Por su trascendencia, contribuimos a divulgar un importante artículo de Robert Fisk, publicado en The Independent el pasado 22 de septiembre, con el título Gas missiles 'were not sold to Syria'. Export papers seem to back Assad's denial over sarin attack.
La traducción no es nuestra, sino que fue realizada por Jorge Anaya, para el diario mexicano La Jornada, que se publica on line en el portal de la UNAM ( Universidad Nacional Autónoma de México). El texto reproducido corresponde a dicha traducción. La nota final sobre Robert Fisk, es nuestra. La foto utilizada para ambientar la noticia, pertenece al artículo original en inglés. Aprovechamos la oportunidad para comentar que añadimos desde hoy un enlace permanente a La Jornada desde nuestro blog, como uno de los medios que recomendamos.
Título original: Gas missiles 'were not sold to Syria'. Export papers seem to back Assad's denial over sarin attack – but Russians won't go into detail.
URL: www.independent.co.uk/voices/comment/gas-missiles-were-not-sold-to-syria-8831792.html
Autor: Robert Fisk
Original publicado en inglés: The Independent, el 22 de septiembre de 2013.
Publicado en castellano: Periódico La Jornada, martes 24 de septiembre de 2013, pág. 24
URL artículo traducido: www.jornada.unam.mx/2013/09/24/mundo/024n1mun
Traducción al castellano: Jorge Anaya
- Los cohetes empleados se fabricaron en la URSS en 1967 y se vendieron a Yemen, Egipto y Libia
Hallan presuntas pruebas de que el gas sarín usado en Siria no era del gobierno
- La ONU también tiene dudas de que los misiles hayan sido disparados por fuerzas oficiales
Robert Fisk
The Independent
En tanto el régimen de Damasco ha negado responsabilidad por los misiles de gas sarín que mataron a unos 1.400 sirios en el suburbio de Ghuta, el 21 de agosto, ahora circula información en la ciudad de que las nuevas evidencias rusas incluyen las fechas de exportación de los cohetes específicos que se usaron y –lo que es más importante– los países a los que se vendieron originalmente. Al parecer fueron fabricados en la Unión Soviética en 1967 y vendidos por Moscú a tres países árabes: Yemen, Egipto y Libia en tiempos del coronel Muammar Kadafi.
Estos detalles no pueden verificarse en documentos, y Vladimir Putin no ha revelado las razones por las cuales dijo a Barack Obama que sabe que el ejército de Assad no disparó los misiles de sarín; pero si la información es correcta –y se cree que partió de Moscú–, Rusia no vendió ese lote particular de municiones químicas a Siria.
Desde la caída de Kadafi, en 2011, enormes cantidades de estas armas de fabricación soviética abandonadas han caído en manos de grupos rebeldes e insurgentes afiliados a Al Qaeda. Muchas se encontraron después en Malí, algunas en Argelia y una gran cantidad en Sinaí. Damasco ha sostenido desde hace mucho tiempo que un número sustancial de armas de fabricación soviética ha llegado desde Libia hasta las manos de los rebeldes sirios con ayuda de Qatar, país que apoyó a los rebeldes libios contra Kadafi y ahora paga embarques de armas para los insurgentes sirios.
No hay duda de que Siria cuenta con un importante arsenal de armas químicas, ni de que sus existencias contienen grandes cantidades de misiles calibre 122 milímetros de gas sarín. Pero si en verdad los rusos han podido identificar las marcas específicas de los misiles en fragmentos hallados en Gutha –y si se trata de municiones jamás exportadas a Siria–, el régimen de Assad proclamará que su inocencia ha quedado demostrada.
En un país –de hecho un mundo– en el que la propaganda influye más que la verdad, descubrir el origen de los químicos que sofocaron a tantos sirios hace más de un mes es una investigación rodeada de peligros para los periodistas. Los reporteros que envían notas desde zonas de Siria en poder de rebeldes son acusados por el régimen de Assad de coquetear con terroristas. Y los que informan desde el lado gubernamental de las líneas de combate son acusados de divulgar la propaganda del régimen. Y aun si el régimen de Assad no fuera responsable de los ataques del 21 de agosto, sus fuerzas han cometido multitud de crímenes de guerra en los dos años pasados. Desde hace tiempo se han documentado casos de tortura, matanzas y bombardeo de blancos civiles.
