Reproducimos varios fragmentos del libro de Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra. En esta obra, publicada ya hace casi 20 años, el escritor uruguayo nos dice que "rinde homenaje al fútbol, música en el cuerpo, fiesta de los ojos, y también denuncia las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del mundo".
Entradas anteriores de esta serie:
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- Hablando de fútbol (1). Eduardo Galeano: ¿es el opio de los pueblos? La pelota como bandera.
- Hablando de fútbol (2). Fútbol, niños, condones y pelotas en una aldea africana macúa.
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El Mundial del 66
Los militares bañaban a Indonesia en sangre, medio millón de muertos, un millón, quién sabe, y el general Suharto iniciaba su larga dictadura asesinando a los pocos rojos, rosados o dudosos que quedaban vivos. Otros militares volteaban a NKrumah, presidente de Guinea y profeta de la unidad africana, mientras sus colegas de Argentina desalojaban al presidente Illia por golpe de Estado.
Por primera vez en la historia, una mujer, Indira Gandhi, gobernaba la India. Los estudiantes echaban abajo a la dictadura militar del Ecuador. La aviación de los Estados Unidos bombardeaba Hanoi, en una nueva ofensiva, pero en la opinión pública norteamericana crecía la certeza de que nunca debían haber entrado en Vietnam, que no debían haberse quedado y que debían salir cuanto antes.
Truman Capote publicaba A sangre fría. Aparecían Cien años de soledad, de García Márquez, y Paradiso, de Lezama Lima. El cura Camilo Torres caía peleando en las montañas de Colombia, el Che Guevara cabalgaba su flaco Rocinante por los campos de Bolivia, Mao desataba la revolución cultural en China. Varias bombas atómicas caían en la costa española de Almería, y aunque no estallaban, sembraban el pánico. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas.
En Londres, Harold Wilson mascaba su pipa y celebraba la victoria en las elecciones, las muchachas andaban en minifalda, Carnaby Street dictaba la moda y todo el mundo tarareaba las canciones de los Beatles, mientras se inauguraba el octavo Campeonato Mundial de Fútbol.
Éste fue el último Mundial de Garrincha, y también fue la despedida del arquero mexicano Antonio Carbajal, el único jugador que había estado cinco veces en el torneo.
Participaron dieciséis equipos: diez europeos, cinco americanos y, cosa rara, Corea del Norte. Asombrosamente, la selección coreana eliminó a Italia con gol de Pak, un dentista de la ciudad de Pyongyang que practicaba el fútbol en sus ratos libres. En la selección italiana jugaban nada menos que Gianni Rivera y Sandro Mazzola. Pier Paolo Pasolini decía que ellos jugaban al fútbol en buena prosa interrumpida por versos fulgurantes, pero el dentista los dejó mudos.
Por primera vez se transmitió todo el campeonato en directo, vía satélite, y el mundo entero pudo ver, todavía en blanco y negro, el show de los jueces. En el mundial anterior, los jueces europeos habían arbitrado 26 partidos; en éste, dirigieron 24 de los 32 partidos disputados. Un juez alemán obsequió a Inglaterra el partido contra Argentina, mientras un juez inglés regalaba a Alemania el partido contra Uruguay. Brasil no tuvo mejor suerte: Pelé fue impunemente cazado a patadas por Bulgaria y Portugal, que lo desalojaron del campeonato.
La reina Isabel asistió a la final. No gritó ningún gol, pero aplaudió discretamente. El Mundial se definió entre la Inglaterra de Bobby Charlton, hombre de temible empuje y puntería, y la Alemania de Beckenbauer, que recién empezaba su carrera y ya jugaba de galera, guantes y bastón. Alguien había robado la copa Rimet, pero un perro llamado Pickles la encontró tirada en un jardín de Londres. Así, el trofeo pudo llegar a tiempo a manos del vencedor. Inglaterra se impuso 4 a 2. Portugal entró tercero. En cuarto lugar, la Unión Soviética. La reina Isabel otorgó título de nobleza a Alf Ramsey, el director técnico de la selección triunfante, y el perro Pickles se convirtió en héroe nacional.
El Mundial del 66 fue usurpado por las tácticas defensivas. Todos los equipos practicaban el cerrojo y dejaban un jugador escoba barriendo la línea final detrás de los zagueros. Sin embargo, Eusebio, el artillero africano de Portugal, pudo atravesar nueve veces esas impenetrables murallas en las retaguardias rivales. Tras él, en la lista de goleadores, figuró el alemán Haller, con seis tantos.
El Mundial del 70
En Praga moría Jiri Trnka, maestro del cine de marionetas, y en Londres moría Bertrand Russell, tras casi un siglo de vida muy viva. A los veinte años de edad, el poeta Rugama caía en Managua, peleando solito contra un batallón de la dictadura de Somoza. El mundo perdía su música: se desintegraban los Beatles, por sobredosis de éxito, y por sobredosis de drogas se nos iban el guitarrista Jimi Hendrix y la cantante Janis Joplin.
