Composición del artista @JRart, realizada con la ayuda de los trabajadores portuarios de Le Havre en Francia, utilizando contenedores del puerto. |
Lo importante es que ningún partido, "ni Podemos, destrozaría ya la política económica actual (...) Los cuatro [PP, Cs, Ps y PSOE] están de acuerdo en lo fundamental y gozan del beneplácito de los empresarios, la banca y las instituciones europeas" (Juan Rosell, presidente de la gran patronal, poco antes de las elecciones de diciembre de 2015)
En un momento en que Podemos -acompañado de una satelizada y prácticamente absorbida IU- se esfuerza por demostrar que es la verdadera socialdemocracia, bueno es recordar aquello de: "la socialdemocracia es la comadrona de los partos difíciles del capitalismo".
Nunca he conseguido recordar quién es el autor de este aforismo y en realidad poco importa, ya que lo importante es que sintetiza en pocas palabras la función histórica que ha desempeñado la socialdemocracia, muy en especial desde la postguerra.
La socialdemocracia juega un papel fundamental en la reproducción del sistema, ya que permite la necesaria alternancia en el poder institucional de las fuerzas del establishment. El bucle de la democracia burguesa se basa en la alternancia de partidos de la derecha (por así llamarlos) y de la socialdemocracia, lo que permite mantener un gatopardismo permanente que garantiza las líneas políticas maestras independientemente de quien gobierne. Cuando una de las opciones se debilita en extremo, el sistema enseguida interviene, o bien revitalizándola o bien produciendo un producto clónico o sucedáneo (en el caso español, la crisis de la socialdemocracia encarnada en el PSOE, se ha resuelto generando una nueva socialdemocracia, encarnada por Podemos).
Normalmente los gobiernos socialdemócratas promocionan algunas medidas sociales que, sin poner en peligro los intereses de la clase dominante, sirven para legitimar la diferencia aparente con las fuerzas de la derecha, consiguiendo así una cierta aureola progresista de cara al electorado (y, lo que es más importante, sirven para dar peso específico al argumento de que la derecha es peor). En ocasiones tales medidas pueden llegar incluso a tener mucha relevancia e importancia sociales, como por ejemplo fue en su día la Ley General de Sanidad de 1984, promovida por Ernest Lluch. Sin embargo, en tanto que la socialdemocracia asume las líneas maestras de las políticas económicas diseñadas en función de los intereses de la oligarquía, tales políticas sociales acaban siendo vaciadas de contenido o acaban resultando inviables (mientras Lluch promovía la Sanidad universal, su partido y gobierno abrían de par en par las puertas a las políticas neoliberales, por ejemplo; era cuestión de tiempo que éstas afectasen a la sanidad pública).
Más allá de ciertas medidas sociales efectistas, lo cierto es que la socialdemocracia es el agente adecuado para llevar a cabo ciertas reformas social y políticamente incómodas. Por decirlo de otra manera, la socialdemocracia a menudo desempeña la labor de realizar el trabajo sucio del sistema. El caso de las reformas laborales es un buen ejemplo. Podrá argumentarse que la reforma laboral de Rajoy es más salvaje que la de Zapatero (y así es), lo cual no resta gravedad a esta última (y consolarse con lo menos malo acaba pasando factura).
Esta especialización en el trabajo sucio es mencionada por un articulista, Joaquín Rábago, en un artículo que ha aparecido en diferentes medios de comunicación. No sé nada del autor y quizás no compartamos coordenadas ideológicas (no lo sé), pero me parecen acertadas algunas cosas que dice en su artículo. Rábago no habla de socialdemocracia, sino de izquierda, pero viene a ser lo mismo. Su artículo se titula "La izquierda hace el trabajo sucio de la derecha". Lo reproduzco parcialmente, en sus párrafos más interesantes:
No sé por qué se prestan desde hace años partidos y gobiernos que siguen utilizando la etiqueta de «socialistas» a hacerle el trabajo sucio que a veces no se atrevería a hacer por su cuenta la derecha.
Me refiero, por ejemplo, a la polémica reforma del artículo 135 de la Constitución española, pactada en su día por los socialistas españoles con el PP con nocturnidad y alevosía: es decir, sin consultar al pueblo que llamamos «soberano».
(...) He pensado en ello estos días con motivo de las huelgas en Francia, gobernada también en este momento por un Partido Socialista que parece sorprendido por la extraordinaria reacción sindical a su nueva ley del trabajo.
(...) Con su reforma laboral, el Gobierno francés no hace ahora sino seguir los pasos dados antes por otros: por los dos últimos gobiernos españoles, del PSOE y el del PP; pero también, hace dos años, por el Partido Democrático del italiano Matteo Renzi con la ley que –modernidad obliga– bautizó en inglés como «Jobs Act». Es decir, una vez más, un Gobierno que se proclama de izquierdas –algo que habría que discutir mucho a tenor de las palabras y los actos de la desavenida pareja Macron/Hollande– hace leyes que uno identificaría tradicionalmente con la derecha.
La nueva ley del trabajo francesa, justificada como siempre por la necesidad de aumentar la competitividad de las empresas en tiempos de globalización, persigue una mayor flexibilidad laboral para facilitar tanto la contratación como el despido.
Para ello pretende por su artículo 2, el más polémico de todo el texto legal, anteponer los acuerdos a nivel de empresa a los convenios colectivos de carácter sectorial, algo que rechaza la CGT por considerar que debilita al trabajador y le deja casi siempre a merced del patrón.
(...) Según los propios medios franceses, ni siquiera el expresidente conservador Nicolas Sarkozy se habría atrevido a presentar una ley como la elaborada por la ministra de Empleo del gobierno Valls, Myriam El Khomri.
En otra época, es decir antes de la caída del muro de Berlín y la disolución del bloque comunista, leyes como éstas podían esperarse de políticos tan conservadores como Margaret Thatcher o Ronald Reagan. Pero ahora corren otros tiempos.
[Joaquín Rábago, La Opinión]
Evidentemente podríamos hablar también de Syriza (no es un caso distinto), aunque resultaría mucho más fructífero preguntarse por el nuevo producto socialdemócrata (Podemos y su mini-yo IU), que viene a paliar la crisis de la vieja y desgastada socialdemocracia (PSOE). El bucle se repite, aunque cambien los colorines.
Al final habrá que darle la razón a Margaret Thatcher, cuando -después de perder las elecciones de 1997- dijo aquello de:
“No importa, ya hemos ganado, la oposición es como nosotros”
Disfrutad de la ilusión... mientras os dure, que no será por mucho tiempo.
@VigneVT
Tras la "pillada" del ministro del Interior, hipercatólico y fan de Vírgenes diversas, pidiendo a su policía que fabrique pruebas contra los independentistas catalanes, El Viejo Topo no tiene nada que decir, enmudece, y considera que lo que procede, lo que corresponde, es seguir dale que te pego con la izquierda colaboracionista. De puta madre. Perdón por la expresión, pero insisto en ella: DE PUTA MADRE.
ResponderEliminarViva el neocomunismo versión 23.0.
¿Dónde sacaste el carnet de bobo?
EliminarEl BAE en estado químicamente puro:
ResponderEliminarhttp://www.publico.es/politica/garzon-dice-sanchez-no-pedir.html
Yo me pedí "prime" antes. Permanencia en la OTAN incluida.
La socialdemocracia siempre ha sido un cáncer para la clase trabajadora. Con su reformismo, reclamando reformas y migajas para el trabajador, pero sin cuestionar al sistema capitalista en su conjunto.
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