Sin embargo, también hay que decir que la ONU y otros organismos internacionales en Damasco han expresado serias dudas de que los misiles de gas sarín hayan sido disparados por el ejército de Assad. Si bien no es posible identificar a estos trabajadores internacionales, algunos estaban en Damasco el 21 de agosto e hicieron una serie de preguntas que hasta la fecha nadie ha contestado. Por ejemplo, ¿por qué Siria tuvo que esperar hasta pasados dos días del 18 de agosto, cuando los inspectores de la ONU se instalaron en Damasco, para usar el gas, y a sólo seis kilómetros del hotel donde esos enviados se hospedaban? Al dar semejante prueba a la ONU del uso de sarín –que los inspectores rápidamente recogieron en el lugar de los hechos–, el régimen de Assad, si era culpable, tendría que haberse dado cuenta de que las naciones occidentales lanzarían un ataque en su contra.
Como están las cosas, Siria está por perder todas sus defensas químicas a largo plazo contra un Israel que cuenta con armamento nuclear, y todo porque, si hemos de creer a los líderes occidentales, quiso lanzar apenas cinco misiles de casi medio siglo de antigüedad a un suburbio rebelde en el que sólo 300 de las mil 400 víctimas (si vamos a creer a los rebeldes) eran combatientes. Como expresó este lunes una ONG occidental: Si Assad en verdad quería usar gas sarín, ¿por qué rayos esperó dos años y lo hizo justo cuando la ONU estaba en el terreno para investigar?
Los rusos, desde luego, ya han usado antes argumentos similares para negar la responsabilidad del régimen de Assad en ataques con sarín. Cuando al menos 26 sirios murieron envenenados con gas en Khan Asal, el 19 de marzo –una de las razones por las que los inspectores de la ONU fueron despachados a Siria el mes pasado–, Moscú volvió a acusar a los rebeldes. Más tarde los rusos proporcionaron un informe de 100 páginas a la ONU con la evidencia. Al igual que las pruebas de Putin sobre los ataques del 21 de agosto, las relativas al 19 de marzo no se han dado a conocer.
Un testigo que estaba con las tropas sirias de la cuarta división del ejército el 21 de agosto –un ex oficial de fuerzas especiales, considerado fuente confiable– dijo no haber visto evidencia de disparos de proyectiles de gas, aunque estaba en Moadamiya, uno de los suburbios que fueron objetivo de los ataques. Recuerda que los soldados expresaron preocupación cuando vieron en YouTube las primeras imágenes de civiles sofocándose, no por compasión, sino porque temían tener que combatir entre nubes de veneno.
Tal vez sería ir más allá de las teorías de conspiración decir que el gobierno no tuvo que ver, dijo un periodista sirio la semana pasada, pero estamos seguros de que los rebeldes tienen sarín. Necesitan extranjeros que les enseñen a dispararlo. ¿O existe una tercera fuerza en Siria que no conocemos? Si Occidente necesitaba una excusa para atacar Siria, la tuvo justo a tiempo, en el lugar apropiado y frente a los inspectores de la ONU.
© The Independent
Robert Fisk
Traducción: Jorge Anaya para La Jornada
Notas sobre Robert Fisk
Robert Fisk (Maidstone, Inglaterra, 1946) es un periodista y escritor inglés, corresponsal en Oriente Medio para el periódico británico The Independent y columnista del periódico Público en España y de La Jornada en México. Vive en Beirut, Líbano, donde reside desde hace más de 25 años.
Desde 1976 ha trabajado en Oriente Medio, al principio como corresponsal de The Times y, después de una discusión con sus editores a raíz de la modificación que hacían sobre sus artículos, sin su consentimiento, como corresponsal del diario The Independent.
Trabajó en la guerra civil del Líbano (iniciada en 1975), la ocupación de Afganistán (1979), la guerra Irak-Irán (1980-1988), la invasión israelí del Líbano (1982), la guerra civil en Argelia y las guerras de los Balcanes. Asimismo, ha cubierto el conflicto palestino-israelí y realizó el seguimiento desde el mismo frente de la Primera Guerra del Golfo Pérsico (1990-1991) y la Segunda Guerra del Golfo Pérsico (2003). Considerado uno de los mayores expertos en los conflictos de Oriente Medio. ha propiciado la divulgación internacional de las masacres de la guerra civil argelina, de los asesinatos de Saddam Hussein, de las represalias israelíes durante la Intifada palestina y de las actividades ilegales del gobierno de los Estados Unidos en Afganistán e Irak. Ha entrevistado en profundidad (fue uno de los pocos periodistas internacionales que lo ha conseguido) a Osama bin Laden, líder de Al-Qaeda.
Fisk ha defendido siempre la causa palestina y el diálogo entre los países de la zona, incluido el estado de Israel. Por ello, su trayectoria y sus artículos periodísticos han sido muy discutidos tanto por sus compañeros de la prensa como por parte de todos los gobiernos y políticos implicados.
(Fuente: párrafos textuales extraídos de la Wikipedia)
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