Un ciclón arrasaba Pakistán y un terremoto borraba quince ciudades de los Andes peruanos. En Washington ya nadie creía en la guerra de Vietnam pero la guerra seguía, según el Pentágono los muertos sumaban un millón, mientras los generales norteamericanos huían hacia adelante invadiendo Camboya. Allende iniciaba su campaña hacia la presidencia de Chile, después de tres derrotas, y prometía dar leche a todos los niños y nacionalizar el cobre. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro que iba a desplomarse en cuestión de horas. Comenzaba la primera huelga en la historia del Vaticano, en Roma se cruzaban de brazos los funcionarios del Santo Padre, mientras en México movían las piernas los jugadores de dieciséis países y comenzaba el noveno Campeonato Mundial de Fútbol.
Participaron nueve equipos europeos, cinco americanos, Israel y Marruecos. En el partido inaugural, el juez alzó por primera vez una tarjeta amarilla. La tarjeta amarilla, señal de amonestación, y la tarjeta roja, señal de expulsión, no fueron las únicas novedades del Mundial de México. El reglamento autorizó a cambiar dos jugadores en el curso de cada partido. Hasta entonces, sólo el arquero podía ser sustituido, en caso de lesión; y no resultaba muy difícil reducir a patadas al elenco adversario.
Imágenes de la Copa del 70: la estampa de Beckenbauer, con un brazo atado, batiéndose hasta el último minuto; fervor de Tostão, recién operado de un ojo y aguantándose a pie firme todos los partidos; las volanderías de Pelé en su último Mundial: «Saltamos juntos», contó Burgnich, el defensa italiano que lo marcaba, «pero cuando volví a tierra, vi que Pelé se mantenía suspendido en la altura».
Cuatro campeones del mundo, Brasil, Italia, Alemania y Uruguay, disputaron las semifinales. Alemania ocupó el tercer lugar, Uruguay el cuarto. En la final, Brasil apabulló a Italia 4 a 1. La prensa inglesa comentó: «Debería estar prohibido un fútbol tan bello». El último gol se recuerda de pie: la pelota pasó por todo Brasil, la tocaron los once, y por fin Pelé la puso en bandeja, sin mirar, para que rematara Carlos Alberto, que venía en tromba.
El Torpedo Müller, de Alemania, encabezó la tabla de goleadores, con diez tantos, seguido por el brasileño Jairzinho, con siete. Campeón invicto por tercera vez, Brasil se quedó con la copa Rimet en propiedad. A fines de 1983, la copa fue robada y vendida, después de ser reducida a casi dos quilos de oro puro. Una copia ocupa su lugar en las vitrinas.
El Mundial del 78
En Alemania moría el popular escarabajo de la Volkswagen, el Inglaterra nacía el primer bebé de probeta, en Italia se legalizaba el aborto. Sucumbían las primeras víctimas del SIDA, una maldición que todavía no se llamaba así. Las Brigadas Rojas asesinaban a Aldo Moro, los Estados Unidos se comprometían a devolver a Panamá el canal usurpado a principios de siglo. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas. En Nicaragua tambaleaba la dinastía de Somoza, en Irán tambaleaba la dinastía del Sha, los militares de Guatemala ametrallaban una multitud de campesinos en el pueblo de Panzós. Domitila Barrios y otras cuatro mujeres de las minas de estaño iniciaban una huelga de hambre contra la dictadura militar de Bolivia, al rato toda Bolivia estaba en huelga de hambre, la dictadura caía. La dictadura militar argentina, en cambio, gozaba de buena salud, y para probarlo organizaba el undécimo Campeonato Mundial de Fútbol.
Participaron diez países europeos, cuatro americanos, Irán y Túnez. El Papa de Roma envió su bendición. Al son de una marcha militar, el general Videla condecoró a Havelange en la ceremonia de la inauguración, en el estadio Monumental de Buenos Aires. A unos pasos de allí, estaba en pleno funcionamiento el Auschwitz argentino, el centro de tormento y exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada. Y algunos kilómetros más allá, los aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar.
«Por fin el mundo puede ver la verdadera imagen de la Argentina», celebró el presidente de la FIFA ante las cámaras de la televisión. Henry Kissinger, invitado especial, anunció:
- Este país tiene un gran futuro a todo nivel.
Y el capitán del equipo alemán, Berti Vogts, que dio la patada inicial, declaró unos días después:
- Argentina es un país donde reina el orden. Yo no he visto a ningún preso político.
Los dueños de casa vencieron algunos partidos, pero perdieron ante Italia y empataron con Brasil. Para llegar a la final contra Holanda, debían ahogar a Perú bajo una lluvia de goles. Argentina obtuvo con creces el resultado que necesitaba, pero la goleada, 6 a 0, llenó de dudas a lo malpensados, y a los bienpensados también. Los peruanos fueron apedreados al regresar a Lima.
