en una entrada que le dedicamos en este blog: "El concepto de sociedad de la opulencia en Marshall Sahlins. Lecturas breves de Antropología para no iniciados."
Bosquimanos Kung, noreste del desierto del Kalahari |
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Notas
(1) Se considera que el discurso de Truman en su toma de posesión como presidente de EE.UU., marcó el inicio del paradigma ideológico sobre el cual se sustentó posteriormente la noción de "desarrollo":
"La doctrina Truman inició una nueva era en la comprensión y el manejo de los asuntos mundiales, en particular de aquellos que se referían a los países económicamente menos avanzados. El propósito era bastante ambicioso: crear las condiciones necesarias para reproducir en todo el mundo los rasgos característicos de las sociedades avanzadas de la época: altos niveles de industrialización y urbanización, tecnificación de la agricultura, rápido crecimiento de la producción material y los niveles de vida, y adopción generalizada de la educación y los valores culturales modernos. En concepto de Truman, el capital, la ciencia y la tecnología eran los principales componentes que harían posible tal revolución masiva. Solo así el sueño americano de paz y abundancia podría extenderse a todos los pueblos del planeta." (Escobar, op. cit., pág. 20).(2) Arturo Escobar: La invención del Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo. Pág. 55. Fundación Editorial el perro y la rana, Caracas, Venezuela, 2007 (1ªed.).
(3) Marshall Sahlins: Economía de la Edad de Piedra (Páginas 13-53). Aldine Publishing Company (Chicago), 1974. Edición castellana: Ed. Akal, Madrid, 1983.
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