La final entre Argentina y Holanda se definió por alargue. Ganaron los argentinos 3 a 1, y en cierta medida la victoria fue posible gracias al patriotismo del palo que salvó al arco argentino en el último minuto del tiempo reglamentario. Ese palo, que detuvo un pelotazo de Rensenbrink, nunca fue objeto de honores militares, por esas cosas de la ingratitud humana. De todos modos, más decisivos que el palo resultaron los goles de Mario Kempes, un potro imparable que se lució galopando, con la pelambre al viento, sobre el césped nevado de papelitos.
A la hora de recibir los trofeos, los jugadores holandeses se negaron a saludar a los jefes de la dictadura argentina. El tercer puesto fue para Brasil. El cuarto, para Italia.
Kempes fue el mejor jugador de la Copa y también el goleador, con seis tantos. Detrás figuraron el peruano Cubillas y el holandés Rensenbrink, con cinco goles cada uno.
El Mundial del 86
Baby Doc Duvalier huía de Haití, robándose todo, y robándose todo huía Ferdinand Marcos de Filipinas, mientras los archivos norteamericanos revelaban, más vale tarde que nunca, que Marcos, el alabado héroe filipino de la segunda guerra mundial, había sido en realidad un desertor.
El cometa Halley visitaba nuestro cielo después de mucha ausencia, se descubrían nueve lunas en torno al planeta Urano, aparecía el primer agujero en la capa de ozono que nos protege del sol. Se difundía una nueva droga, hija de la ingeniería genética, contra la leucemia.
En el Japón se suicidaba una cantante de moda y tras ella elegían la muerte veintitrés de sus devotos. Un terremoto dejaba sin casa a doscientos mil salvadoreños y la catástrofe nuclear soviética de Chernobyl desataba una lluvia de veneno radioactivo, imposible de medir y de parar, sobre quién sabe cuántas leguas y gentes.
Felipe González decía sí a la OTAN, la alianza militar atlántica, después de haber gritado no, y un plebiscito bendecía el viraje mientras España y Portugal entraban al mercado común europeo. El mundo lloraba la muerte de Olof Palme, el primer ministro de Suecia, asesinado en la calle. Tiempos de luto para las artes y las letras: se nos iban el escultor Henry Moore y los escritores Simone de Beauvoir, Jean Genet, Juan Rulfo y Jorge Luis Borges.
Estallaba el escándalo Irangate, que implicaba al presidente Reagan, a la CIA y a los contras de Nicaragua en el tráfico de armas y de drogas, y estallaba la nave espacial Challenger, al despegar de Cabo Cañaveral, con siete tripulantes a bordo. La aviación norteamericana bombardeaba Libia y mataba a una hija del coronel Gaddafi, para castigar un atentado que años después se atribuyó a Irán.
En una cárcel de Lima morían ametrallados cuatrocientos presos. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas. Se habían desplomado muchos edificios sin cimientos, con toda la gente adentro, cuando un terremoto había sacudido a la ciudad de México, el año anterior, y buena parte de la ciudad estaba todavía en ruinas mientras se inauguraba allí el decimotercer Campeonato Mundial de Fútbol.
En la Copa del 86, participaron catorce países europeos y seis americanos, además de Marruecos, Corea del Sur, Irak y Argelia. En México nació la ola en las tribunas, que a partir de entonces suele mover a las hinchadas del mundo al ritmo de la mar bravía. Hubo partidos de esos que ponen los pelos de punta, como el de Francia contra Brasil, donde los jugadores infalibles, Platini, Zico, Sócrates, fracasaron en los penales; y hubo dos goleadas espectaculares de Dinamarca, que propinó seis tantos a Uruguay y recibió cinco de España.
Pero éste fue el Mundial de Maradona. Contra Inglaterra, Maradona vengó con dos goles de zurda al orgullo patrio malherido en las Malvinas: hizo uno con la mano izquierda, que él llamó mano de Dios, y el otro con la pierna izquierda, después de haber tumbado por los suelos a la defensa inglesa.
Argentina disputó la final contra Alemania. Fue de Maradona el pase decisivo, que dejó solo a Burruchaga para que Argentina se impusiera 3 a 2 y ganara el campeonato cuando ya el reloj señalaba el fin del partido, pero antes había ocurrido otro gol memorable: Valdano arrancó con la pelota desde el arco argentino, cruzó toda la cancha y cuando Schumacher le salió al cruce, la coloc
ó contra el poste derecho. Valdano venía hablando con la pelota, le venía rogando:
- Por favor, entrá.
Francia se clasificó en tercer lugar, seguida por Bélgica. El inglés Lineker encabezó la tabla de goleadores, con seis tantos. Maradona hizo cinco goles, como el brasileño Careca y el español Butragueño.
Fragmento del libro El fútbol, a sol y sombra, de Eduardo Galeano (México, 1995. Ed. Siglo XXI). La negrita e imágenes son añadidos nuestros.
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Chingón.
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